March 27th, 2022
La Carta a los Efesios: una carta para la Iglesia en el mundo post-Covid (pt. 6)
La Iglesia y el poder de la oración 841 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 27 de marzo 2022
“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones,” (Efe 1:15-16, RV 1960)
Nuestras reflexiones anteriores nos han permitido auscultar el corazón del Apóstol Pablo respecto al testimonio público y privado de la Iglesia. En este caso, de la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso. Es obvio que él comienza su oración por esta Iglesia dando gracias a Dios por el testimonio de esa Iglesia, por su fe y por su amor. Esto es extraordinario porque podemos ver en esto a un apóstol que sabe reconocer las virtudes y los puntos fuertes de una congregación de fieles.
El testimonio de una Iglesia era vital para el Apóstol y sigue siendo vital para las Iglesias de todas las generaciones. Pablo celebra que la Iglesia en la ciudad de Éfeso no había permitido que las crisis provocadas por el gobierno del imperio romano y aquellas desatadas por las reacciones de algunos sectores pudieran impedir su trabajo.
Este elemento es vital en una época tan difícil y precursora del ostracismo, del aislamiento y del auto destierro que se han recetado muchos creyentes durante la pandemia que está por concluir. Mucho más serio si lo vemos de cara a un conflicto bélico que ha afectado a todo el planeta. La Iglesia del Señor debe repasar que Dios nos ha llamado a brillar para Él en todos los escenarios que podamos enfrentar.
Estamos conscientes de que los escenarios provocados por el COVID-19 nos han agobiado y que la mayoría de los seres humanos no tienen idea de qué es lo que nos depara el futuro. Estos escenarios son reales y pueden ser capaces de paralizar a cualquiera, sin importar cuán fuerte o capaz pueda ser. Los niveles de temor, de incertidumbre y de ansiedad continúan siendo altos y con mucha razón; las amenazas de un conflicto mundial no surgen con mucha frecuencia. No obstante, el mensaje de gratitud a Dios que expresa Pablo es una celebración de la resiliencia de esa Iglesia; cualidad que el Espíritu de Dios le otorga a todos aquellos que la buscan. Dios nos ha hecho las mismas promesas.
“28 ¿Acaso no lo sabes? ¿No lo has oído? El Señor, el Dios eterno, el creador del mundo entero, no se fatiga ni se cansa; su inteligencia es infinita. 29 Él da fuerzas al cansado, y al débil le aumenta su vigor.”
(Isa 40:28-29, DHH)
“No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo,yo te sostengo con mi mano victoriosa.” (Isa 41:10, DHH)
El segundo elemento que vemos en el corazón paulino es la oración misma. Pablo nos está haciendo saber la importancia que tenía la vida de oración para él como Cristiano y como Apóstol de Cristo.
Hace algunos años, específicamente en el año 2006, tomamos un tiempo para dedicarlo al análisis del tema de la oración. Especialmente, inspirados por estos versos que encontramos en el primer capítulo de la Carta a los Efesios.
Decíamos allí,[1] que nos estábamos “enfrentando” a la primera de las oraciones que San Pablo nos regala en la carta que escribiera a los Efesios. Ese era el inicio de una serie titulada “Características que forman una Iglesia Poderosa.” La primera y más importante de ellas era y sigue siendo la oración. Como parte de esa reflexión mencionamos que Rick Warren ha dicho que una Iglesia con un “prayer-less ministry” es una Iglesia con un “powerless ministry.”
Subrayamos allí que Dios ha prometido una explosión multifactorial para la Iglesia, pero esto no será posible hasta que aprendamos el valor de la oración. Todos y cada uno de nosotros tenemos que visitar este tema con mucha intensidad y apropiarnos de las enseñanzas que Dios tiene para nosotros en este campo de trabajo. Apuntalamos que esta no es una opción para la Iglesia del Señor; es una necesidad. La vida de la Iglesia depende de nuestro compromiso con esta área de la vida Cristiana. Más no basta con que estemos comprometidos con el desarrollo de una vida de oración. Tenemos que estar apasionados con ella. Los pastores, los ancianos, los síndicos, los líderes de ministerios, en fin, todos tenemos que procurar vivir apasionados con la oración. Esta necesidad se acrecienta con la crisis actual de inestabilidad política social, económica y las amenazas provocadas por el COVID-19 y por un dictador ruso llamado Vladimir Putin.
Una Iglesia en la que Dios va a hacer grandes cosas, que va a crecer y que anhela ser responsable con las tareas que le han sido encomendadas, tiene que ser una Iglesia de oración. Ella tiene que orar y tiene que solicitar que se ore por ella. Es cierto que grandes cosas suceden cuando las Iglesias oran. También es cierto que cosas extraordinarias suceden cuando las Iglesias oran sin cesar. Sin embargo, es la misma gloria de Dios la que desciende cuando la Iglesia vive apasionada con la oración.
Cuando los pastores están apasionados con la oración, no hay espacio para cosa alguna que no sea la presencia de Dios y sus milagros. Cuando los ancianos, los líderes de la Iglesia están apasionados con la vida de oración, todos ellos hacen arreglos extraordinarios para estar junto a la Iglesia en oración cuando ésta ha sido convocada a orar en las mañanas. No se puede concebir a un ministro del Evangelio que no esté conectado a la “fuente de poder” para hablar con el Señor que le comisionó al ministerio. Esto es, para hablar con Dios acerca de las necesidades del pueblo, y luego hablarle al pueblo aquello que escuchó de parte de Dios. No se puede ocupar la posición de anciano en la Iglesia si no se está apasionado con esa oración que intercede y presenta ante el Señor a ese pueblo que nos ha ordenado cuidar. No se puede ser un creyente en Cristo sin esa relación dialógica.
El Apóstol Pablo oraba por la Iglesia en Éfeso. Ya hemos visto que algunas de sus oraciones están recogidas en la carta que él le escribió a esa Iglesia. Pablo amaba mucho a esa Iglesia porque él fue el fundador de ella. Como la amaba tanto, no podía dejar de orar por ella. Mirando de cerca las oraciones que él hizo, podemos discernir mejor las características que posee esa oración que le place a Dios escuchar, y las razones que nos deben llevar de rodillas delante del Todopoderoso.
En la porción bíblica citada (Efesios 1:15-16), Pablo comienza diciendo que no cesa de dar gracias por los hermanos en Éfeso, dado el testimonio de fe y amor que se oía de estos. Él señala que hacía memoria de ellos en todas sus oraciones. Esto indica que Pablo conocía la Iglesia por la que estaba intercediendo y que sus oraciones por esta Iglesia eran constantes, frecuentes y consistentes. Pablo continúa diciendo que había pedido la intervención del Padre Eterno (el Padre del Señor Jesucristo) pidiendo Espíritu de revelación. Esto es, pidiendo que esa Iglesia recibiera sabiduría y revelación. Una Iglesia que es sabia y cuya salvación es administrada con sabiduría revelada por el Espíritu de Dios, tiene que ser una Iglesia poderosa. Esto es así porque es por esta revelación que podemos conocer mejor a Dios. Además, porque esta clase de búsqueda revela que amamos al Señor.
“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (1 Cor 2:9, RV 1960)
La oración de Pablo dice que la manera en que una Iglesia llega a recibir esa revelación que la hace sabia, es mediante la iluminación de su entendimiento. El concepto “entendimiento” que se usa aquí, describe un poder o una facultad con la que el alma puede recibir conocimiento o información. El “recipiente” de ese poder es descrito aquí como los “ojos del entendimiento” (alumbrando lo ojos de nuestro entendimiento para que sepáis …. (Efe 1:18).
Un dato interesante que encontramos en este pasaje es que el vocabulario utilizado por Pablo describe que esa revelación produce una acción que él llama “eidenai”.[2] Este verbo describe la acción de entender y de experimentar. La forma en que el Apóstol lo usa describe una acción que debe iniciar ahora. Esto se conoce en la gramática como un elemento incoativo. Esto implica o denota el principio de una cosa o de una acción progresiva.[3] Al mismo tiempo, este concepto describe que esto se completará en un punto en el futuro. Lo sabemos porque el verbo “eidenai” es conjugado por Pablo como un perfecto infinitivo. [4] O sea, que Pablo no solo está diciendo que el poder de Dios tiene que ser revelado (“phōtizō”, G5461). Pablo, utilizando un verbo, está diciendo que esa revelación nos lleva a conocer y a entender el poder de Dios aquí y ahora y que ese conocimiento se completará en el futuro. Él dice todo esto con una sola palabra: “eidenai”.
La teología paulina subraya que el entendimiento humano puede discernir la existencia de Dios, pero no puede discernir por sí solo lo sagrado de esa revelación. Para esto se requiere la intervención del Espíritu Santo. Sin esa intervención, ningún ser humano podría ser capaz de convencerse así mismo de pecado y aceptar la salvación de Dios en Cristo Jesús. Sin esa intervención no seríamos capaces de recibir ni de entender Su poder.
Pablo pide que la comunidad de fe, compuesta por hombres y mujeres salvados, reciba más de esa revelación. Él pide esta vez que se les grabe en el ser interior la magnitud de la esperanza a la que los creyentes hemos sido llamados. Pero no solo eso, sino que el Apóstol también pide que reciban por revelación la capacidad para discernir las dimensiones que tiene el poder que está disponible para nosotros los que creemos. Pablo subraya que ese poder que está disponible es el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó en los lugares celestiales dándole así autoridad sobre todo lo que existe.
Pablo no vacila en explicar que la clave para todo esto está en la oración. Hay que orar para que podamos recibir esa revelación, para que ésta se nos grabe en el corazón y para que podamos vivir vidas impactadas y conducidas en esa dimensión del poder de Dios.
Todo esto está disponible para aquellos que desean vivir vidas apasionadas con la oración. Cuando vivimos con esta pasión, todas las dimensiones de las operaciones celestiales descienden hasta hacerse palpables por nosotros y por ende nuestra vida comienza ser transformada.
Compartimos en una de las reflexiones bisemanales del año pasado (9 de Septiembre de 2021) que “el evangelio de la Iglesia,” como han llamado muchos teólogos a la Carta a los Efesios, comienza con un himno (Efe 1:3). Pablo le escribe un himno a esa Iglesia: una doxología.[5] Este dato revela el lugar que poseía la alabanza en la Iglesia del primer siglo. De hecho, una prueba de esto es que Pablo repite esas expresiones en su Segunda Carta a Los Corintios (2 Cor 1:3). Estas expresiones también sirven para describir la teología que se proclamaba a través de la alabanza. Esta es una invitación tácita para que revisemos lo que hacemos con nuestros coros, nuestros himnos y la teología que comunicamos a través de estos.
Debemos entender que aquello que cantamos revela lo que poseemos en el corazón. Una Iglesia que no hace transacciones con la teología fundamental del Evangelio, es una Iglesia a la que no se le ha dañado el corazón. La Iglesia tiene que mantener una teología cristocéntrica en su himnodia, aún en medio de los vendavales y de los retos más intensos a su fe. Nuestras alabanzas tienen que exaltar a Dios, al mismo tiempo que tienen que comunicarle al mundo en qué creemos y por qué creemos en lo que creemos.
A renglón seguido, esta carta nos presenta algo muy singular en las dos (2) oraciones que Pablo realiza a favor de esa Iglesia y de la Iglesia de toda la historia (Efe 1:15-23; 3:13-21). Estas oraciones revelan el lugar que poseía la oración en la vida de la Iglesia del primer siglo. Además, revelan algunos de los temas de oración de esta Iglesia.
La primera oración (Efe 1:15-23) está dedicada a pedir que el Señor ilumine la Iglesia, que le de revelación de aquello que es realmente importante. Esta clase de oración describe que Pablo estaba pidiendo que el Señor le concediera a la Iglesia una clase de revelación que le permitiera madurar en la fe. Esto es, madurar en el conocimiento de Dios y por ende, en el testimonio entre ellos mismos, así como en la comunidad en la que servían. Esta es otra clara invitación que nos hace el Espíritu de Dios para que revisemos nuestra vida de oración.
Los elementos de esta oración son tan intensos que requieren atención individual. Analizarlos nos ayudarán a entender con claridad el lugar que debe ocupar la oración en medio de la pandemia y de las crisis reinantes. No obstante, no podemos desaprovechar la oportunidad que nos regala este tema para reflexionar un poco acerca del poder que hay en la oración según lo describe la Biblia.
Hace algunos años (2007) nos detuvimos para estudiar este tema; el del poder que hay en la oración. Lo hicimos como Iglesia y como miembros de nuestras familias respectivas. Una de las áreas que subrayamos acerca de la oración es que ésta es una virtud, una herramienta que Dios nos regala para que podamos hablar con el Eterno. La importancia que ella posee reposa sobre unas verdades fundamentales. La primera de ellas es que orar nos permite aprender a escuchar la voz de Dios. Por otro lado, hablar con Dios y escuchar a Dios nos permite hablar de Dios; hablar de él con evidencias fidedignas. Además, orar es sin duda una experiencia en la que aprendemos a conocer quiénes somos y cómo somos en realidad.
Una de las grandes preguntas que surgen en la mente de todo creyente es cómo aprender a orar. La Biblia dice que los discípulos de Jesús presentaron esa misma inquietud (Lucas 11), resolviendo allí que había que pedirle al Señor que les enseñara orar.
A través de la historia la Iglesia ha tratado de responder a esta inquietud enfatizando en la necesidad de estudiar de cerca las oraciones esgrimidas por los héroes de la fe. Este énfasis se realiza entendiendo que nuestra vida de oración se enriquece si podemos entender cómo oraban estos; entre otras cosas, porqué oraban y para qué oraban. Sin duda alguna, los “bosquejos” de sus oraciones pueden ser imitados, internalizados e incorporados a nuestra vida de oración.
Una de las oraciones más poderosas que encontramos en el Nuevo Testamento es la primera de las oraciones que hace el Apóstol Pablo en la Carta a Los Efesios (Efe 1:15-23). Un análisis sencillo de esa oración nos puede proveer “el bosquejo” usado por el Apóstol en esa oración.
Pablo comienza esa oración dando gracias. En esa ocasión da gracias por la vida y el impacto que han tenido en su vida los testimonios de muchos creyentes en la Iglesia en Éfeso (Efe 1:16). Esos testimonios incluyen la fe de ellos y el amor que profesaban para con todos los santos (Efe 1:15). Esa oración es motivada por una “fe y un amor que se oyen.” O sea, una fe y un amor de los que hay evidencias. En esa oración Pablo ora al Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (Efe 1:17). La primera petición que el Apóstol presenta en esa oración es una para que Dios envíe espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; claramente una petición altamente espiritual y desligada de cosas terrenales. Como parte de esa petición, el Apóstol describe que su anhelo es que la revelación y la sabiduría puedan venir como un proceso de iluminación del entendimiento de esa Iglesia para que ella nunca pierda la esperanza que hay en el llamado que había recibido. En otras palabras, San Pablo usa los primeros estadios de su oración para suplicar al Padre que la Iglesia no pierda la capacidad de mantenerse enfocada en el propósito a la que ella fue llamada. Que ella no pierda la capacidad de mantenerse enfocada en la clase y dimensión de vida gloriosa y abundante a la que Dios le ha llamado. Él pide que la Iglesia vea su llamado con esperanza (Efe 1:17-18). El Apóstol confiesa que esa es la riqueza más valiosa que tiene la Iglesia.
Lo que hemos compartido hasta aquí puede ser resumido de la siguiente manera: el Apóstol ora con gratitud y pide iluminación y revelación para que la Iglesia nunca pierda la esperanza. Esta oración se reviste de una gracia especial solo con tomar en consideración que el que escribe está preso (Efe 6:19-20). Este preso es entonces uno muy especial, pues no usa su tiempo de oración para pedir por su libertad ni para que se le haga justicia. El Apóstol Pablo, mientras está preso, usa su tiempo para orar y escribir. Él ora pidiendo que la Iglesia conozca algo que él no ha perdido. Luego escribe acerca de esto para que la Iglesia pueda recibir el testimonio y la enseñanza de su maestro y fundador. El Apóstol Pablo usa la cárcel como altar de oración. Esta aseveración apunta a que cualquier lugar puede servir como lugar de oración.
Cuando el Apóstol continúa su oración pide que la Iglesia conozca el poder de Dios. Él dice en su oración que ese poder es “supereminentemente” grande, en adición a estar disponible para todos los que creen. En otras palabras, para el Apóstol Pablo, luego de que se pide por revelación y esperanza, hay que pedir autoridad y poder de Dios.
El Apóstol esgrime que hay evidencias de ese poder. El Apóstol señala que ese poder es más que suficiente para batallar contra toda amenaza que se levante contra la estabilidad del creyente; las amenazas presentes y conocidas y las amenazas desconocidas que se puedan levantar en el futuro. Tal y como hemos mencionado anteriormente, la oración de San Pablo incluye la petición para que la Iglesia conozca, entienda, y experimente el poder de Dios y que ese conocimiento sea completado en el futuro. Conocer ese poder le permitirá a la Iglesia hablar con autoridad de lo que está conociendo acerca de Dios.
Una Iglesia que posee, amor, que posee fe, que posee esperanza, que conoce su herencia en Dios y que conoce el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos, no necesita mirar hacia su izquierda ni hacia su derecha para vivir una vida plena.
[1] El Heraldo, Boletín Institucional, Mayo 21 de 2006.
[2] https://biblehub.com/text/ephesians/1-18.htm
[3] incoativo: https://dle.rae.es/incoativo
[4] https://dictionary.cambridge.org/grammar/british-grammar/perfect-infinitive-with-to-to-have-worked.
[5] Sproul, R. C. (1994). The Purpose of God: Ephesians (p. 21). Christian Focus Publications.
La Iglesia y el poder de la oración 841 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 27 de marzo 2022
“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones,” (Efe 1:15-16, RV 1960)
Nuestras reflexiones anteriores nos han permitido auscultar el corazón del Apóstol Pablo respecto al testimonio público y privado de la Iglesia. En este caso, de la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso. Es obvio que él comienza su oración por esta Iglesia dando gracias a Dios por el testimonio de esa Iglesia, por su fe y por su amor. Esto es extraordinario porque podemos ver en esto a un apóstol que sabe reconocer las virtudes y los puntos fuertes de una congregación de fieles.
El testimonio de una Iglesia era vital para el Apóstol y sigue siendo vital para las Iglesias de todas las generaciones. Pablo celebra que la Iglesia en la ciudad de Éfeso no había permitido que las crisis provocadas por el gobierno del imperio romano y aquellas desatadas por las reacciones de algunos sectores pudieran impedir su trabajo.
Este elemento es vital en una época tan difícil y precursora del ostracismo, del aislamiento y del auto destierro que se han recetado muchos creyentes durante la pandemia que está por concluir. Mucho más serio si lo vemos de cara a un conflicto bélico que ha afectado a todo el planeta. La Iglesia del Señor debe repasar que Dios nos ha llamado a brillar para Él en todos los escenarios que podamos enfrentar.
Estamos conscientes de que los escenarios provocados por el COVID-19 nos han agobiado y que la mayoría de los seres humanos no tienen idea de qué es lo que nos depara el futuro. Estos escenarios son reales y pueden ser capaces de paralizar a cualquiera, sin importar cuán fuerte o capaz pueda ser. Los niveles de temor, de incertidumbre y de ansiedad continúan siendo altos y con mucha razón; las amenazas de un conflicto mundial no surgen con mucha frecuencia. No obstante, el mensaje de gratitud a Dios que expresa Pablo es una celebración de la resiliencia de esa Iglesia; cualidad que el Espíritu de Dios le otorga a todos aquellos que la buscan. Dios nos ha hecho las mismas promesas.
“28 ¿Acaso no lo sabes? ¿No lo has oído? El Señor, el Dios eterno, el creador del mundo entero, no se fatiga ni se cansa; su inteligencia es infinita. 29 Él da fuerzas al cansado, y al débil le aumenta su vigor.”
(Isa 40:28-29, DHH)
“No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerzas, yo te ayudo,yo te sostengo con mi mano victoriosa.” (Isa 41:10, DHH)
El segundo elemento que vemos en el corazón paulino es la oración misma. Pablo nos está haciendo saber la importancia que tenía la vida de oración para él como Cristiano y como Apóstol de Cristo.
Hace algunos años, específicamente en el año 2006, tomamos un tiempo para dedicarlo al análisis del tema de la oración. Especialmente, inspirados por estos versos que encontramos en el primer capítulo de la Carta a los Efesios.
Decíamos allí,[1] que nos estábamos “enfrentando” a la primera de las oraciones que San Pablo nos regala en la carta que escribiera a los Efesios. Ese era el inicio de una serie titulada “Características que forman una Iglesia Poderosa.” La primera y más importante de ellas era y sigue siendo la oración. Como parte de esa reflexión mencionamos que Rick Warren ha dicho que una Iglesia con un “prayer-less ministry” es una Iglesia con un “powerless ministry.”
Subrayamos allí que Dios ha prometido una explosión multifactorial para la Iglesia, pero esto no será posible hasta que aprendamos el valor de la oración. Todos y cada uno de nosotros tenemos que visitar este tema con mucha intensidad y apropiarnos de las enseñanzas que Dios tiene para nosotros en este campo de trabajo. Apuntalamos que esta no es una opción para la Iglesia del Señor; es una necesidad. La vida de la Iglesia depende de nuestro compromiso con esta área de la vida Cristiana. Más no basta con que estemos comprometidos con el desarrollo de una vida de oración. Tenemos que estar apasionados con ella. Los pastores, los ancianos, los síndicos, los líderes de ministerios, en fin, todos tenemos que procurar vivir apasionados con la oración. Esta necesidad se acrecienta con la crisis actual de inestabilidad política social, económica y las amenazas provocadas por el COVID-19 y por un dictador ruso llamado Vladimir Putin.
Una Iglesia en la que Dios va a hacer grandes cosas, que va a crecer y que anhela ser responsable con las tareas que le han sido encomendadas, tiene que ser una Iglesia de oración. Ella tiene que orar y tiene que solicitar que se ore por ella. Es cierto que grandes cosas suceden cuando las Iglesias oran. También es cierto que cosas extraordinarias suceden cuando las Iglesias oran sin cesar. Sin embargo, es la misma gloria de Dios la que desciende cuando la Iglesia vive apasionada con la oración.
Cuando los pastores están apasionados con la oración, no hay espacio para cosa alguna que no sea la presencia de Dios y sus milagros. Cuando los ancianos, los líderes de la Iglesia están apasionados con la vida de oración, todos ellos hacen arreglos extraordinarios para estar junto a la Iglesia en oración cuando ésta ha sido convocada a orar en las mañanas. No se puede concebir a un ministro del Evangelio que no esté conectado a la “fuente de poder” para hablar con el Señor que le comisionó al ministerio. Esto es, para hablar con Dios acerca de las necesidades del pueblo, y luego hablarle al pueblo aquello que escuchó de parte de Dios. No se puede ocupar la posición de anciano en la Iglesia si no se está apasionado con esa oración que intercede y presenta ante el Señor a ese pueblo que nos ha ordenado cuidar. No se puede ser un creyente en Cristo sin esa relación dialógica.
El Apóstol Pablo oraba por la Iglesia en Éfeso. Ya hemos visto que algunas de sus oraciones están recogidas en la carta que él le escribió a esa Iglesia. Pablo amaba mucho a esa Iglesia porque él fue el fundador de ella. Como la amaba tanto, no podía dejar de orar por ella. Mirando de cerca las oraciones que él hizo, podemos discernir mejor las características que posee esa oración que le place a Dios escuchar, y las razones que nos deben llevar de rodillas delante del Todopoderoso.
En la porción bíblica citada (Efesios 1:15-16), Pablo comienza diciendo que no cesa de dar gracias por los hermanos en Éfeso, dado el testimonio de fe y amor que se oía de estos. Él señala que hacía memoria de ellos en todas sus oraciones. Esto indica que Pablo conocía la Iglesia por la que estaba intercediendo y que sus oraciones por esta Iglesia eran constantes, frecuentes y consistentes. Pablo continúa diciendo que había pedido la intervención del Padre Eterno (el Padre del Señor Jesucristo) pidiendo Espíritu de revelación. Esto es, pidiendo que esa Iglesia recibiera sabiduría y revelación. Una Iglesia que es sabia y cuya salvación es administrada con sabiduría revelada por el Espíritu de Dios, tiene que ser una Iglesia poderosa. Esto es así porque es por esta revelación que podemos conocer mejor a Dios. Además, porque esta clase de búsqueda revela que amamos al Señor.
“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.” (1 Cor 2:9, RV 1960)
La oración de Pablo dice que la manera en que una Iglesia llega a recibir esa revelación que la hace sabia, es mediante la iluminación de su entendimiento. El concepto “entendimiento” que se usa aquí, describe un poder o una facultad con la que el alma puede recibir conocimiento o información. El “recipiente” de ese poder es descrito aquí como los “ojos del entendimiento” (alumbrando lo ojos de nuestro entendimiento para que sepáis …. (Efe 1:18).
Un dato interesante que encontramos en este pasaje es que el vocabulario utilizado por Pablo describe que esa revelación produce una acción que él llama “eidenai”.[2] Este verbo describe la acción de entender y de experimentar. La forma en que el Apóstol lo usa describe una acción que debe iniciar ahora. Esto se conoce en la gramática como un elemento incoativo. Esto implica o denota el principio de una cosa o de una acción progresiva.[3] Al mismo tiempo, este concepto describe que esto se completará en un punto en el futuro. Lo sabemos porque el verbo “eidenai” es conjugado por Pablo como un perfecto infinitivo. [4] O sea, que Pablo no solo está diciendo que el poder de Dios tiene que ser revelado (“phōtizō”, G5461). Pablo, utilizando un verbo, está diciendo que esa revelación nos lleva a conocer y a entender el poder de Dios aquí y ahora y que ese conocimiento se completará en el futuro. Él dice todo esto con una sola palabra: “eidenai”.
La teología paulina subraya que el entendimiento humano puede discernir la existencia de Dios, pero no puede discernir por sí solo lo sagrado de esa revelación. Para esto se requiere la intervención del Espíritu Santo. Sin esa intervención, ningún ser humano podría ser capaz de convencerse así mismo de pecado y aceptar la salvación de Dios en Cristo Jesús. Sin esa intervención no seríamos capaces de recibir ni de entender Su poder.
Pablo pide que la comunidad de fe, compuesta por hombres y mujeres salvados, reciba más de esa revelación. Él pide esta vez que se les grabe en el ser interior la magnitud de la esperanza a la que los creyentes hemos sido llamados. Pero no solo eso, sino que el Apóstol también pide que reciban por revelación la capacidad para discernir las dimensiones que tiene el poder que está disponible para nosotros los que creemos. Pablo subraya que ese poder que está disponible es el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó en los lugares celestiales dándole así autoridad sobre todo lo que existe.
Pablo no vacila en explicar que la clave para todo esto está en la oración. Hay que orar para que podamos recibir esa revelación, para que ésta se nos grabe en el corazón y para que podamos vivir vidas impactadas y conducidas en esa dimensión del poder de Dios.
Todo esto está disponible para aquellos que desean vivir vidas apasionadas con la oración. Cuando vivimos con esta pasión, todas las dimensiones de las operaciones celestiales descienden hasta hacerse palpables por nosotros y por ende nuestra vida comienza ser transformada.
Compartimos en una de las reflexiones bisemanales del año pasado (9 de Septiembre de 2021) que “el evangelio de la Iglesia,” como han llamado muchos teólogos a la Carta a los Efesios, comienza con un himno (Efe 1:3). Pablo le escribe un himno a esa Iglesia: una doxología.[5] Este dato revela el lugar que poseía la alabanza en la Iglesia del primer siglo. De hecho, una prueba de esto es que Pablo repite esas expresiones en su Segunda Carta a Los Corintios (2 Cor 1:3). Estas expresiones también sirven para describir la teología que se proclamaba a través de la alabanza. Esta es una invitación tácita para que revisemos lo que hacemos con nuestros coros, nuestros himnos y la teología que comunicamos a través de estos.
Debemos entender que aquello que cantamos revela lo que poseemos en el corazón. Una Iglesia que no hace transacciones con la teología fundamental del Evangelio, es una Iglesia a la que no se le ha dañado el corazón. La Iglesia tiene que mantener una teología cristocéntrica en su himnodia, aún en medio de los vendavales y de los retos más intensos a su fe. Nuestras alabanzas tienen que exaltar a Dios, al mismo tiempo que tienen que comunicarle al mundo en qué creemos y por qué creemos en lo que creemos.
A renglón seguido, esta carta nos presenta algo muy singular en las dos (2) oraciones que Pablo realiza a favor de esa Iglesia y de la Iglesia de toda la historia (Efe 1:15-23; 3:13-21). Estas oraciones revelan el lugar que poseía la oración en la vida de la Iglesia del primer siglo. Además, revelan algunos de los temas de oración de esta Iglesia.
La primera oración (Efe 1:15-23) está dedicada a pedir que el Señor ilumine la Iglesia, que le de revelación de aquello que es realmente importante. Esta clase de oración describe que Pablo estaba pidiendo que el Señor le concediera a la Iglesia una clase de revelación que le permitiera madurar en la fe. Esto es, madurar en el conocimiento de Dios y por ende, en el testimonio entre ellos mismos, así como en la comunidad en la que servían. Esta es otra clara invitación que nos hace el Espíritu de Dios para que revisemos nuestra vida de oración.
Los elementos de esta oración son tan intensos que requieren atención individual. Analizarlos nos ayudarán a entender con claridad el lugar que debe ocupar la oración en medio de la pandemia y de las crisis reinantes. No obstante, no podemos desaprovechar la oportunidad que nos regala este tema para reflexionar un poco acerca del poder que hay en la oración según lo describe la Biblia.
Hace algunos años (2007) nos detuvimos para estudiar este tema; el del poder que hay en la oración. Lo hicimos como Iglesia y como miembros de nuestras familias respectivas. Una de las áreas que subrayamos acerca de la oración es que ésta es una virtud, una herramienta que Dios nos regala para que podamos hablar con el Eterno. La importancia que ella posee reposa sobre unas verdades fundamentales. La primera de ellas es que orar nos permite aprender a escuchar la voz de Dios. Por otro lado, hablar con Dios y escuchar a Dios nos permite hablar de Dios; hablar de él con evidencias fidedignas. Además, orar es sin duda una experiencia en la que aprendemos a conocer quiénes somos y cómo somos en realidad.
Una de las grandes preguntas que surgen en la mente de todo creyente es cómo aprender a orar. La Biblia dice que los discípulos de Jesús presentaron esa misma inquietud (Lucas 11), resolviendo allí que había que pedirle al Señor que les enseñara orar.
A través de la historia la Iglesia ha tratado de responder a esta inquietud enfatizando en la necesidad de estudiar de cerca las oraciones esgrimidas por los héroes de la fe. Este énfasis se realiza entendiendo que nuestra vida de oración se enriquece si podemos entender cómo oraban estos; entre otras cosas, porqué oraban y para qué oraban. Sin duda alguna, los “bosquejos” de sus oraciones pueden ser imitados, internalizados e incorporados a nuestra vida de oración.
Una de las oraciones más poderosas que encontramos en el Nuevo Testamento es la primera de las oraciones que hace el Apóstol Pablo en la Carta a Los Efesios (Efe 1:15-23). Un análisis sencillo de esa oración nos puede proveer “el bosquejo” usado por el Apóstol en esa oración.
Pablo comienza esa oración dando gracias. En esa ocasión da gracias por la vida y el impacto que han tenido en su vida los testimonios de muchos creyentes en la Iglesia en Éfeso (Efe 1:16). Esos testimonios incluyen la fe de ellos y el amor que profesaban para con todos los santos (Efe 1:15). Esa oración es motivada por una “fe y un amor que se oyen.” O sea, una fe y un amor de los que hay evidencias. En esa oración Pablo ora al Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (Efe 1:17). La primera petición que el Apóstol presenta en esa oración es una para que Dios envíe espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; claramente una petición altamente espiritual y desligada de cosas terrenales. Como parte de esa petición, el Apóstol describe que su anhelo es que la revelación y la sabiduría puedan venir como un proceso de iluminación del entendimiento de esa Iglesia para que ella nunca pierda la esperanza que hay en el llamado que había recibido. En otras palabras, San Pablo usa los primeros estadios de su oración para suplicar al Padre que la Iglesia no pierda la capacidad de mantenerse enfocada en el propósito a la que ella fue llamada. Que ella no pierda la capacidad de mantenerse enfocada en la clase y dimensión de vida gloriosa y abundante a la que Dios le ha llamado. Él pide que la Iglesia vea su llamado con esperanza (Efe 1:17-18). El Apóstol confiesa que esa es la riqueza más valiosa que tiene la Iglesia.
Lo que hemos compartido hasta aquí puede ser resumido de la siguiente manera: el Apóstol ora con gratitud y pide iluminación y revelación para que la Iglesia nunca pierda la esperanza. Esta oración se reviste de una gracia especial solo con tomar en consideración que el que escribe está preso (Efe 6:19-20). Este preso es entonces uno muy especial, pues no usa su tiempo de oración para pedir por su libertad ni para que se le haga justicia. El Apóstol Pablo, mientras está preso, usa su tiempo para orar y escribir. Él ora pidiendo que la Iglesia conozca algo que él no ha perdido. Luego escribe acerca de esto para que la Iglesia pueda recibir el testimonio y la enseñanza de su maestro y fundador. El Apóstol Pablo usa la cárcel como altar de oración. Esta aseveración apunta a que cualquier lugar puede servir como lugar de oración.
Cuando el Apóstol continúa su oración pide que la Iglesia conozca el poder de Dios. Él dice en su oración que ese poder es “supereminentemente” grande, en adición a estar disponible para todos los que creen. En otras palabras, para el Apóstol Pablo, luego de que se pide por revelación y esperanza, hay que pedir autoridad y poder de Dios.
El Apóstol esgrime que hay evidencias de ese poder. El Apóstol señala que ese poder es más que suficiente para batallar contra toda amenaza que se levante contra la estabilidad del creyente; las amenazas presentes y conocidas y las amenazas desconocidas que se puedan levantar en el futuro. Tal y como hemos mencionado anteriormente, la oración de San Pablo incluye la petición para que la Iglesia conozca, entienda, y experimente el poder de Dios y que ese conocimiento sea completado en el futuro. Conocer ese poder le permitirá a la Iglesia hablar con autoridad de lo que está conociendo acerca de Dios.
Una Iglesia que posee, amor, que posee fe, que posee esperanza, que conoce su herencia en Dios y que conoce el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos, no necesita mirar hacia su izquierda ni hacia su derecha para vivir una vida plena.
[1] El Heraldo, Boletín Institucional, Mayo 21 de 2006.
[2] https://biblehub.com/text/ephesians/1-18.htm
[3] incoativo: https://dle.rae.es/incoativo
[4] https://dictionary.cambridge.org/grammar/british-grammar/perfect-infinitive-with-to-to-have-worked.
[5] Sproul, R. C. (1994). The Purpose of God: Ephesians (p. 21). Christian Focus Publications.
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