Reflexiones de Esperanza: Efesios: la estructura de la primera oración en esta carta (Parte II)

“15 Por esto, como sé que ustedes tienen fe en el Señor Jesús y amor para con todo el pueblo santo, 16 no dejo de dar gracias a Dios por ustedes, recordándolos en mis oraciones. 17 Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente.”  (Efesios 1:15-23, Dios Habla Hoy)
           
Retomamos el análisis de las oraciones que hace el Apóstol Pablo en la Carta a Los Efesios. Este análisis cobra importancia toda vez que hemos decidido iniciar el año puntualizando sobre el poder que posee la oración para traernos a esa revelación celestial que transforma al ser humano. La invitación que hace el profeta Jeremías a este respecto nos ha convocado desde finales del año que acaba de concluir: “clama a mí y to te responderé” (Jeremias 33:3a).

Sabemos que la primera oración que Pablo levanta en esta carta (Efesios 1:15-23) puede ser subdividida en varios segmentos. El primer segmento (vv. 15-17) continúa con la celebración que él desarrolla en los primeros 14 versos del primer capítulo de esa carta. Además, sabemos que Pablo utiliza estos versos iniciales para describir las razones que lo han motivado a orar por esta Iglesia, cuál es la definición de su vida de oración, y qué es lo que él le está pidiendo al Señor que le conceda a esa amada Iglesia.

El segundo segmento de esta oración (vv.18-19) Pablo los utiliza para explicar cuáles son los resultados que él espera de esa oración. Esto es, qué es lo que él espera que suceda en la Iglesia con la otorgación de lo que él le ha pedido a Dios que derrame sobre la Iglesia en la ciudad de Éfeso.

El tercer segmento de esta oración (vv. 20-23) está enfocado en la plenitud de Cristo y en Su poder. Ese segmento está enfocado en el poder de Dios que opera sobre la Iglesia. Además, está enfocado en la Iglesia como un organismo vivo, el cuerpo en el que Dios ha decidido manifestar toda la plenitud de Cristo: el Cuerpo de Cristo.

Ya sabemos que los versos anteriores a esta oración (Efe 1:1-14) sirven, entre muchas otras cosas, para señalar lo que le faltaba a esa Iglesia en relación a lo que esta tenía. Sabemos que la Iglesia en Éfeso tenía bendición y se sabía elegida por Dios, pero le faltaba esperanza. Sabemos que la Iglesia de Éfeso sabía que había sido redimida y salvada por Dios, pero desconocía el alcance de su herencia; la herencia en los santos. Sabemos que la Iglesia de Éfeso poseía una fe y un amor práctico, pero carecía del poder de Dios. Sabemos que esa Iglesia trabajaba muy bien, pero no conocía la plenitud del poder de Dios. Esa Iglesia no había desarrollado un conocimiento pleno de Dios. Además, a base de lo que Pablo presenta en su oración parece que esa Iglesia tampoco conocía las implicaciones de ser Iglesia como “plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efe 1:23b)

Pablo está diciendo que lo ha movido a la oración el testimonio de la fe (“pistis”, G4102) y del amor puesto en práctica (“agapē”, G26) que esa Iglesia poseía. Las implicaciones que tiene el uso de estos dos conceptos en los escritos paulinos son trascendentales. Tan solo piense que se han escrito miles de libros acerca de lo que Pablo dice cuando utiliza estos conceptos en pareja: fe y amor, “pistis” y “agapē”.  No olvidemos que Pablo era un especialista en decir muchas cosas con una sola palabra o en una sola frase.

Compartimos algunas notas muy interesantes acerca de la fe en El Heraldo del 8 de Julio de 2007. En esa reflexión se resume gran parte de lo que Pablo está diciendo cuando felicita a la Iglesia en la ciudad de Éfeso por su fe:

“No se puede hablar de la fe de manera singular. Para hablar de la fe se requiere hablar de la fe histórica, la fe salvadora, la fe temporal y la fe carismática. Ahora bien, dentro de las muchas definiciones que existen sobre la fe, podemos destacar algunas que de cierto están estructuradas sobre los elementos básicos que necesitamos para tener una mejor comprensión del mensaje paulino. Desde allí, la fe puede ser definida como el compromiso confiado de una persona, particularmente con Dios.

A partir del análisis del latín “fides” y del griego “pistis,” la fe puede ser definida como la lealtad o la fidelidad a esa “persona” con quien estamos ligados por promesas y/o tareas. Esta se diferencia del concepto “creer” en que este último es el proceso intelectual que tiene que ver con la aceptación de las proposiciones que hace la fe.

Tal y como decía Tomas de Aquino, le fe posee un componente racional toda vez que hay un objeto para la fe. La fe es la convicción de la existencia de Dios como Creador y Rector de todas las cosas, y de la declaración de la verdad divina. Esta no se limita al conocimiento necesario para aceptar como verdadero lo que Dios nos ha revelado en su Palabra y en la naturaleza (Stg 2:19); incluye el ejercicio de la confianza necesaria (Heb 11:1,7; Rom 4:18-21; 10:10; Efe 3:12; Heb 4:16; Stg 1:16) que da el Espíritu de Dios (Gal 5:22; Mat 16:17; 2 Cor 4:13; Jn 6:29; Efe 2:8; Fil 1:19).

La fe se recibe gratis desde el cielo (Efe 2:8). No obstante, la fe se aprende (Rom 10:14-17). El objeto de ella es la salvación del pecador (Mcs 16:16) y su asiento moral está en nuestra naturaleza y en nuestro intelecto (Jn 6:44; Hch 13:48; 2 Cor 4:6; Efe 1:17-18). Es por esto que la Biblia dice lo siguiente en Hebreos 11:6;

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.”

Del análisis de la raíz de donde surge el concepto “agradar” se desprende que sin fe es imposible conseguir que Dios levante o ponga en alto al creyente. Tenemos que analizar algunas porciones escriturales para entender el alcance de esta declaración. De cara a lo que conocemos del discurso de Jesús, sabemos que los discípulos fueron reprendidos por ser hombres de poca fe (Mcs 4:39-40). La poca fe les causó temor e incapacidad para enfrentar una tormenta. Por otro lado, la mujer sanada de flujo de sangre camino a casa de Jairo (Mcs 5:21-43), es felicitada porque su fe la potencializó (“empowerment”) para buscar sanidad y salvación; esto es, capacidad para enfrentar su tormenta.
 
La fe es considerada en el Nuevo Testamento como una base sobre la que tenemos que ser capaces de edificar nuestras peregrinaciones como creyentes (Judas 1:20). Es considerada como un elemento por el que hay que batallar o contender apasionadamente (Judas 1:3). Es considerada como la victoria que ha vencido al mundo (1 Jn 5:4). La fe es vista como una base de operaciones a la que hay que procurar añadirle algunas cosas tales como la virtud y el conocimiento (2 Ped 1:5). Es el arma por excelencia para resistir al enemigo (1 Ped 5:8-9). Es vista como la pieza clave para ser guardados por el poder de Dios (1 Ped 1:9) y para que se convierta en nuestra alabanza más vehemente, luego de ser sometida a escrutinio y a examen divino (1 Ped 1:7). Es el escudo con el que los Cristianos hemos sido llamados a defendernos de los ataques de los dardos del maligno (Efe 6:16).  

Encontramos lo siguiente dentro de aquellas cosas para los que la fe nos sirve como escudo:

-  defendernos de las saetas que procuran destruir en oculto a los rectos de corazón (Sal 11:2).
-  defendernos de los efectos hirientes de comentarios injustos (Sal 57:4).
-  defendernos del veneno de los discursos de aquellos que no conocen al Señor (Sal 58:3–7).
-  defendernos de la amargura del corazón provocada por mensajes mezquinos (Sal 64:3).
-  defendernos de los efectos de las mentiras (Sal 120:1-4).

Algunos escritores bíblicos engalanan la fe con adjetivos calificativos sin comparación, al mismo tiempo que la describen como una dimensión que necesita ser perfeccionada (Stg 2:22). Por otro lado, escritores del Nuevo Testamento han señalado que la fe que es sometida a prueba genera paciencia y nos hace estables (Rom 5:2; Stg 1:3, 6). Ella es la clave para la conquista de reinos, para hacer justicia, alcanzar promesas y tapar la boca de los leones (Heb 11:32-33). Ella viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios (Rom 10:17).”

Tenemos que señalar que lo que hemos compartido hasta aquí acerca de la fe es sólo la superficie de un océano insondable, la punta de un témpano teológico y bíblico que es gigantesco. Tomemos en consideración que no hemos considerado los siguientes aspectos:

  • La fe como la aceptación del “kerygma”: la predicación apostólica acerca de la muerte y la resurrección de Jesús, constituido como Señor, como Salvador y como Mesías, según fue prometido por el Padre, para estimular la fe y la conversión mediante la acción interventora del Espíritu Santo.
  • La fe como una relación personal con Cristo.
  • El contenido de la fe (Ej.: Rom 10:9).
  • Formas de creer y sus beneficios (Ej.: Rom 5:2; 14:22, 2 Cor 13:5, Filemón 5).
  • Las diferencias en los acercamientos a la fe que existen entre los escritores bíblicos.
    • Por ejemplo: los contrastes entre la fe que Pablo describe y la que Juan describe.
  • El carácter escatológico de la fe; la temporalidad de lo que existe de cara a lo que ha sido prometido.
    • La conducta del creyente cambia cuando decide abrazar la fe y esto lo conduce a decidir vivir abandonando algunas certezas humanas (Fil 3:9).
  • La fe como orientación hacia el futuro (Fil 3:12-14).
  • La fe y la salvación.
  • La fe y la capacidad para renunciar al mundo.
  • La fe y el conocimiento: la fe no está divorciada de la razón.
  • La fe y su relación con el amor.[1]
 
Esto es solo una muestra de todo lo que hemos dejado en el tintero.
 
Es muy importante destacar que hay que añadir a todo esto que hay una dimensión de la fe que es completamente racional que no conduce a la salvación. La Biblia dice que los demonios creen y tiemblan (Stg 2:19). Estos jamás serán salvos porque nunca trascenderán a la confesión de fe necesaria para ser salvos: “…con la boca se confiesa  para salvación” (Rom 10:10b).

También, hay que reconocer que hay una dimensión de la fe que es temporal. La Biblia dice que la semilla del Evangelio puede caer en la piedra:
 
“13 Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan.” (Lucas 8:13)
             
Repetimos, todo esto es solo parte de lo que Pablo está considerando cuando felicita a la Iglesia de Éfeso por su fe. Todavía no hemos entrado a analizar las implicaciones que posee el amor, el “agapē” que el Apóstol Pablo menciona en el verso 15 del capítulo uno (1) de la Carta a Los Efesios.
             
Ahora bien, examinemos esto utilizando lentes exegéticos un poco más amplios. Por ejemplo, el lente de la adoración. Compartimos en el libro El Despertar de la Adoración que la adoración requiere conocimiento. O sea, que no puede darse en la ignorancia. La adoración Cristiana sólo es posible desde el conocimiento de Dios y desde el autoconocimiento ante Él. Esto es, la radiografía que hace el Espíritu Santo de nosotros como creyentes y la revelación que nos ofrece de ese ejercicio. O sea, saber cómo nos vemos ante el Señor. Este es un principio bíblico que no concede alternativas.
 
“23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. 24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4:23-24).
 
Ahora bien, postulamos en ese libro que la adoración no requiere que entendamos a Dios. De ser así, nadie estaría capacitado para adorar a Dios. Para adorar sólo se requiere que le conozcamos a Él, a través de Cristo, y que nos conozcamos a nosotros mismos.
 No hay manera en que podamos adorar a Dios, responder a Su presencia en Cristo Jesús, si no tenemos fe.
             
Otro dato que compartimos en ese libro es que toda esta fenomenología y el desarrollo de la adoración se establece sobre la base de que el culto a Dios posee en sí mismo una dimensión de cambio racional. Basta repetir lo que dice el texto del Evangelio de Juan que hemos reseñado (Jn 4:23-24). La adoración neo-testamentaria se basa en el espíritu y en la verdad. Ambos fundamentos son dimensiones interdependientes en la adoración y de quiénes somos aquellos que adoramos. Esto es, la adoración no da comienzo externamente, comienza en la dimensión de nuestro espíritu. No es adorar con espíritu, sino adorar en espíritu.
 
Esta es una de las posturas básicas de los maestros de la Palabra Sagrada que Dios utilizó para esparcir la semilla del Evangelio en nuestro país. Uno de ellos es el Rdo. Abelardo M. Díaz Morales (padre de don Abelardo Díaz Alfaro, uno de los cuentistas más importantes de la América Latina). Este puertorriqueño, periodista, poeta y decano de los pastores bautistas en Puerto Rico, mientras pastoreaba la Primera Iglesia Bautista de Caguas, en Puerto Rico, resolvió escribir lo siguiente en una revista evangélica puertorriqueña del 1916, revista que ya no se publica; Puerto Rico Evangélico:
 
"Conocer a Dios con la razón es admirarle en sus obras; conocer a Dios con el corazón es amarle por su bondad; conocer a Dios con la voluntad es imitarle en su santidad y en sus propósitos. La verdadera adoración comprende este triple conocimiento de Dios, el cual se manifiesta en el creyente por medio de la admiración, el amor y la perfección espiritual."           (publicado el 25 de junio de 1916)[2]
 
Entonces, adoración en verdad es adoración sin ignorancia. Es adoración desde el contexto de un análisis serio de quienes somos y de quién es Dios. Esto es así porque la adoración que se requiere es en la verdad, en la “aletheia” (G225) de Dios. Este término lo que significa literalmente es “el velo que se descubre.”[3] O sea, la revelación de lo que está detrás del velo. Es por esto que cuando Cristo muere se rasga el velo del templo; para revelar la verdad divina. Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8). Que no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres en el que podamos ser salvos (Hechos 4:12).
             
Esto es solo parte de lo que Pablo está considerando cuando felicita a la Iglesia de Éfeso por su fe. O sea, que Pablo está diciendo que esa Iglesia poseía una fe práctica, además de todas las otras dimensiones de la fe que hemos presentado aquí. Sabiendo esto, entonces Pablo estaba diciendo que esa Iglesia sabía adorar a Dios.
             
Hay una pregunta que tenemos que formularnos inmediatamente. Esta es: ¿por qué había que orar por una Iglesia que gozaba de todas estas virtudes? Tal y como hemos reseñado en los párrafos iniciales de esta reflexión, a esa Iglesia le faltaba la esperanza. Ella desconocía el alcance de su herencia; la herencia en los santos. Esa Iglesia de Éfeso podía poseer una fe y un amor que se entrega, pero vivía ignorando el poder de Dios. Esto es, esa Iglesia no conocía la plenitud del poder de Dios. Esa Iglesia tenía mucha fe, pero no había desarrollado un conocimiento pleno de Dios. Esa Iglesia no había entendido las implicaciones de ser Iglesia como “plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efe 1:23b)
             
Una de las muchas virtudes que posee esta oración paulina es que nos enseña que no podemos  desconocer los avances y el progreso de aquellos por quienes oramos. No obstante, tampoco podemos ignorar que existen unas metas que Dios ha establecido para cada creyente, para la Iglesia en general.
 
“12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;” (Efesios 4:12-13)
 
“6 estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;” (Filipenses 1:6)
 
Podemos llegar a una conclusión inicial a base de todos estos datos: hay que intensificar la oración y hay que hacerlo siguiendo los modelos que nos regala la Palabra de Dios.
Referencias
 
[1] Bultmann, R. (1964–). πιστεύω, πίστις, πιστός, πιστόω, ἄπιστος, ἀπιστέω, ἀπιστία, ὀλιγόπιστος, ὀλιγοπιστία. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 174–228). Eerdmans.
   
[2]  Mizraim Esquilín, El Despertar de la Adoración, 1995, Miami, Editorial Caribe, pp.23-26.
   
[3] El uso y definición de este término es manejado con maestría y gran responsabilidad por varios teólogos. Entre ellos Wolfhart Pannenberg. 1976. Cuestiones Fundamentales de Teología Sistemática. Salamanca: Ediciones Sígueme.

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