May 18th, 2021
14 Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. 15 Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré. 16 Lo saciaré de larga vida, Y le mostraré mi salvación. (Salmo 91:14-16)
Las reflexiones más recientes acerca del Salmo 91 nos han permitido comenzar a identificar las características que adquieren aquellos que se enfrentan a las tribulaciones en la vida agarrados de la mano del Señor. Esto es, habitando al abrigo del Altísimo y morando bajo la sombra del Omnipotente.
Las cuatro (4) características iniciales que hemos identificado son las siguientes:
- Son creyentes que aman a Dios (v.14).
- Son creyentes que conocen quién es Dios (v.14).
- Son creyentes que poseen una vida de oración eficaz; dependencia absoluta de Dios (v. 15).
- Son creyentes que saben que el Señor les acompaña en medio de los procesos que producen angustia (v. 15).
Sobre esta última característica tenemos que repetir algo que hemos compartido en otras reflexiones y añadir algo que aún no hemos compartido. Estos creyentes saben que no escaparán al fuego de la prueba, ni al tiempo de la tribulación, o al de las angustias, pero no pierden su fe ni su esperanza porque saben que el Señor está con ellos. Estos versos describen a creyentes que conocen lo que dice el Apóstol Pedro acerca de las pruebas, de las aflicciones y del sufrimiento:
12 Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, 13 sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. (1 Ped 4:12-13)
10 Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. (1 Ped 5:10)
10 Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. (1 Ped 5:10)
Lo que no hemos compartido acerca de esa característica es que el texto hebreo que se traduce “con él estaré… ” es la traducción de la frase hebrea “immo anochi.” Esta frase puede ser traducida literalmente como “Yo estoy con él.” O sea, que no se trata de que Dios va a acudir a estar con nosotros cuando llega el día terrible del dolor. Dios ya estará allí, siempre ha estado allí, nunca dejará de estar allí con nosotros.
La próxima característica que describen estos versos del Salmo 91 es que son creyentes liberados, vestidos, adiestrados para recibir y seguir instrucciones celestiales. O sea, que se dejan dirigir por el Señor. Hemos visto en otras reflexiones acerca de este salmo que el proceso de liberación que se describe aquí (“châlats”, H2502), implica una gama muy amplia de acciones, de actividades y de procesos.
El espectro que dibuja este concepto es muy amplio y rico en posibilidades y en el desarrollo de testimonios. Tan amplio que requiere que el creyente se deje dirigir por el Señor, acepte seguir instrucciones, tener plena confianza en Aquél que da las instrucciones y en muchas ocasiones estar dispuesto a perder para poder ganar. Repasemos algunos de los datos que hemos compartido acerca de ese concepto que se traduce como “libraré” en el verso 15 del Salmo 91.
Vimos en la reflexión del 30 de marzo del corriente que ese concepto puede ser usado para identificar la acción de quitarse el calzado (Det 25:10), ser arrancado de algún lugar, ser retirado, hacer que uno parta de algún lugar, ser libertado, ser despojado de algo, estropear algo, estar preparado, estar equipado o haber sido desplegado en formación para una batalla (Num 32:21). También incluye armar a uno para esto (Nm 31:3), ser vigoroso, ser rescatado o halado de algo o del algún lugar.
Vimos en esa ocasión que otros recursos académicos consultados añaden a todo esto el proceso de ser amamantado, mientras que otros incluyen el proceso de quitarse algo de encima, el estado de disociación (Ose 5:6), dividir una conexión por la fuerza, ser salvado o defendido de algún peligro (2 Sam 22:20; Job 36:16; Sal 34:7), o hacer a uno fuerte o vigoroso (Isa 58:11). En ocasiones puede ser traducido como ser echado a perder o ser consentido, u oprimido.
¿Cómo puede uno experimentar estas clases de intervenciones divinas sin ser transformado, amoldado y afinado para ser la clase de creyente que se somete a estos escenarios?
Los procesos descritos aquí son sin duda alguna herramientas en las manos de Dios para producir liberación en nosotros. Eso es lo que se desprende del uso del concepto hebreo que hemos mencionado. Es obvio que muchos de esos procesos pueden ser hasta dolorosos.
Viene a nuestra memoria el proceso de parir una criatura. Las presiones inhumanas que tiene que soportar un bebé para poder nacer son difíciles de entender. Los galenos que asisten a la mujeres cuando estas paren nunca dejan de sorprenderse. El parto es un proceso traumático para un bebé. No obstante, todos esos procesos son necesarios para conseguir que esa criatura trascienda del lugar seguro que el vientre materno le proveyó durante 40 semanas. El bebé tiene que enfrentar ese trauma para poder ser liberado de un lugar en el que no puede permanecer porque no podrá crecer ni vivir allí toda la vida.
Algo similar es este proceso de liberación que se describe en el verso 15 de este salmo. La realidad es que el proceso descrito aquí tiene como meta transformar a ese creyente para que pueda alcanzar confiar con certeza absoluta en Aquél que lo está dirigiendo al lugar en el que debe estar.
Sabemos que los ataques del lazo del cazador, de la peste destructora, del terror nocturno, de la saeta que vuela de día, de la pestilencia que anda en oscuridad y de la mortandad que destruye de día, son ataques reales. Estos ataques requieren la intervención divina; requieren liberación.
No obstante, nosotros no escogemos cómo Dios decide operar y producir esa liberación.
También sabemos que el mensaje que comunica el verso 15 implica que si vamos a necesitar liberación es porque vamos a tener que enfrentar los ataques y los intentos de aprisionarnos que estas amenazas presentan. Hay que levantar las manos y rendirse ante el Eterno porque el concepto que el Espíritu Santo le inspiró al escritor de este salmo afirma que no existe una metodología estandarizada y única para que Dios ponga en acción la agenda de liberación que ha prometido.
Hemos visto que en ocasiones ese proceso obligará al creyente a descalzarse. Ese creyente tiene que haber aprendido a obedecer a Dios para hacerlo con humildad y sujeción. Con humildad y sujeción, porque Dios no es el que le quitará el calzado. Ese calzado se lo tiene que quitar el que lo lleva puesto.
Tal y como vimos en una reflexión anterior, si Moisés no acepta descalzarse, no hubiese podido recibir la revelación, la encomienda y la capacitación divina para sacar al pueblo de Israel de Egipto.
Hay una cita de la reflexión publicada el 30 de marzo que queremos compartir:
Moisés seguía utilizando sandalias como egipcio y como persona cuarenta años después de haber salido de Egipto. Quitarse las sandalias era acabarlo de liberar de los terrores del pasado, de las ataduras con la cultura que lo había criado y desarrollado. La orden de Dios era sinónimo de despojarse de sus estructuras sociales, de sus disfraces políticos, de su posición dominadora, de su vida anterior. Este pasaje del libro del Éxodo dice que Moisés vivía, vestía y hablaba como un Egipcio.
[Nahum] Sarna argumenta que Moisés vivía para esconderse. Moisés aprendió a vivir escondiéndose y huyendo de sus realidades. La Biblia dice que tuvo que esperar a ser grande para rehusar llamarse hijo de la hija del faraón (Heb 11:24). Moisés huyó de Egipto y se escondió en el desierto. Estando en Madián se escondió detrás de un oficio; ser pastor de ovejas. De hecho, Moisés no sabía que Dios iba a usar ese oficio. No aparece un solo dato de él revelándole a Jetro que él era Hebreo en sus conversaciones iniciales. Es sólo después de la revelación de Dios que él experimenta, que él le comunica a su suegro que sus hermanos eran judíos (Éxo 4:18).
Descalzarse en este contexto es sinónimo de liberación. El Señor estaba liberando a Moisés para que pudiera ser un instrumento en las manos de Dios para la liberación de un pueblo que también estaba atravesando por periodos de angustia. Se trata de un proceso de liberación emocional, la liberación de las garras de aquellas amenazas emocionales y psicológicas que procuran destruirnos. Él ya no podía continuar escondiéndose de Dios. Tenía que mostrarse ante el Eterno tal y como él era.[1]
Hay una metáfora que nos puede ayudar a entender esto con claridad.
El mundo de las piedras preciosas está repleto de herramientas, de procedimientos, de técnicas y de expresiones muy típicas que describen los procesos para crear una joya. Por ejemplo, la tarea de encontrar un diamante en una mina es tan solo el comienzo de una “peregrinación” intensa por el que esa roca tiene que pasar para convertirse en una joya preciosa. Su formación es una cosa mientras que su preparación es otra.
Una de las herramientas más “amadas” por los especialistas en la preparación de algunas piedras preciosas es “la rueda lapidaria”. Este es un instrumento o herramienta que se usa para cortar, para suavizar y para otras tantas operaciones que hay que practicarle a las joyas preciosas. En algunas ocasiones esta herramienta se usa en altas velocidades mientras que en otras ocasiones se utiliza con velocidades muy lentas. La finalidad, la meta a alcanzar es una: liberar la piedra preciosa de sus imperfecciones para que esta pueda lucir y ser exhibida con alegría.
Veamos una descripción del proceso para cortar, tallar y pulir un diamante:
[Nahum] Sarna argumenta que Moisés vivía para esconderse. Moisés aprendió a vivir escondiéndose y huyendo de sus realidades. La Biblia dice que tuvo que esperar a ser grande para rehusar llamarse hijo de la hija del faraón (Heb 11:24). Moisés huyó de Egipto y se escondió en el desierto. Estando en Madián se escondió detrás de un oficio; ser pastor de ovejas. De hecho, Moisés no sabía que Dios iba a usar ese oficio. No aparece un solo dato de él revelándole a Jetro que él era Hebreo en sus conversaciones iniciales. Es sólo después de la revelación de Dios que él experimenta, que él le comunica a su suegro que sus hermanos eran judíos (Éxo 4:18).
Descalzarse en este contexto es sinónimo de liberación. El Señor estaba liberando a Moisés para que pudiera ser un instrumento en las manos de Dios para la liberación de un pueblo que también estaba atravesando por periodos de angustia. Se trata de un proceso de liberación emocional, la liberación de las garras de aquellas amenazas emocionales y psicológicas que procuran destruirnos. Él ya no podía continuar escondiéndose de Dios. Tenía que mostrarse ante el Eterno tal y como él era.[1]
Hay una metáfora que nos puede ayudar a entender esto con claridad.
El mundo de las piedras preciosas está repleto de herramientas, de procedimientos, de técnicas y de expresiones muy típicas que describen los procesos para crear una joya. Por ejemplo, la tarea de encontrar un diamante en una mina es tan solo el comienzo de una “peregrinación” intensa por el que esa roca tiene que pasar para convertirse en una joya preciosa. Su formación es una cosa mientras que su preparación es otra.
Una de las herramientas más “amadas” por los especialistas en la preparación de algunas piedras preciosas es “la rueda lapidaria”. Este es un instrumento o herramienta que se usa para cortar, para suavizar y para otras tantas operaciones que hay que practicarle a las joyas preciosas. En algunas ocasiones esta herramienta se usa en altas velocidades mientras que en otras ocasiones se utiliza con velocidades muy lentas. La finalidad, la meta a alcanzar es una: liberar la piedra preciosa de sus imperfecciones para que esta pueda lucir y ser exhibida con alegría.
Veamos una descripción del proceso para cortar, tallar y pulir un diamante:
Los diamantes en bruto, sin importar su tamaño, pasarían por un bruto trozo de vidrio opaco. Para resaltar su fulgor debe tallarse y pulirse con gran precisión. Para ello se requiere mucha destreza y paciencia, debido a que el diamante es la sustancia más dura que puede encontrarse en la naturaleza.
El primer paso consiste en dividir una piedra grande siguiendo los planos de su estructura cristalina. Este es el procedimiento más arriesgado. En 1908, antes de cortar el gran diamante Cullinan en Amsterdam Joseph Asscher estudio la piedra durante varias semanas. Un error pudo haber reducido el diamante a un montón de fragmentos y arruinar todo.
Es preciso calcular la dirección correcta del corte….se marca primero con tinta china la trayectoria del corte. Luego se usa un diamante más pequeño para hacer una guía de corte a lo largo de la marca de tinta; se coloca sobre ella una hoja de acero y se asesta un golpe. Si se sigue el procedimiento adecuado, el diamante se parte en dos; de lo contrario, se corre el peligro de convertirlo en añicos.
Después se usa una sierra para terminar el corte. Para ello, la piedra se prensa y se somete a la acción de un disco giratorio –Tan delgado como un papel- de bronce fosforado, aleación muy resistente. El disco da entre 4.000 y 6.000 rpm. Su canto está recubierto con una mezcla de polvo de diamante y aceite, lo que hace más lento el corte. Tallar un diamante de un quilate se suele tardar entre cuatro y ocho horas.
Después debe dársele forma al diamante, frotándolo con otro. Uno de los diamantes se hace girar con un torno, mientras el otro se sostiene contra él. El polvo de diamante se recoge cuidadosamente para luego cortar y pulir la piedra. La forma final de la gema depende de la configuración original de la piedra; pero debido a la realización de ciertos cortes necesarios se pierde gran parte del diamante. La gema final pesa por lo común menos de la mitad que la piedra en bruto sin cortar.
El último paso consiste en cortar y pulir las facetas que dan al diamante su brillantez. Para esto se frota con un disco giratorio de hierro, cubierto con polvo de diamante y aceite. Al girar a unas 2.500 rpm, el disco esmerila y pule cada faceta. Por último, el diamante se sumerge en ácido sulfúrico hirviendo para eliminar todo residuo de grasa y suciedad, proceso que no lo daña en absoluto. [2]
Tal es el proceso de liberación que Dios ofrece y que es descrito en el verso 15 de este salmo. Hay que destacar que el diamante no sabe ni puede protestar durante todo ese proceso: nosotros sí lo hacemos. El secreto subyacente a los dolores y a las angustias que experimentamos en la vida es permitir que Dios los utilice para transformarnos y moldearnos hasta que aprendamos a ser obedientes y sumisos a la voluntad del Eterno.
El primer paso consiste en dividir una piedra grande siguiendo los planos de su estructura cristalina. Este es el procedimiento más arriesgado. En 1908, antes de cortar el gran diamante Cullinan en Amsterdam Joseph Asscher estudio la piedra durante varias semanas. Un error pudo haber reducido el diamante a un montón de fragmentos y arruinar todo.
Es preciso calcular la dirección correcta del corte….se marca primero con tinta china la trayectoria del corte. Luego se usa un diamante más pequeño para hacer una guía de corte a lo largo de la marca de tinta; se coloca sobre ella una hoja de acero y se asesta un golpe. Si se sigue el procedimiento adecuado, el diamante se parte en dos; de lo contrario, se corre el peligro de convertirlo en añicos.
Después se usa una sierra para terminar el corte. Para ello, la piedra se prensa y se somete a la acción de un disco giratorio –Tan delgado como un papel- de bronce fosforado, aleación muy resistente. El disco da entre 4.000 y 6.000 rpm. Su canto está recubierto con una mezcla de polvo de diamante y aceite, lo que hace más lento el corte. Tallar un diamante de un quilate se suele tardar entre cuatro y ocho horas.
Después debe dársele forma al diamante, frotándolo con otro. Uno de los diamantes se hace girar con un torno, mientras el otro se sostiene contra él. El polvo de diamante se recoge cuidadosamente para luego cortar y pulir la piedra. La forma final de la gema depende de la configuración original de la piedra; pero debido a la realización de ciertos cortes necesarios se pierde gran parte del diamante. La gema final pesa por lo común menos de la mitad que la piedra en bruto sin cortar.
El último paso consiste en cortar y pulir las facetas que dan al diamante su brillantez. Para esto se frota con un disco giratorio de hierro, cubierto con polvo de diamante y aceite. Al girar a unas 2.500 rpm, el disco esmerila y pule cada faceta. Por último, el diamante se sumerge en ácido sulfúrico hirviendo para eliminar todo residuo de grasa y suciedad, proceso que no lo daña en absoluto. [2]
Tal es el proceso de liberación que Dios ofrece y que es descrito en el verso 15 de este salmo. Hay que destacar que el diamante no sabe ni puede protestar durante todo ese proceso: nosotros sí lo hacemos. El secreto subyacente a los dolores y a las angustias que experimentamos en la vida es permitir que Dios los utilice para transformarnos y moldearnos hasta que aprendamos a ser obedientes y sumisos a la voluntad del Eterno.
Job lo supo expresar así en un momento dado. Sus expresiones surgen en un momento en el que él expresa que ha buscado a Dios y que no lo ha podido encontrar:
8 Pero busco a Dios en el oriente, y no está allí; lo busco en el occidente, y no lo encuentro. 9 Me dirijo al norte, y no lo veo; me vuelvo al sur, y no lo percibo. 10 Él conoce cada uno de mis pasos; puesto a prueba, saldré puro como el oro. (Job 23:8-10, DHH)
Sabemos que hay un reclamo bíblico frecuente para que seamos obedientes. Las palabras que Samuel le dijo a Saúl acerca de esto resuenan eternamente:
22 Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. (1 Sam 15:22)
No obstante, la obediencia que se describe en el salmo 91 no es una de sujeción sin voluntad o porque no nos queda otro remedio que no sea obedecer. La obediencia que se describe aquí es una motivada por el amor con el que amamos a Dios. Así lo enseña la Santa Palabra:
23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. 24 El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. (Jn 14:23-24, RV 1960)
El valor de las experiencias que tenemos con el Señor en medio de las tribulaciones es que estas tienen que revelarnos el poder y la gloria de Dios. Esto es un hecho indiscutible. Sin embargo, un bien mayor es que esos escenarios nos acerquen tanto y tanto a Dios que aprendamos a amarle no por lo que Él hace sino por lo que Él es.
El escritor del Salmo 91 dice en el verso 15 que la saeta que vuela de día y la pestilencia que anda en oscuridad nos puede llevar a vivir esa experiencia con Dios si decidimos habitar al abrigo del Altísimo y morar bajo la sombra del Omnipotente.
Referencias
[1] Reflexiones de Esperanza. Ep. 32; 30 de Marzo de 2021: “Dios nos habla en medio de las crisis y de las tribulaciones (Pt. VII) (El clamor del ser humano y las respuestas de Dios)”
[2] http://blog.soovil.com/como-se-hace-el-tallado-y-pulido-de-los-diamantes/.
[1] Reflexiones de Esperanza. Ep. 32; 30 de Marzo de 2021: “Dios nos habla en medio de las crisis y de las tribulaciones (Pt. VII) (El clamor del ser humano y las respuestas de Dios)”
[2] http://blog.soovil.com/como-se-hace-el-tallado-y-pulido-de-los-diamantes/.
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AUTOR: MIZRAIM ESQUILIN GARCIA
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