Reflexiones de Esperanza: Dios nos habla en medio de las crisis y de las tribulaciones (Pt XV) – La salvación revelada (Parte 40)

16 Lo saciaré de larga vida, Y le mostraré mi salvación.” (Salmo 91:16) 
 
Las reflexiones acerca del verso 16 del Salmo 91 son han sumergido en el análisis de lo que es la salvación. Ese verso bíblico promete que Dios mostrará, revelará la salvación a aquellos que deciden habitar al abrigo del Altísimo y morar bajo la sombra del Omnipotente.  

Hemos visto que se desprende del texto que esta revelación puede ser para mostrar el significado amplio de lo que es la salvación. También, que esta revelación puede ser para experimentar la salvación y los beneficios de esta. Sabemos esto porque el verbo que se traduce aquí como “mostraré” (“râʼâh”, H7200) es uno que puede ser traducido como la capacidad para ver. Así aparece utilizado en el capítulo 27 del libro del Génesis para describir que Isaac perdió esa capacidad (Gn 27:1). Así también es utilizado para describir la acción de recibir revelación, tal y como se aparece en Isaías 30:10 y en Ezequiel 13:3. Este también puede ser traducido como ver lo que es inminente, como lo es la posibilidad de un conflicto, como en el caso de los Israelitas en Éxodo 13:17.[1]
 
Hemos analizado la salvación desde las perspectivas de la expiación, la propiciación, la reconciliación y la redención. Sabemos que estos conceptos adquieren un significado más claro y más sintetizado en la figura y la obra de Jesucristo. Esto es, en Cristo Jesús se sintetizan todas las ceremonias que obligaban al pueblo de Israel a ofrecer muchas ofrendas y tener muchas oportunidades para poder conseguir estos beneficios.
 
Repasemos:
 
Expiación: Jesús carga con nuestros pecados, los lleva sobre Sí mismo y los cancela en la Cruz. Él es la ofrenda perfecta que el Padre necesitaba recibir para nuestra salvación. (Isa 53:6, 12; Jn 1:29;   Col 2:13-16; Heb 9:27-28; 1 Ped 2:21-24) 
 
Propiciación: Jesús carga con la ira de Dios provocada por nuestros pecados. No olvidemos que Dios es  santo y justo (Sal 7:11) y el pecado y la rebelión no son tolerables ante Su santidad.  Jesucristo logró esto con su sacrificio en la Cruz del Calvario. (Jn 3:36; Rom 1:18; Rom 3:24-25; Col 3:6-7; 1 Jn 2:2; 1 Jn 4:10-11) 
 
Reconciliación: Somos reconciliados con Dios por la sangre de Cristo luego de que somos hechos justos  ante los ojos de Dios (expiación) y que se ha cancelado la ira de Dios (propiciación).  (Rom 5:10-11; 2 Cor 5:18-19) 
 
Redención: Jesucristo pagó el precio para convertirnos en propiedad del Padre. Esto es lo que en el  idioma bíblico se conoce como redención o rescate; “comprar algo para rescatarlo.” En     el Antiguo Testamento se describe la figura del rescatador, o pariente redentor. Esto es, una persona que podía comprar la libertad de un esclavo, de un pariente o de una propiedad. El capítulo 25 del libro de Levítico describe esto. Esto es lo que el libro de Rut describe que hizo Booz con Rut y con Noemí (Rut 4:7-12). La Biblia dice que Dios nos sella como  propiedad suya cuando creemos en Cristo Jesús y que ese sello es removido cuando Él  reclama la propiedad que ha adquirido (Efe 1:12-13).  

Ya sabemos que necesitamos la salvación que nos ofrece Dios. Ahora bien, ¿de qué nos salvan? Hace cerca de 14 años compartimos una reflexión acerca de este tema en El Heraldo, el boletín institucional de nuestra Iglesia (El Heraldo, 15 de Julio de 2007). Esa reflexión giraba alrededor del análisis de la armadura del creyente que describe el Apóstol Pablo en su carta a Los Efesios (Efe 6:10-20). En el caso de esa reflexión, el énfasis fue en el “yelmo de la salvación”.  
 
“El escritor de la carta a la Iglesia en Éfeso nos regala una descripción sin igual de lo que es la armadura del creyente. En el capítulo 6 de esa carta y en el verso 17 nos hace partícipes de lo que la inspiración del Espíritu Santo decidió llamar “el yelmo (casco) de la salvación.” Esta frase pone en orden algunas preguntas que me parecen medulares en vías de poder entender lo que el escritor nos ha querido comunicar.

Estas preguntas deben ser divididas en dos grupos a saber: preguntas conceptuales y preguntas procesales. Las primeras giran alrededor de la “salvación” como concepto. ¿Qué es la salvación? ¿Cuáles son sus características? ¿De qué nos salvan? ¿Cómo nos salvan? ¿Para qué nos salvan? El segundo grupo de preguntas gira alrededor de las funciones y la operación de ese casco. ¿Cómo nos protege ese casco? ¿Cuánto nos protege ese casco? ¿Para qué nos protege ese casco?  

El concepto salvación es uno que trae consigo muchas vertientes interesantes e importantísimas. Es obvio que nos salvan por medio del sacrificio redentor de Cristo en la Cruz del Calvario. Solo ese sacrificio nos trae salvación. Por otro lado, el Dr. John R.W. Stott  describe las cuatro dimensiones bíblicas de la salvación, a saber: la salvación como redención, la salvación como propiciación, la salvación como reconciliación y la salvación como justificación. Lo antes descrito define la salvación como liberación o rescate; ser liberados de una atadura, una sentencia o una carga (redención). Hablar de salvación es hablar del pago de una deuda que nos permite estar en paz con Aquél al que le debemos (propiciación). Hablar de salvación es hablar del restablecimiento de unas relaciones rotas; una rotura relacional en la que nos va la vida (reconciliación). Hablar de la salvación es hablar de la acción divina para declararnos justificados o hechos justos ante sus ojos (justificación).  

La salvación también es definida como liberación de la sentencia de muerte impuesta sobre nosotros. Salvación es además un concepto holístico. Esto es, que cubre todas las áreas de nuestra vida; el área espiritual, el área física, área emocional, área relacional, área ecológica, área mental y vocacional. Es perdón de nuestros pecados; la peor enfermedad que sufre el ser humano. Es liberación de la operación y de las estratagemas del enemigo. Cristo venció al enemigo en la Cruz del Calvario (Col 2:14-15).  

El enemigo de nuestras almas ya no tiene poder sobre nosotros. Salvación es liberación de toda preocupación sobre el juicio universal que ha sido “calendarizado” para el fin de los tiempos.  
Ahora bien: ¿de qué nos salvan? Definitivamente nos salvan del pecado, nos salvan de nosotros mismos y nos salvan de la justicia divina anunciada. El cuadro descrito como la condición del pecador, requiere que la acción para salvarle sea una muy especial. Si tomamos en consideración los delitos y pecados, la muerte que estos traen, las ataduras y la esclavitud que generan, veremos que hay muchas cosas de las que nos tienen que salvar.  

Siendo esto así, entonces la salvación tiene que ser multifactorial. Esto es, la salvación de un pecador tiene que cubrir muchos factores y áreas de un pecador. Para que la salvación sea efectiva debe incluir remisión de pecados, redención (rescate) del alma del pecador y liberación de la esclavitud de la mente y del espíritu (en todas las áreas del pecado antes descritas). En adición a esto, la salvación tiene que incluir resurrección. Sí, salvarnos requiere que seamos resucitados, porque el pecado y los delitos matan. El mensaje más poderoso jamás recibido por el ser humano es que la Gracia de Dios ha ensamblado una salvación que incluye todo esto.
¡Alabado sea el Señor! Cuando usted y yo aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, experimentamos remisión de pecados; los borran de nuestro record y escriben nuestro nombre en el libro de la vida. Cuando usted y yo aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, se experimenta la redención del alma; pagan por nuestro recate. Cuando usted y yo aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, experimentamos liberación de la esclavitud de la mente y del espíritu; hasta nos dan la mente de Cristo. Cuando usted y yo aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, experimentamos la resurrección a una vida nueva (2 Cor 5:17). Y todo esto como producto de la Gracia divina ¡Alabado sea el Señor por su Gracia!

Ahora bien, el Apóstol ha dicho que existe otra cosa con la que había que lidiar. El pecador nace (“teknón”, G5043 o niño pequeño) como hijo de la ira (Efe 2:3). Esto puede ser interpretado como que el ser humano ha sido sentenciado desde su nacimiento para la ira de Dios. Otros lo han interpretado como la inclinación inevitable que tenemos hacia la rebeldía y el coraje contra Dios. No importa cuál sea la interpretación, la realidad es que por ser hijos de ira, terminamos escogiendo ser hijos (“huios” G5207) de desobediencia (Efe 5:6). En otras palabras, lejos de Dios por nacimiento, escogemos alejarnos más de él siendo desobedientes. Dada esta condición, para que la salvación sea efectiva, tiene que lidiar con nuestra relación con Dios. No se puede estar salvo y seguir siendo hijos de ira o hijos de desobediencia. ¡Alabado sea Dios por su Gracia! Cuando usted y yo aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, experimentamos una transformación sin igual; nos convierten en hijos de Dios (Jn 1:12-13). Entienda esto muy bien: el que está en Cristo, es hijo de Dios.

El segundo grupo de preguntas nos obliga a plantearnos por qué definen el uso de esta salvación como si esta fuese un casco o un yelmo. Los cascos militares se usan para proteger la cabeza de los golpes fuertes que pueden ser recibidos en el combate. El enemigo sabe que si nos golpea en una cabeza descubierta, por lo menos logrará desorientarnos. La salvación como casco debe entonces ser entendida como una protección contra los golpes que desorientan. Los creyentes tenemos la obligación de proteger el corazón y la mente. Esto es fácil de entender si tomamos como dato objetivo que el corazón y la mente son las “tarjetas” o blancos que persigue el plan estratégico del enemigo.  

La incertidumbre y la duda son solo algunas de las armas usadas por el “malo” para procurar desestabilizar nuestra peregrinación en la fe. Un creyente que posee dudas sobre su salvación o que vive en la incertidumbre de su liberación o redención, de su propiciación, de su reconciliación con Dios y/o de su justificación, será sin duda alguna un creyente desorientado y en peligro de muerte. Un creyente “aguzao” nunca se quitará el casco, a menos que esté en un lugar en el que sepa que no será atacado. Todos sabemos que no hay muchos lugares que satisfagan ese requisito.”  
 
¿Puede usted imaginar el significado que posee el verso 16 del Salmo 91 luego de haber recibido toda esta información? ¿Qué significado tiene entonces esa promesa, la promesa de que Dios nos mostrará su salvación?

Otra reflexión publicada en El Heraldo (Julio 16 de 2006) trataba este tema desde la perspectiva del pecado del que somos salvados por la misericordia y la gracia de Dios:
 
Hemos aprendido que existen diversas dimensiones y formas de pecado; hemos aprendido que todas ellas causan la muerte del pecador. Errar en el blanco (hamartía), cruzar al otro lado de los límites demarcados (parábasis), resbalar o pecar sin intención (paraptoma), actuar fuera de la ley (anomía) y/o dejar de cumplir con un deber (ofeilema), son tan solo definiciones de causas de muerte.

Estas acciones nos matan porque, tal y como hemos visto, ellas producen rupturas imposibles de ser reparadas con nuestras propias fuerzas. Con ellas se rompe la relación con Dios, la relación con nosotros mismos, la relación con los demás y la relación con la naturaleza. Hemos visto el desarrollo de estas rupturas en el análisis de Génesis 3. En ese pasaje bíblico el ser humano rompe su relación con Dios; se esconde. El ser humano rompe su relación consigo mismo; siente vergüenza de su propia desnudez y se cubre. El ser humano rompe su relación con los demás; acusa a Eva. El ser humano rompe su relación con la naturaleza; esta se convierte en su enemigo aún para alimentarle. Esas clases de rupturas no pueden ser reparadas por fuerzas humanas. Para ello se requiere algo más poderoso y efectivo.

Por otro lado, hemos tenido la oportunidad de analizar la traducción de todos estos conceptos que significan pecado a un idioma que podemos entender mejor; el de la post- modernidad. Hemos hablado de pecado definido de la siguiente manera:
 
Riqueza sin trabajo
Placer sin conciencia
Conocimiento sin carácter
Comercio sin moral
Ciencia sin humanidad
Política sin principios
Adoración sin sacrificios [2]
 
Aunque sabemos que cada una de estas frases merece una reflexión por separado, permítame compartir un análisis simple de una de ellas. Esto obedece al hecho de que uno de nuestros jóvenes me preguntó la semana pasada porqué se definía el conocimiento sin carácter como pecado. Las razones no son muy complicadas. Basta señalar que vivimos en la era de la información; una era en la que nuestro conocimiento se duplica cada 18 meses. En esta era, el ser humano lejos de crecer y madurar, se ha lanzado como nunca antes a la auto destrucción. Un testimonio de esto es que una gran parte del uso que le damos hoy día a la autopista de las comunicaciones (Internet) es para la auto-gratificación, la banalidad y la explotación sexual de otros. Esto es un vivo ejemplo de falta de carácter. En otras palabras, conocemos mucho, pero tenemos menos carácter.

Los creyentes no estamos excluidos de esta definición. Por desgracia tenemos que admitir que son muchos los cristianos que han estado acumulando conocimiento, pero sin experimentar cambios o desarrollo en su carácter. Abundando sobre esto, C.S. Lewis, en su libro “Mere Christianity” (Part 3, Chapter 5 Par 14), dice lo siguiente:  
 
“The sins of the flesh are bad, but they are the least bad of all sins. All the worst pleasures are purely spiritual; the pleasure of putting other in the wrong of bossing and patronizing and spoiling sport, and back-biting, the pleasures of power, of hatred. For there are two things inside me, competing with the human self which I must try to become. They are the animal self and the diabolical self. The diabolical  self is the worse of the two. That is why a cold, self-righteous prig who goes regularly to church may be nearer to hell than a prostitute. But of course, it is better to be neither.”
 
Lo más impresionante de todo esto no es saber cuán abajo nos hace caer el pecado. Lo más impresionante de esto es saber lo que la misericordia de Dios hace por nosotros y con nosotros. Ese capítulo dos de Efesios declara que nuestro Dios, siendo rico en misericordia (Efes 2:4) es capaz de convertirnos en hechura suya (poiema, Strong G 4161) (Efe 2:10).  Ese pasaje dice que Dios hizo esto en Cristo Jesús. El Diccionario Teológico Kittel (“Kittel Theological Dictionary of the New Testament” Vol. VI pg 467) define este concepto como poema. En otras palabras, que nosotros muertos en pecado y condenados por nuestra rebeldía y nuestras acciones, hemos sido re-creados (nueva creación) en un poema o en una canción de Dios. ¿No le parece maravilloso el resultado de la gracia divina? Es mucho que más que maravilloso; es sublime. John Newton decidió escribir así sobre esa gracia, luego de experimentarla en carne propia. Las cuartillas escritas como producto de su experiencia con esa gracia le han dado la vuelta al mundo en docenas de idiomas y dialectos.
 
Sublime gracia del Señor, que un infeliz salvó; Fui ciego más hoy miro yo, perdido y Él me halló. 
Su gracia me enseñó a temer, mis dudas ahuyentó; ¡Oh cuán precioso fue a mi ser, al dar mi corazón!
En los peligros o aflicción, que yo he tenido aquí; Su gracia siempre me libró, y me guiará feliz.
Y cuando en Sión por siglos mil, brillando yo esté cual sol; Yo cantaré por siempre allí, Su amor que me salvó.[3]      (John Newton, 1725-1807, “Amazing Grace”)  
 
Esa gracia ha producido en nosotros y con nosotros una nueva creación. Los creyentes somos por ella una nueva humanidad. Esa gracia nos ha transformado en un poema escrito por Dios para su propio deleite. La tinta usada para escribir esas estrofas fue la sangre derramada en el Calvario por el Hijo de Dios. Esa sangre derramada nos resucitó de la muerte del pecado y nos dio vida. Esa sangre derramada nos perdonó de todos los pecados, los remitió y nos redimió (rescató) de la esclavitud de la carne. Esa sangre derramada nos garantiza vida juntamente con Cristo y nos asegura un espacio en los lugares celestiales. Esa sangre derramada nos abre puertas para acercarnos al Padre (justificación). Esa sangre derramada nos hace estar en paz con Dios (propiciación). Y esa sangre solo pudo ser derramada por la gracia del Padre manifestada en el Hijo. Nunca olvidemos esto; la gracia del Señor es la que ha hecho posible todo esto y tal como dice René González: “sólo Su gracia me ha sostenido…..Su gracia es el poder que me sostiene.

¿Qué significado posee la promesa que hay para nosotros en el verso 16 del Salmo 91? Hay varios aspectos acerca de la salvación que no hemos analizado aún. Por ejemplo, las  
responsabilidades que nos adscribe la salvación. Esto formará parte de nuestra próxima reflexión.
Referencias

[1] Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (1977). Enhanced Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon  (pp. 906–909). Oxford: Clarendon Press.  
[2] Mizraim Esquilín. “Esperanza contra Esperanza” (Casa Creación, 1996,  p 45)
[3] Las últimas dos líneas fueron añadidas por John P. Rees (1828-1900)  

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