839 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 13 de marzo 2022

La Carta a los Efesios: una carta para la Iglesia en el mundo post-Covid (pt. 4) Reflexión por el Pastor/Rector: Mizraím Esquilín-García 839 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 13 de marzo 2022
 
“1 Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso: 2 Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.”
 (Efe 1:1-2)


             La reflexión anterior nos permitió revisar la estructura de la Carta a Los Efesios, particularmente lo que corresponde al saludo inicial que encontramos en esa carta. Reiteramos que gran parte de los datos que compartimos aquí han formado parte de las reflexiones que hemos publicado durante las pasadas 34 semanas acerca de esta poderosa carta paulina.
El Apóstol Pablo comienza el primer capítulo de su carta a la iglesia en la ciudad de Éfeso haciendo un señalamiento medular. Él decide llamar “santos y fieles” a los hermanos que recibirán esa carta. Esa introducción establece el tono de la discusión, de la predicación y de la parénesis (consejo moral) que él desarrolla y entrega en esa magna carta.

Llamar “santos” a los creyentes es mucho más que decir que son hermanos separados para Dios. El concepto que el Apóstol Pablo utiliza aquí es “hagios” (G40). En el griego antiguo este concepto se utilizaba para describir el objeto del asombro o del sobrecogimiento; en el sentido de la reverencia o en el de la aversión. El documento más antiguo que conocemos de su uso como adjetivo fue escrito por Herodoto para describir la relación con los santuarios de los dioses griegos. [1]

 Al mismo tiempo, el concepto bíblico de la santidad es uno intenso y fluido en el Antiguo Testamento. Hay constantes que surgen de predicados como estos: Dios es santo. El Espíritu de Dios en santo; el Nombre de Dios es Santo, etc. La combinación de la santidad y la gloria se utilizan para expresar la esencia de Dios.

 No obstante, hay escritores bíblicos cuyos énfasis teológicos se inclinan más que otros hacia el tema de la santidad. Por ejemplo, este tema es central en la teología del profeta Isaías. El “Trisagión” (tres veces santo; Isa 6:3) de su visión inicial permanece como algo normativo para la figura de Dios que él continúa compartiendo durante todo el libro que lleva su nombre. Esto no significa que la santidad no sea importante para los otros escritores bíblicos. Lo que esto significa es que algunos escritores bíblicos gustan de hacer más énfasis en la santidad que los demás.
 Hay que destacar que el “Trisagión” re-ocurre en el Nuevo Testamento.

  “8 Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir.”  (Apoc 4:8).

  Así como ocurre con el libro del Apocalípsis, también ocurre en los Evangelios. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan encontramos a Jesús describiendo al Padre como santo (Jn 17:11). En los sinópticos, Jesús instruye a reconocer la santidad de Dios en la oración: “santificado sea tu nombre” (Mat 6:9; Lcs 11:2). Los textos del Nuevo Testamento nos dicen que Jesús es santo (Mcs 1:24; Lcs 1:35; 4:34; Jn 6:69; Hch 3:14; 4:27, 30;1 Jn 2:20; Apoc 3:7;).

 Lo que hace todo esto más interesante es que la Iglesia y sus miembros también son consideradas como santos (Rom. 15:25 f.; 1 Cor. 16:1, 15; 2 Cor. 8:4 etc.). Ella y sus miembros son santos cimentados en el sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario y por el Espíritu de Dios:
  “11 Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.”  (1 Cor 6:10)
 “10 En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.” (Heb 10:10)

  Ella y sus miembros son santificados en la verdad:
  “19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.”
 (Jn 17:19).

 
Ella y sus miembros se visten de santidad:
  “12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;” (Col 3:12)

  Los miembros de la Iglesia lo hacen porque han sido santificados por el Señor:
 
 “32 Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.” (Hch 20:32)

  Además, la Biblia requiere que seamos santos:
  “15 sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Ped 1:15-16)

  Por otro lado, llamarles “fieles” (“pistós”, G4103) va mucho más allá de describir un ejercicio de fidelidad. Sabemos que este concepto se utilizaba en la Grecia antigua para describir a alguien en el que se podía confiar; alguien digno de confianza. A través de los siglos, este concepto comenzó a mutar para añadir a esa confianza el elemento de la fe que profesaban. En el caso del Cristianismo, el Evangelio define esa fe en acción como la confianza deliberada en la revelación del carácter de Dios, cuyos caminos nosotros no entendemos por el momento[2]. Esto es lo que describe este concepto llamado “fieles”. Esto es, son personas lavadas por la sangre que Cristo derramó en el Calvario, santificadas por ese sacrificio, santificados por la Palabra y por el Espíritu, que creen en Dios y que confían en Su providencia.[3]

 Tendremos la oportunidad de ampliar este análisis cuando estemos trabajando el tema de la fe en esta carta. Los lectores pueden adquirir una idea de la intensidad y de la importancia de este tema con tan solo considerar que aquellos que son fieles poseen fe (“pístis”, G4102). Aquellos que son fieles en el Señor poseen fe en Cristo y en Su Palabra.

 Dentro de las definiciones que nos provee la teología sistemática para esta relación encontramos que “pístis” es la aceptación del kerygma.  El kerygma es la proclamación apostólica del mensaje de salvación a través del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Esto de por sí presenta la necesidad de otra clase de análisis.

 En la carta a la Iglesia en la ciudad de Éfeso se utiliza el concepto “pistós” para describir a Tíquico, un hermano amado y de confianza: “fiel ministro” (Efe 6:21). El resto de la carta confirma que la combinación de ambos adjetivos (“santos y fieles”) predica que Pablo reconoce que los hermanos en Éfeso son creyentes comprometidos con la santidad y el servicio. Además, el Apóstol les describe e insiste en que estos se han lanzado a desarrollar ese carácter Cristo-céntrico que tanto se enfatiza en la Carta a los Efesios.

 Reconocemos que esta discusión puede ser muy amplia y extensísima. Para entender el alcance de la misma basta considerar que hablar de compromiso y carácter en el Evangelio presupone hablar de entrega e integridad. Esto también presupone hablar de convicciones y de visiones claras de lo que uno es y de lo que Dios desea que uno sea como creyente.
 Cuando hablamos de compromiso con el servicio y con la santidad podemos tomar como ejemplo los cinco niveles de compromiso que fueron definidos para el programa de células o de grupos pequeños de Saddleback Community Church.[4]

 El primero establece el radio de acción de aquellos que no quieren oír ni saber de Jesús. Su nivel de compromiso es de no-compromiso. Estos componen la comunidad que ve a la Iglesia desde afuera, sin interesarse por lo que pasa adentro de la grey.
 El segundo nivel es el de los que se interesan por escuchar. A estos le llamamos “los que asisten” a la Iglesia.

 El tercer nivel es el de aquellos que se comprometen a tener una relación con Jesús. Estos son llamados “congregación” en el programa desarrollado por Rick Warren.

 Existe un cuarto nivel de compromiso: este es el de aquellos que se comprometen a crecer en Cristo. Estos pertenecen a un segmento del círculo interior que es llamado “gente comprometida.” El último nivel es ocupado por aquellos que están comprometidos a servir a otros por causa de Jesucristo. La descripción de estos últimos coincide con las características que Pablo le adscribe a esos que él llama “santos y fieles” en esta carta.

 Este último nivel de compromiso describe creyentes que saben que su compromiso tiene un precio. Les ha costado sacrificios en sus sueños (Lucas 14:25-35), en muchos de sus deseos personales y en el establecimiento de sus prioridades. El Apóstol Pablo enfatiza en este nivel-tipo de compromiso constantemente. Por ejemplo, cuando leemos en Romanos 12:1-2 nos percatamos que ese costo es definido allí como “sacrificio vivo.” Él señala allí que además de ser uno vivo, debe ser agradable a Dios (“euarestos”; que significa que Dios está totalmente de acuerdo con ello).  O sea, que a la hora de hacer sacrificios como parte de nuestro compromiso de servir y santificarnos para Dios, no sacrificamos lo que deseamos, sino aquello que sea agradable a Dios. En algunas ocasiones podemos hasta predecir lo que nos pedirán. Uno de los renglones que por lo general se nos pide poner en la línea de fuego es nuestra autosuficiencia.

 La Iglesia en Saddleback ha ampliado este diagrama para añadir los comisionados; aquellos que son enviados a una misión.[5] El programa de Educación Cristiana y formación de esa congregación está basado en que todo esto forma parte del crecimiento espiritual. Ellos han definido este crecimiento como uno que tiene que ser intencional,  incremental, personal, práctico, relacional, multidimensional, de temporada y encarnado.[6]  

 Sobre toda esta discusión, el Profesor David McNally[7] ha dicho lo siguiente:
  “Commitment is the enemy to resistance, for it is the serious promise to press on, to get up, no matter how many times you are knocked down.”[8]

  (El compromiso es el enemigo de la resistencia, porque es la promesa seria de insistir y continuar presionando y levantarse, sin importar cuantas veces te hayan derribado.- Traducción libre)
  Los resultados que se obtienen al vivir vidas comprometidas con el servicio son simplemente extraordinarios. Hace muchos años escuché de un anciano de una Iglesia Bautista Americana que testificaba sobre ello (Henry Taube). Para 1947 este hermano se desempeñaba como un joven profesor de química en la Universidad de Chicago, mientras vivía en Wisconsin. La Universidad de Chicago programó ese año un curso graduado sobre esta materia en el que solo se matricularon dos estudiantes (Chen Ning Yang y Tsung-Dao Lee). Las alternativas que la dirección universitaria le sugirió al Profesor  Taube no fueron muchas. ¿Valdría la pena manejar 100 millas (ida y vuelta) dos veces a la semana para enseñar a dos estudiantes de otra concentración? El anciano dijo que de pronto sintió la necesidad de sacrificarse por esos dos muchachos.

 Sus sacrificios manejando en el crudo invierno de esa zona de Norte América, no se hicieron esperar. El anciano mostró recortes de cómo esos dos estudiantes ganaron un premio Nobel en Física para 1957 y Dios lo premió dándole a él otro premio similar (en química) en 1983. El sacrificio realizado por su compromiso con la educación rindió dividendos extraordinarios. Comprometerse con el servicio presupone un costo alto: sacrificial. Comprometerse con la santidad presupone un sacrificio aún más grande.

 Esto último ha sido descrito por el Pastor Mike Wilkins como “la Cruz del Compromiso.”
 Cuando hablamos de carácter e integridad hablamos de conceptos que todo creyente debe tener muy presentes. Uno no se da a la tarea de desarrollar un carácter Cristo-céntrico porque ha sido escogido para estar al frente del pueblo. Uno vive comprometido con esto porque es agradable a Dios y porque siempre encontraremos a alguien que nos observa de cerca y que sigue nuestro ejemplo (bueno o  malo).

             Permítame hacer algunos señalamientos sobre este concepto. Las formas y maneras en las que nos conducimos en la vida y tratamos con los asuntos de la vida, hablan mucho acerca de nuestro carácter. El carácter determina quienes somos en realidad. Lo que somos determina lo que de verdad vemos en las situaciones que observamos o enfrentamos. Lo que vemos determina lo que hacemos con ellas o en medio de ellas.

 El carácter nunca puede ser divorciado de las acciones. Tenemos que ir a examinar el carácter cuando encontramos que las acciones y las intenciones chocan de forma constante. Los talentos son un regalo; el carácter es una decisión. La manera en que decidimos vivir la vida crea y desarrolla el carácter y éste entonces revela lo que somos en realidad. El carácter no precisa usar palabras para hablar. Sus ejecutorias lo identifican y lo definen. Por último, el carácter de la santidad y la fidelidad del creyente se construyen sobre la base de la integridad. La santidad es la meta Cristo-céntrica que persigue todo creyente que quiere el carácter de Cristo.
 Obtenemos resultados poderosísimos cuando ambos conceptos se unen (compromiso y carácter) en la búsqueda de vivir en santidad y fidelidad a Dios. Cuando vivimos vidas comprometidas con el servicio, la santidad y la fidelidad y le permitimos al Santo Espíritu de Dios desarrollar en nosotros el carácter de Cristo, nada ni nadie nos puede detener hasta que alcancemos la meta propuesta por el Señor.

 Fallarle a Dios, o a su Iglesia no son opciones. Quebrantar el “Pacto matrimonial” no es una opción. Faltar a las asignaciones que Dios y su Iglesia han puesto sobre nuestros hombros, ni siquiera se considera. Cuando ambos están en operación, rehusamos abandonar la lucha a causa de algunas agendas personales, corajes, o “indigestiones del ego.”

 Se obtienen bendiciones extraordinarias cuando el creyente resuelve buscar de forma comprometida ser santo y fiel para el Señor. El Dios del cielo envía manifestaciones extraordinarias del Santo Espíritu, provoca experiencias extraordinarias en la vida y afina un discernimiento sobrenatural en el creyente, ayudándole así a desarrollar el carácter de Cristo. Este carácter desarrollado, produce un compromiso aún mayor con la santidad y la fidelidad que Dios exige, haciendo así que el ciclo se repita.

 Esta es la definición de la Iglesia de Éfeso que Pablo comparte cuando los llama “santos y fieles”. El Apóstol está diciendo con esto que esa era una Iglesia compuesta por creyentes con un carácter desarrollado, santificados por la sangre, por el Espíritu y por la Palabra. Además, está diciendo que Dios estaba de acuerdo con la vida que estos vivían.

 Este ciclo vuelve a repetirse muchas veces en la vida del creyente y los resultados finales de esto son los descritos por el Apóstol Pablo cuando argumenta que todos tenemos que llegar a la estatura del varón perfecto (Efesios 4:13).

 Hay que seguir creciendo en la fe y madurando en el espíritu en medio de todas las circunstancias que enfrentemos en la vida. Dios nos ha llamado para ser santos y fieles.
 
   [1]  Procksch, O., & Kuhn, K. G. (1964–). ἅγιος—ἁγιάζω—ἁγιασμός ἁγιότης—ἁγιωσύνη. G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 1, pp. 88–115). Grand Rapids, MI: Eerdmans.
   [2] https://www.goodreads.com/quotes/173548-faith-is-deliberate-confidence-in-the-character-of-god-whose.
   [3] Bultmann, R. (1964–). πιστεύω, πίστις, πιστός, πιστόω, ἄπιστος, ἀπιστέω, ἀπιστία, ὀλιγόπιστος, ὀλιγοπιστία. G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 6, pp. 201–228). Grand Rapids, MI: Eerdmans.
[4] https://commonslibrary.org/levels-of-commitment-from-community-to-core/
   [5] https://pastors.com/plan-growing-people-purpose/
   [6] https://pastors.com/eight-laws-for-spiritual-growth/
   [7] https://www.leadingauthorities.com/speakers/david-mcnally
   [8] https://www.pinterest.com/pin/197665871133295339/

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