March 1st, 2022
“18 Pido que Dios les ilumine la mente, para que sepan cuál es la esperanza a la que han sido llamados, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da al pueblo santo, 19 y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia 20 cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,” (Efesios 1:18-20, Dios Habla Hoy)
Hemos estado analizando las oraciones que Pablo hace a favor de la Iglesia que se encontraba en la Ciudad de Éfeso. La Carta a Los Efesios posee dos (2) de esos ruegos, de esas plegarias. Nuestras reflexiones anteriores han sido dedicadas al análisis de la estructura de la primera de estas (Efe 1:15-23); particularmente al vocabulario utilizado allí. Las más recientes se enfocaron en el análisis del tema de la herencia por la que Pablo ora en esa primera oración.
Esta y las próximas reflexiones serán dedicadas al análisis del “poder” por el que el Apóstol ora en esta Carta:
“19 y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia 20 cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo,” (Efesios 1:19-20, Dios Habla Hoy)
Sabemos que el Apóstol Pablo está haciendo mucho énfasis en esta oración acerca del estado final de los creyentes, el estado glorioso de los creyentes en Cristo luego de la muerte. También sabemos que él hace énfasis aquí sobre el poder extraordinario con el que contamos para enfrentar las dificultades que nos asaltan en la vida aquí. Sabemos que estas aseveraciones predican que este poder es el mismo que el Padre utilizó para resucitar al Hijo de entre los muertos y para sentarlo a su derecha en el cielo. Todas estas conclusiones se desprenden de esos dos (2) versos bíblicos.
“19 También pido en oración que entiendan la increíble grandeza del poder de Dios para nosotros, los que creemos en él. Es el mismo gran poder 20 que levantó a Cristo de los muertos y lo sentó en el lugar de honor, a la derecha de Dios, en los lugares celestiales.” (Efesios 1:19-20, NTV)
Estas declaraciones no son poca cosa; tampoco son sencillas. Ellas abren un océano de posibilidades para los creyentes en Cristo. Esas aseveraciones derrotan todas las posibles excusas que podamos esgrimir para no lograr ser, ni lograr hacer aquello que Dios nos ha propuesto. Estas expresiones abren las ventanas de los cielos y nos permiten ver que se nos ha concedido una herramienta celestial para alcanzar el propósito que Dios ha definido para aquellos que creemos en Cristo como Señor y Salvador.
Ahora bien, estas expresiones paulinas también provocan una cantidad innumerable de preguntas. Por ejemplo: ¿qué clase de poder es este del que Pablo habla? ¿Cómo podemos definir ese poder? ¿Cómo opera este poder? ¿Cómo accedemos ese poder? ¿Para qué cosas sirve este poder? ¿Qué cosas están fuera de las definiciones de este?
Tenemos que comenzar a buscar respuestas para estas y para otras preguntas similares. No obstante, tenemos que comenzar asintiendo que estos versos implican que este poder viene del cielo. O sea que el cielo no es un estado: el cielo es un lugar con muchas dimensiones. Pablo dice en esta misma carta que nosotros recibimos bendiciones de esos lugares:
“3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,” (Efesios 1:3, RV 1960)
Sin embargo, también afirma, en un capítulo posterior de esta carta, que la Iglesia ya está sentada allí.
“6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” (Efesios 2:6-7)
Al mismo tiempo, Cristo dijo que Él iba al cielo a preparar lugar, en la casa del Padre, para que podamos tener un lugar junto a Él cuando venga por nosotros.
“1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. 3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.” (Juan 14:1-3)
Jesucristo dijo además que aquellos que venzan serán sentados con Él en Su trono así como Él ha vencido y se ha sentado en el trono con Su Padre.
“21 Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.” (Apocalipsis 2:21)
Estos y otros versos similares nos conducen a la conclusión de que el cielo no es un estado, sino que es un lugar. Al mismo tiempo, nos llevan a concluir que debe ser un lugar multidimensional, con muchos escenarios.
Hay otro escenario “at-large” que surge de estas declaraciones bíblicas paulinas y que tenemos que analizar antes de entrar en la búsqueda de respuestas para las preguntas que hemos formulado. Los versos paulinos que estamos estudiando (Efe 1:19-20) describen que el Padre resucitó al Hijo. ¿Esto significa que Cristo no podía resucitarse a sí mismo? ¿Cristo no posee todo el poder? ¿Dicen estos versos que Cristo es menor que el Padre? La respuesta absoluta, sin rodeos y sin ambages es que Cristo es Dios. Cristo posee todo el poder y toda la autoridad (Mat 28:16-20).
Hay una serie de aseveraciones en la Biblia acerca de la resurrección de Cristo. Cada una de estas está dedicada a los escenarios para los que fueron escritas. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan nos dicen que Cristo es la resurrección y la vida (Jn 11:25). Una vez más, ese texto no se limita a decir que Cristo posee ese poder. Ese verso bíblico dice que Cristo es la fuente de ese poder. Al mismo tiempo, ese Evangelio dice que nadie le podía quitar la vida a Cristo porque Él tiene el poder para ponerla en la Cruz y el poder para volverla a tomar
“17 Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. 18 Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” (Juan 10:17-18)
Estos versos dicen que Cristo se resucitó a sí mismo.
Al mismo tiempo, Pablo le dice a la Iglesia en Roma que el Espíritu Santo fue el que resucitó a Cristo de entre los muertos.
“11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Romanos 8:11)
Al mismo tiempo, la Biblia dice que Dios (el Padre) fue quien levantó a Cristo de entre los muertos.
“32 A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.” (Hechos 2:32)
En otras palabras, la Trinidad operó la resurrección de nuestro Señor: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La noticia de la resurrección y el poder empleado para resucitar a Jesucristo de entre los muertos son piezas claves para el mensaje del Evangelio. No olvidemos que la resurrección de Jesús el Hijo de Dios es pieza angular de ese mensaje.
Hemos escrito acerca de esto en innumerables ocasiones. En un escrito publicado en marzo del año 2013 decidimos relacionarlo con sus efectos en la historia de la humanidad. Comparamos allí este evento con el liderazgo ejercido por Sir Winston Churchill, Primer Ministro del gobierno Británico durante los años más candentes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y del período posguerra.
Algunos de sus historiadores nos han dejado saber lo que sucedió cuando el Rey Jorge VI lo invitó en Mayo 10 de 1940 a que ocupara la jefatura del gobierno y dirigiera a Gran Bretaña en contra de los enemigos que amenazaban a Europa y al mundo. Churchill aceptó el reto con mucha confianza, y dijo algo que sus biógrafos han citado para la posteridad: “Me sentí como si estuviera caminando con el destino y que toda mi vida pasada no hubiera sido otra cosa que una preparación para esta hora de prueba.”[1]
Jesús, el Hijo de Dios experimentó algo muy superior a lo expresado por Churchill. Decíamos allí que la Biblia nos deja ver que la obsesión del Señor Jesucristo era la Cruz necesaria para salvar al pecador y reconciliar al ser humano con el Padre. Así, la resurrección era la señal de aprobación del Padre al sacrificio realizado por el Hijo.
Charles Swindoll señala que el Hijo, ultrajado voluntariamente por una experiencia llena de angustia y dolor, se veía a sí mismo contantemente movido por esa Providencia Divina que le hacía saber que la Cruz no era una opción y sí una misión inexorable. Jesús no fue una víctima del destino ni un mártir casual. Jesús se encarnó y nació para ser crucificado y resucitar de entre los muertos para la gloria del Padre Celestial. Dios el Padre estaba así reconciliando al mundo consigo mismo en Cristo Jesús (2 Cor 3:18-19). La resurrección es entonces una pieza indispensable e insustituible del plan de salvación.
El concepto “resurrección” proviene del latín “resurgere” que trae consigo la idea de “regresar”, “volver a la vida” y “levantarse.”
Es John R.W. Stott, en su libro “Basic Christianity” el que nos dice que no es correcto que nos puedan poner en las manos un drama como “Hamlet” o “King Lear” y pedirnos que escribamos algo similar. Shakespeare podía hacerlo, pero nosotros no. Tampoco es correcto que nos muestren una vida como la vida de Jesús y nos digan que vivamos una vida similar. Jesús podía hacerlo, pero nosotros no. Pero si el “genio” de Shakespeare pudiera regresar a la vida y meterse dentro de nosotros, entonces podríamos escribir obras como las suyas. Y si el Espíritu de Jesús puede venir a vivir dentro de nosotros, entonces podemos ser capaces de vivir una vida como la de Jesucristo el Señor. No es suficiente tenerle como ejemplo; le necesitamos como Salvador.[2] Es por esto que Pablo insiste en que vivamos bajo ese poder: el de la resurrección.
Decíamos en el 2013[3] que es por esto que la resurrección es la razón fundamental detrás del mensaje del Evangelio. La resurrección es de lo que trata la Pascua; es de lo que trata la vida. San Pablo dice que si Cristo no resucitó nuestra fe es entonces una fe vana y aún nos encontramos en nuestros pecados (1 Cor 15:7). Es por esto que Pablo dice que el poder de la resurrección está disponible para nosotros: para que nuestra fe tenga evidencias de por qué no es una fe vana.
Karl Barth predicaba acerca de esto el 4 de Abril de 1920 en un sermón sobre 1 Cor 15:50-58.[4] Barth señalaba allí que la vida del Cristiano solo podría ir tan lejos de lo que le permitiera ir su visión de la Pascua. En su alocución Barth subrayaba que la humanidad le pertenece a Dios. Dios es el principio y el final. Es Dios el que pone en efecto la voluntad y el trabajo (el querer y el hacer; Fil 2:13). Es Dios el que ofrece esta respuesta no como una enseñanza o una opinión y sí como un hecho. Él lo demuestra todo haciéndolo: Él (encarnado) es obediente hasta la muerte en la Cruz (Fil 2:8). Él es victorioso. Este es el significado de la Pascua, de la resurrección.
Barth añadía que Jesús nos coloca allí en algo que él llama “inseguridad final,” no solo en nuestras relaciones con nosotros mismos y con los demás, sino en nuestra relación con el mundo y todo lo que hay en este. Constantemente nos preguntamos consciente o inconscientemente ¿qué es el mundo? ¿Qué cosa es la naturaleza? ¿Cuál es el significado y el sentido de la historia? ¿Qué cosa, si alguna, es el destino? ¿En qué consiste el espacio en el que existimos y cuál es el tiempo en el que vivimos? ¿Qué es lo que de verdad sabemos? ¿Qué significado tiene que solo conozcamos lo que somos capaces de conocer (“ahora conozco en parte” 1 Cor 13:11a)?
Hasta que esta inseguridad final no sea revelada en nosotros, todavía estamos durmiendo. Pero en Jesús nos despertamos. La inseguridad es descubierta. Los fundamentos de nuestro entendimiento comienzan a ser sacudidos debajo de nuestros pies. Es por esto que Pablo dice que el poder de la resurrección está disponible para nosotros: para que podamos vencer la inseguridad.
Es cierto que el testimonio de la resurrección de Jesús es más que suficiente para poder conseguirlo. Sin embargo, Dios que conoce nuestros corazones, decidió poner a nuestra disposición el poder de la resurrección para que venzamos nuestro peor enemigo: nuestra naturaleza.
Barth decía que Jesús nos lleva hasta la frontera final de nuestra existencia. Se trata de la frontera que conocemos muy bien, y que al mismo tiempo no la conocemos: la frontera de la muerte. Barth decía que no seremos capaces de obtener sabiduría hasta que no consideremos conscientemente que tenemos que morir (Sal 90:12). Adquirimos sabiduría en Jesús porque, nos guste o no, la sabiduría de Jesús es la sabiduría de la muerte vencida (Franz Overbeck). La verdad que subraya todo esto, decía Barth, es la verdad más allá de la tumba; ¡hemos sido arrancados de la muerte a la vida¡ Esto es la Pascua! Esta es la base sobre la que opera la oración paulina.
La resurrección de Jesús (Barth, T.F Torrance etal., señalan que tiene que ser literal o no hay Evangelio) es resurrección de exaltación. Luego de la humillación extrema de la Cruz, vencer la muerte a través de la resurrección era tan solo el primer paso en el proceso de exaltación hasta lo sumo. Samuel Rayan (1920 - 2019) un teólogo de la India, señalaba que es por esto que la resurrección de Jesús da inicio al tiempo del fin.
El resumen de esto es muy sencillo: la fe en la resurrección transforma todo lo que hacemos en la vida. El poder de la resurrección está disponible para nosotros.
Uno de los mejores testimonios bíblicos acerca de esto lo encontramos en Abraham, mucho antes de la resurrección de Jesús. Warren Wiersbe señala que Dios no quería la vida de Isaac (Gn 22). Lo que Dios quería era el corazón de Abraham. Wiersbe apunta que Dios quería que Abraham confiara en Él y no en la bendición que Dios le había concedido en Isaac. La Biblia dice que fue la fe en el poder de la resurrección que Dios tiene lo que transformó la prueba de Abraham en una experiencia de triunfo (Heb 11:17,19). Allí nos dicen que Abraham concluyó que él no podía tener problemas para recibir devuelto a Isaac porque el Dios que él conocía debía tener el poder para resucitar muertos. Abraham dijo esto sin haber visto o escuchado de alguien que hubiera resucitado. Es por esto que nuestra fe tiene que ser mayor que la de Abraham porque nosotros sabemos que Cristo resucitó. Pablo dice que ese poder está disponible para nosotros.
La resurrección de Jesús solidifica los fundamentos de la fe. Wiersbe ha dicho que fe es vivir sin esquemas humanos. Él dice que los esquemas humanos le trajeron problemas a Abraham en su matrimonio y en su caminar con Dios. El cumplimiento de las promesas de Dios no depende de los recursos humanos y sí de la confianza en las promesas que nos ha hecho el Eterno (Jn 11:25-26).
Dios puede hacer mucho más que levantar muertos con el poder de la resurrección. Dios puede transformar situaciones humanas insalvables, personas muertas en vida e infundir la vida de Cristo que hace que todas las cosas sean nuevas. Es por esto que la resurrección de Jesús es piedra angular del Evangelio. Como decía Robertson Nicoll, la tumba vacía es la cuna de la Iglesia.
El Apóstol Pablo nos deja saber que hay que orar para Dios nos permita vivir en ese poder, bajo ese poder, y para ese poder.
“18 Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, 19 y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz 20 que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales,” (Efesios 1:18-20, NVI).
Referencias
[1] Os Guinness, The Call (Nashville, Tenn.: Word Publishing, 1998), p. 79.
[2] John R. W. Stott, Basic Christianity (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1958), p. 102.
[3] El Heraldo, 31 de Marzo de 2013.
[4] Karl Barth;William H. Willimon. The Early Preaching of Karl Barth: Fourteen Sermons with Commentary by William H. Willimon (Kindle Location 2033). Kindle Edition.
[1] Os Guinness, The Call (Nashville, Tenn.: Word Publishing, 1998), p. 79.
[2] John R. W. Stott, Basic Christianity (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1958), p. 102.
[3] El Heraldo, 31 de Marzo de 2013.
[4] Karl Barth;William H. Willimon. The Early Preaching of Karl Barth: Fourteen Sermons with Commentary by William H. Willimon (Kindle Location 2033). Kindle Edition.
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