Reflexiones de Esperanza: Efesios: la estructura de la primera oración en esta carta (Parte IV)

 “15 Por esto, como sé que ustedes tienen fe en el Señor Jesús y amor para con todo el pueblo santo, 16 no dejo de dar gracias a Dios por ustedes, recordándolos en mis oraciones. 17 Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente.”  (Efesios 1:15-23, Dios Habla Hoy)
           
El análisis de la primera oración paulina que encontramos en la Carta a Los Efesios nos ha conducido a trabajar con la investigación acerca del significado de la fe y del amor. Pablo comienza esa oración diciendo que él había escuchado acerca de la fe y del amor para con todos los santos que había en esa Iglesia.

Esa investigación nos llevó a concluir que la presencia de esa fe (“pistis”) y de ese amor (“agapē”) describe que esa Iglesia era carismática, en el sentido más amplio de ese concepto. Además, que esa Iglesia sabía adorar a Dios. Las aseveraciones finales de la reflexión anterior señalaban que la presencia de esa fe y de esa capacidad para amar sirviendo de manera desprendida no eran una garantía de que ellos pudieran haber recibido la revelación de la esperanza que no avergüenza. Ese amor y esa fe no eran una garantía de que conocían cuál es la herencia que Dios ha preparado para los suyos. Esa fe y esa  demostración de amor sacrificial no garantizaban que ellos conocían la plenitud del poder de Dios que está disponible para todos aquellos que creen en Jesucristo como su Señor y como su Salvador. Estas son algunas de las razones por las que Pablo decide orar por esa Iglesia de la manera en que lo hace en esta carta.

Tenemos que puntualizar que esa no es la única Iglesia que encontramos en el Nuevo Testamento que sufre de estas clases de necesidades. Todas las Iglesias tienen necesidades muy particulares. Un ejemplo impresionante de esto es la Iglesia en Corinto. La Biblia dice que esa Iglesia conocía todos los dones del Espíritu, que celebraba las liturgias eclesiásticas, que creía y predicaba el mensaje cristocéntrico (“kerygma”), y que creía en la resurrección de los muertos y en la venida Cristo. Sin embargo, estas eran algunas de las necesidades que tenía esta Iglesia:

Era una Iglesia sin amor:
“1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.” (1 Corintios 13:1)

No era una Iglesia espiritual:
“1 De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2 Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, 3 porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? 4 Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?” (1 Corintios 3:1-3)

Era una Iglesia fragmentada:
“10 Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. 11 Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. 12 Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. 13 Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:10-13)

Era una Iglesia escandalosa:
“1 De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre.” (1 Corintios 5:1)

Era una Iglesia que ofrendaba como una obligación:
“6 Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. 7 Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.” (2 Corintios 9:6-7)

No era una Iglesia humilde:
“17 Mas el que se gloría, gloríese en el Señor; 18 porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba.” (2 Corintios 10:17-18)
“7 Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros,”  (2 Corintios 4:7)
           
Hay otras necesidades que pueden ser identificadas leyendo las cartas que el Apóstol Pablo le escribió a esa Iglesia. Añadimos que este ejercicio puede ser repetido en todas las cartas que encontramos en el Nuevo Testamento. Los resultados que se obtienen al hacerlo son impresionantes.

Pablo conoce la Iglesia en Éfeso y es por esto que sabe de qué cosas carecen los hermanos que la componen: esperanza, conocimiento de la herencia de los santos y el pleno conocimiento de lo que es el poder de Dios.

Ahora bien, la Biblia dice que Pablo no comienza a pedir acerca de estas necesidades sin antes dar gracias: “no dejo de dar gracias a Dios por ustedes…” (Efe 1:16a, DHH).

La acción de gracias es un elemento central y fundamental de nuestra experiencia de fe y de la oración. La Biblia presenta muchos modelos y muchos ejemplos de esto. La mayoría de estos enfatizan la acción de gracias antes de que presentemos y que recibamos las respuestas a las necesidades que enunciamos en nuestras oraciones. De hecho, en muchas ocasiones la acción de gracias aparece en la Biblia como parte de los ejercicios que tenemos que hacer para poder discernir la ruta a seguir en medio de las experiencias que producen dolor y desaliento. En una nota editorial, tenemos que señalar que nos detuvimos a analizar esta dimensión de la acción de gracias en el año 2016.

Encontramos un ejemplo extraordinario acerca de la acción de gracias en el Evangelio de Juan. Es muy interesante el dato de que en la narrativa del capítulo 11 de ese Evangelio es Jesús el que se detiene para dar gracias. Leemos lo siguiente en Juan 11:38-43:

38 Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una
piedra puesta encima. 39 Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había
muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. 40 Jesús le dijo: ¿No te he dicho
que si crees, verás la gloria de Dios? 41 Entonces quitaron la piedra de donde había sido
puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme
oído. 42 Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está
alrededor, para que crean que tú me has enviado. 43 Y habiendo dicho esto, clamó a gran
voz: ¡Lázaro, ven fuera!

El lector debe haberse percatado que en este pasaje bíblico Jesús no da gracias porque el Padre lo va a escuchar. Jesús da gracias porque el Padre lo ha escuchado: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado.”(Jn 11:41b, Dios Habla Hoy). Esta aseveración provee una definición poderosa del concepto de la oración: Dios nos escucha antes de que oremos (Isa 65:24; Sal 139:4).

El tema de la acción de gracias es manejado por varios de los escritores que el Espíritu Santo inspiró para escribir las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, el Apóstol Pablo nos dice lo siguiente en su Carta a la Iglesia en la ciudad de Filipo:
 
Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! 5 Vuestra gentileza sea conocida de
todos los hombres. El Señor está cerca. 6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. 7 Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Fil 4:4-7)
           
El análisis exegético de esta porción bíblica nos permite concluir que la acción de gracias sirve como un modelo terapéutico para vencer la ansiedad. Es cierto que la invitación inicial del Apóstol es a que compartamos el gozo. Sí, gozarse es un asunto individual y personal, mientras que regocijarse incluye la acción de compartir el gozo. Luego de esto Pablo nos alerta acerca de la importancia de combatir el afán; “por nada estéis afanosos.” El Apóstol continúa diciendo que la manera más efectiva de hacerlo es incluir la acción de gracias en cada ejercicio de oración y ruego.

¿Por qué sigue Pablo este enfoque analítico? La respuesta la encontramos en el análisis del texto que él nos regala. En primer lugar, el concepto que se traduce como “afán” es el vocablo griego “merimnao” (G3309) que significa estar ansioso y/o preocupado. Este concepto proviene de los vocablos  griegos “merizo” (G3307) y “meros” (G 3313) que significan fragmentación, división y ausencia de unidad. O sea, que el afán es el resultado de un pensamiento fragmentado en y por muchos temas o problemas que manejamos.

Es aquí que la acción de gracias se hace vital. Ella aparece como un modelo terapéutico que nos
ayuda a cancelar esa fragmentación y a enfocarnos en lo que es realmente importante: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”  (Fil 4:7). Repetimos, la acción de gracias aparece como un modelo terapéutico que nos ayuda a cancelar esa fragmentación y a enfocarnos en aquello que es realmente importante.

El concepto “acción de gracias” es la traducción del vocablo griego “eucharistía” (G2169, 2 Cor 4:15; 9:11-12) que es el mismo que usamos para identificar la Cena del Señor. Esto es, la liturgia que nos lleva a proclamar y a recordar la presencia de la gracia, la misericordia y el amor salvador de Dios en su Hijo Cristo Jesús hasta que Él regrese por nosotros. Gracias en griego es “eucharistos” (se lee “eujáristo”).

Es cierto que no existe un vocablo hebreo (en el Antiguo Testamento) que sea similar a este concepto griego. Los más parecidos son el vocablo hebreo “todah” (H8426) que significa dar gracias a Dios y que incluye levantar las manos, y el vocablo “yadah” (H3034) que significa levantar las manos para dar gracias a Dios y adorarle. O sea, que los judíos combinan la acción de gracias con la adoración.

Es importante señalar que estas acciones de gracias no incluyen dar ofrendas. La ofrenda de acción de gracias es otro concepto. O sea, que la acción de gracias que se expone aquí no permite que se le añadan ofrendas de tipo alguno. Como dicen algunos de los tratados de Teología Sistemática: “This thanksgiving is inward veneration, not material offering.” [1]
 
Dentro de las razones teológicas que sustentan esto encontramos que la acción de gracias es una de esas acciones que son completamente voluntarias. La oración y la alabanza pueden ser provocadas y dirigidas por el Espíritu Santo (Zac 12:10; Mt 21:16). Recordemos lo que dice el Apóstol Pablo acerca de la oración en la Carta a Los Romanos:
 
“26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”  (Romanos 8:26)
 
En cambio, la acción de gracias es un ejercicio completamente voluntario. O sea, que es de las pocas cosas que nosotros decidimos ofrecer voluntariamente al Señor.
 
Esta acción volitiva es presentada y discutida en muchas porciones de las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, leemos en 2 Crónicas 5:11-14 que la presencia de Dios llena el templo cuando el pueblo decide alabar a Dios y dar gracias. Por otro lado, la invitación que hace el salmista en el Salmo 100 es a que entremos por las puertas del santuario con acción de gracias (Sal 100:4). Este pasaje, el del Salmo 100, nos va acompañar en nuestra próxima reflexión.
 
Al mismo tiempo, la instrucción paulina es que siempre debemos dar gracias (Efe 5:20) y que estas deben ser abundantes (Col 2:7).
 
Pablo añade que hay un interlocutor y/o un intermediario para las acciones de gracias. Esto es, que hay que dar gracias por medio de Jesucristo (Rom 1:8; Col 3:17). Además, que dar gracias en todo es la voluntad de Dios (1 Tes 5:18).
 
¿Cómo opera la acción de gracias? ¿Cuál es el carril terapéutico que ella sigue? La Biblia nos ofrece algunas respuestas para estas preguntas. La primera de ellas es que la acción de gracias nos permite experimentar y validar la presencia de Dios. Veamos lo que dice el Salmo 75:1-3:
 
 1 Gracias te damos, oh Dios, gracias te damos, Pues cercano está tu nombre; Los hombres cuentan tus maravillas. 2 Al tiempo que señalaré Yo juzgaré rectamente. 3 Se arruinaban la tierra y sus moradores; Yo sostengo sus columnas. Selah
 
Se desprende de esta lectura que dar gracias nos permite experimentar lo que sucede cuando invocamos la presencia de Dios y validar que su nombre está cercano.
 
Saber que el nombre de Dios está cerca es saber que todo lo que Él ha prometido está cerca y disponible. Esto es, que Yavé Jireh (el Dios que provee) está cerca, que Yavé Shalom (el Dios que da paz) está cerca, que Yavé Nisi (el que levanta nuestra bandera) está cerca. Además, que el Anciano de días está cerca, que el León de la tribu de Judá está cerca, que la Estrella de la mañana está cerca y que el Anciano de días está cerca.
 
Saber que el nombre de Dios está cerca incluye que el Alfa y la Omega está cerca, que el Rey de reyes está cerca, que la Roca inconmovible de los siglos está cerca, que nuestro Señor está cerca.
 
Dar gracias nos permite experimentar la cercanía de Dios.
 
En segundo lugar, dar gracias activa el poder de Dios. Leemos en el Evangelio que Jesús da gracias antes de muchos de los milagros que Él hizo. Por ejemplo, en Mateo 15:32-38, en Mcs 8:4-8 y en Jn 6:8-13, vemos que Él da gracias antes de que se multipliquen los panes y los peces. En el primer relato de multiplicación de los panes y los peces (hay uno para alimentar 5 mil personas; Mat 14:13-21, y otro para alimentar 4 mil personas; Mat 15:29-39) encontramos que Jesús bendice (“eulogeo,” G2127) los alimentos. Este concepto también puede ser traducido como dar gracias. Esto es lo mismo que Jesús hace frente al sepulcro de Lázaro. Él decide dar gracias para que el poder de Dios fuera desatado.
 
Sabiendo esto, entonces hay que concluir que hay que dar gracias antes de que ocurra el milagro. Hay que dar gracias antes de que llegue la provisión de Dios. Hay que dar gracias antes de que llegue la consolación del Señor. Hay que dar gracias antes de que llegue el informe médico que certifica el milagro de sanidad divina. Hay que dar gracias antes de que llegue la solución divina al problema familiar. Hay que dar gracias para que se active el poder de Dios.
 
Pero hay un dato adicional: dar gracias activa nuestra fe. Esto también está presente en el relato de Juan. Jesús da gracias para que se activara la fe de todos los presentes y que creyeran que el Padre había enviado al Hijo. Vemos el mismo resultado en el verso once del capítulo seis (6) del Evangelio de Juan (Jn 6:11). La acción de gracias activa la fe.
 
Por último, el Apóstol Pablo subraya eso en su carta a la Iglesia en Colosas. Leemos lo siguiente en Colosenses 4:2
 
2 Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias;
 
La oración más efectiva es aquella que está permeada constantemente con acciones de gracias. Después de todo, Dios sabe de antemano lo que le vamos a decir en nuestras oraciones. Por lo tanto, dar gracias es una demostración de nuestra confianza en Él.
 
La invitación que nos hace el Señor, particularmente cuando estamos enfrentando nuestros cementerios y nuestros muertos (reales y metafóricos), es que decidamos dar gracias. Sí, dar gracias para validar la cercanía de nuestro Dios, para activar su poder, para validar nuestra fe y para demostrar nuestra confianza en Él. Debemos  subrayar que los creyentes en Cristo tenemos que dar gracias aun cuando estos beneficios no estuvieran disponibles.
 
Continuaremos este análisis en nuestra próxima reflexión. Basta señalar que una de las conclusiones que se deprende de lo que hemos compartido hasta aquí es que la acción de gracias nos beneficia a nosotros. Dios continua siendo Dios si nosotros no damos gracias. En cambio, nosotros nos perdemos bendiciones inefables si no lo hacemos.
Referencias
 
[1] Kittel, G., Bromiley, G. W., & Friedrich, G. (Eds.). (1964–). Theological dictionary of the New Testament. Grand Rapids, MI: Eerdmans.

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