Reflexiones de Esperanza: Efesios: la estructura de la primera oración en esta carta (Parte V)

“15 Por esto, como sé que ustedes tienen fe en el Señor Jesús y amor para con todo el pueblo santo, 16 no dejo de dar gracias a Dios por ustedes, recordándolos en mis oraciones. 17 Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente.”  (Efesios 1:15-23, Dios Habla Hoy)
           
La primera oración paulina que encontramos en la Carta a Los Efesios nos ha introducido en el análisis de la acción de gracias. Esta es una de las bases sobre las que opera la estructura de la primera parte de esta oración. La fe y el amor que el Apóstol identificó en la Iglesia, y su petición a Dios para que le concediera  a esa Iglesia el don espiritual de la sabiduría son las otras.

La acción de gracias formaba parte de la vida de este Apóstol. Veamos algunos ejemplos de esto:
 
“18 No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, 19 hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; 20 dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” (Efesios 5:18-20: dando gracias siempre por todo)

 “6 Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; 7 arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias.” (Colosenses 2:6-7: abundando en acciones de gracias)
 
“17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.” (Colosenses 3:17: dando gracias a Dios Padre por medio de Cristo).
 
“16 Estad siempre gozosos. 17 Orad sin cesar. 18 Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. 19 No apaguéis al Espíritu. 20 No menospreciéis las profecías. 21 Examinadlo todo; retened lo bueno. 22 Absteneos de toda especie de mal. 23 Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:16-23: porque es la voluntad de Dios)

“6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Fil 4:6)

“3 Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás;” (2 Tesalonicenses 1:3: hay que hacerlo siempre)

Debemos entender que la acción de gracias formaba parte de la vida del pueblo Judío. La Iglesia Cristiana bebe de esa tradición. La acción de gracias (“tôdâh”, H8426) era considerada algo más que una alabanza. Era parte de la liturgia porque invitaba a confesar el pecado y confesar el nombre de Dios (Jos 7:19; Esd 10:11). Nos topamos con esta realidad cuando revisamos estas referencias bíblicas en otras versiones de las Sagradas Escrituras.

“19 Entonces Josué le dijo a Acán: Hijo mío, da honor y alabanza al Señor y Dios de Israel, diciéndome lo que has hecho. ¡No me lo ocultes!” (Jos 7:19, DHH)

“11 Ahora, pues, confiesen su pecado al Señor, Dios de nuestros antepasados, y hagan lo que a él le agrada. Sepárense de los paganos y de las mujeres extranjeras.” (Esdras 10:11, NVI)

Necesitamos ampliar este análisis para poder entender la relación que existe entre dar gracias y la confesión del nombre de Dios. El Rdo. Ronald Allen (1868-1947)[1], un misiólogo destacado, señalaba que en sus experiencias misioneras encontró poblaciones que no tenían la expresión de gratitud en sus léxicos. Aun así, decía él, sabían cómo dar gracias. Un ejemplo de esto era una población en una de las regiones de la India. Esa población padecía de una enfermedad endémica progresiva de la vista. Las personas de esa región nacían con una visión correcta y la iban perdiendo según iban madurando hasta perderla por completo. Un médico misionero había desarrollado unos procedimientos para corregir este mal. Así, que los habitantes de esa región venían donde este galeno para que él realizara esa operación.
 
Este médico se sorprendió de que ninguno de ellos le diera las gracias hasta que comprendió que ese concepto no formaba parte de su vocabulario. No obstante, se sorprendió aún más cuando descubrió el significado de una expresión que todos sus pacientes usaban al final del procedimiento quirúrgico: “voy a decir su nombre.” Habían recibido algo tan maravilloso que tenían que proclamar el nombre de la persona que lo había hecho posible. O sea, que hay muchas maneras de dar gracias.
 
Hemos dicho en reflexiones anteriores que el pueblo Judío combinaba la acción de gracias con la adoración. Esta es la implicación de vocablo hebreo “todah” (H8426) que significa dar gracias a Dios y que incluye levantar las manos, y el vocablo “yadah” (H3034) que significa levantar las manos para dar gracias a Dios y adorarle. Pablo había sido adiestrado en esta práctica y en el conocimiento teológico e histórico de sus usos. Él poseía un conocimiento basto acerca de las Sagradas Escrituras y sabía que éstas  combinaban el ejercicio de la acción de gracias con la confesión del nombre de Dios y con las alabanzas.

 Veamos un ejemplo bíblico de esto:
 
“1 Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. 2 Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo. 3 Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. 4 Entrad por sus puertas con acción de gracias, Por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre. 5 Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, Y su verdad por todas las generaciones.” (Salmos 100, RV 1960)
 
Es muy interesante el dato de que este salmo posea la invitación a entrar al santuario con acción de gracias (“todah” (H8426), luego de haber mencionado el nombre del Señor en los primeros tres (3) versos:
  
“1 Cantad alegres a Dios”
“2 Servid a Jehová con alegría”
“3 Reconoced que Jehová es Dios”
 
El nombre de Yavé  y el nombre de Elohím son los nombres confesados aquí. Hay que desatacar  que los judíos se inclinan por traducir Adonai en vez de Yavé  en la mayoría de sus documentos porque para ellos el nombre de Yavé es impronunciable. Una vez más, la expresión para dar gracias, confesar y adorar es precedida por la acción de mencionar nombres de Dios.
             
El primer nombre de Dios que utiliza este escritor describe al Dios que es pre-existente, que es eterno, que se revela, que es el Señor. Se trata de Yavé , del “tetragramatón”, el nombre de las cuatro (4) letras, el nombre que es sobre todo nombre, el nombre más excelente, y es por esto que es impronunciable para ellos.
 
El segundo nombre describe al Dios Creador, al que es Supremo, al que es el Juez de toda la Tierra. Se trata del Elohím, el Dios verdadero, el Poderoso. Es a ese Dios al que cantamos, al que servimos, al que reconocemos y al que le damos las gracias.
 
Es muy interesante el hecho de que el Nuevo Testamento afirme que esos nombres son los nombres de Cristo, nuestro Señor y nuestro Salvador. La Biblia dice lo siguiente acerca de esto cuando describe a Jesús:
 
“9 Por eso, Dios le dio el más alto honor y el nombre que está por sobre todos los nombres, 10 para que se arrodillen ante Jesús  todos los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, 11 y para que todos reconozcan que Jesucristo es el Señor,”  (Fil 2:9-11, PDT)
 
“15 Nadie puede ver a Dios, pero Cristo es Dios en forma visible. Él existe desde antes de la creación y es supremo Señor de toda ella. 16 Con su poder creó todo lo que hay en el cielo y en la tierra, lo que se ve y lo que no se ve, ya sean ellos seres espirituales, poderes, autoridades o gobernantes. Todo ha sido creado por él y para él. 17 Cristo existió antes que todas las cosas, y todo el universo sigue su curso gracias a él.”  (Colosenses 1:15-17, PDT)
             
O sea, que el salmista, aún sin conocerlo, estaba confesando el nombre de Cristo e invitando al pueblo a entrar al santuario dándole gracias al Señor de la vida.
             
La acción de gracias era tan importante para el Apóstol Pablo que él llega a indicar que el uso de los dones del Espíritu son una forma de dar gracias (“eucharistia”, G2169) a Dios.

“16 Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho. 17 Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro no es edificado.” (1 Corintios 14:16-17, RV 1960)
             
Pablo dice esto en el contexto de uso del don de hablar en lenguas. O sea, que la manifestación de los carismas del Espíritu sirven para perfeccionar y unir la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo (Efe 4:8-13), además de servir como una herramienta para dar gracias a Dios.
 
Esto afirma las expresiones de que la acción de gracias sirve para validar la cercanía de nuestro Dios, para activar su poder, para validar nuestra fe y para demostrar nuestra confianza en Él. Los dones del Espíritu procuran conseguir esto. Repetimos que es por esto que los creyentes en Cristo tenemos que dar gracias constantemente: sin cesar.
 
Al mismo tiempo, el Apóstol Pablo señaló que las experiencias que producen dolor deben ser manejadas bajo el lente de que éstas provocarán que muchas personas den gracias. Esto es así porque estos dolores provocarán que vean la manifestación de la bondad de Dios, de la gracia de Dios interviniendo en nosotros y salvando a otros por medio de esas experiencias.
 
“15 Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios. 16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”  (2 Corintios 4:15-18)
             
Nada de esto debe sorprendernos porque después de todo, esto es también un anticipo del cielo. En el cielo no hablaremos lenguas (1 Cor 13:8), pero alabaremos y daremos gracias.
 
5 Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios. 6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. 7 El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. 8 Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. 9 Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: 11 Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.  (Apocalipsis 4:5-11)
 
Los versículos iniciales de la oración paulina que encontramos en la Carta a Los Efesios indican que Pablo da gracias a Dios por la fe y por el testimonio de vida de esa Iglesia. Esta no es la única ocasión en la que el Apóstol celebra esta clase de testimonio en una Iglesia. De hecho, hay pasajes bíblicos en los que él exhorta a los hermanos a desarrollar esa clase de generosidad para que esto provoque la acción de gracias en otros.
 
“11 Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias a Dios.” (2 Corintios  9:11)
             
Ahora bien, no se trata únicamente de que Pablo diera gracias a Dios por el testimonio de esa Iglesia. La Biblia dice que él no cesaba de dar gracias a Dios por esto. Tenemos que señalar que esta era la costumbre en la Iglesia del primer siglo:
 
“5 Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él.” (Hechos 12:5)
             
Había al menos dos (2) cosas que Pablo hacía sin cesar: orar y dar gracias.
 
“9 Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones,” (Romanos 1:9)
 
“3 acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 1:3)
 
“3 Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día;”  (2 Timoteo 1:3)
               
Esto presenta un reto extraordinario para la Iglesia de todos los tiempos. La oración paulina era constante e ininterrumpida.
 
En el lenguaje de Lázaro Albar, Pablo se había convertido en un orante: en una oración ambulante. Esto era así porque el Apóstol había descubierto que la oración era una herramienta del Espíritu para dominar aquello que es inferior en nosotros, o sea, que aún no lo hemos dominado. La oración es una herramienta del Espíritu para poder aprender a discernir entre lo trivial y lo que es realmente importante, entre lo vital y aquello que es simplemente accesorio o una excentricidad.
             
Luis Cintrano Bracho decía que la oración nos conduce a permitir que Dios actúe como Dios: que no sea limitado a comportarse como unos nuevos Reyes Magos, regalándonos cosas[2]. Cintrano decía que permitimos que Dios actúe como Dios cuando dejamos que Él se exprese a través de nuestro poder, de nuestra forma de hablar, de nuestra mente, de nuestro cuerpo, de nuestras capacidades para conocer. Dios actúa como Dios cuando le permitimos que se exprese a través de nuestras capacidades para comprender, a través de nuestra ignorancia, de nuestros fracasos, de nuestras enfermedades, de nuestras búsquedas y aún en aquello que no logramos encontrar. Luis Cintrano Bracho decía que esta es la clave hermenéutica para entender Lucas 11:1: “enséñanos a orar.”
             
Por otro lado, Lázaro Albar Marín decía que el orante descubre algunas cosas en ese proceso de ser transformado; en dejar de ser alguien que ora para convertirse en una oración ambulante. En primer lugar, que el clima de la oración cambia y ese cambio hace fuerte la llamada que nos hace Dios para dialogar con Él.
 
“Conseguir el clima de oración hace fuerte la llamada a la experiencia con Dios.…El entrar en el misterio del Amor de Dios supone una transformación de la mente y del corazón, un morir en las manos de Dios para entrar en la novedad del misterio. Allí, en la intimidad, todo queda transfigurado, va brotando el hombre nuevo y la mujer nueva de la nueva humanidad bañada en el amor de Dios”[3]
 

Albar añade que esta experiencia no trata acerca de saber sobre Dios, sino de aprender a amar a Dios. O sea, que la oración se convierte en una experiencia de amor y aquellos que aman saben dar gracias. Albar Marín añade que las obras del orante poseen profundidad de vida de oración. Esto es, que el orante vive allí una vida apasionante, todo en ese clima es admirable, propicia la adoración. Se trata de que en ese clima el “pobre en Espíritu” se inclina ante la majestad divina y es fortalecido hasta alcanzar madurez en Cristo. Es por esto que el orante ora sin cesar.
 
Estas son algunas de las razones por las que Pablo oraba y daba gracias sin cesar. Debemos reflexionar acerca de esto.
Referencias
   
[1] https://www.bu.edu/missiology/missionary-biography/a-c/allen-roland-1868-1947/
   
[2] Albar Marín, Lázaro. 1995. La oración y su métodos. Bilbao: Desclée De Brouwer, p. 22.
   
[3] Ibid., p. 29.

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