Reflexiones de Esperanza: Efesios - Cristo y la Iglesia

“20 la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, 21 sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; 22 y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, 23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.”  (Efesios 1:18-23)

La reflexión anterior nos permitió presentar un pequeño bosquejo bíblico de quién es Cristo como hombre y cómo Dios. Reconocemos que este tema es uno inagotable e intenso. Tuvimos la necesidad de  entrar en este debido a las aseveraciones acerca de Cristo que Pablo hace en el primer capítulo de la Carta a los Efesios. Nuestras conclusiones no pudieron ser otras: Cristo es cien por ciento hombre y cien por ciento Dios. Además, las naturalezas de Cristo, su naturaleza humana y su naturaleza divina no podían cancelarse entre sí.

Ahora bien, es importante afirmar que al final de los tiempos no veremos a un Cristo con dos (2) naturalezas. La Biblia dice que la Iglesia encontrará lo siguiente cuando suba al cielo para reunirse con el Señor:

“6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. 7 El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. 8 Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. 9 Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: 11 Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”   (Apocalipsis 4:6-11)
           
Es obvio que esta descripción es similar a la visión que el profeta Isaías tuvo acerca de Dios en la revelación que él comparte en el capítulo seis (6) del libro de su profecía. Además, el vidente de la isla de Patmos nos ofrece la siguiente descripción del cielo:

“11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. 12 Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. 13 Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14 Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. 15 Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.”  (Apocalipsis 20:11-16)
 
El Apóstol Pablo nos dice en la Carta a Los Efesios que nuestro Señor y Salvador no solo está “por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no solo en este mundo, sino también en el venidero” (Efe 1:21, NVI). Nuestro Señor es cabeza de todo en la Iglesia.

Conocer esta verdad escritural nos conduce a afirmar algunas cosas acerca de la Iglesia. Sabemos que la Iglesia es la convocatoria del pueblo de Dios, la comunidad de hombres y mujeres de fe creados por Cristo y a través de Cristo (Efe 2:10) sobre las bases del Pacto entre Dios y los hombres y levantada por el Espíritu Santo.

La rama de la teología que trata con este tema se llama eclesiología. Esta disciplina describe la Iglesia como una comunidad que el Hijo de Dios escogió para sí entre toda la raza humana para vida eterna, a través de Su sacrificio en la cruz del Calvario, de Su Palabra y del Espíritu. Esto ocurre en la unidad de la fe en Cristo. Cristo el Señor protege y preserva esa comunidad.
Pablo dice que esa comunidad está compuesta por fieles (Efe 1:1), llamados por la fe (Efe 2:8) a la luz de la verdad (Efe 5:1-8, 14) y del conocimiento de Dios (Efe 3:18-19; 4:11-13). La Iglesia como comunidad de fe ha rechazado las tinieblas de la ignorancia y de la muerte (Efe 4:17-20; 5:8-11) de modo que ella es capaz de adorar al Dios vivo y verdadero en santidad y piedad, mientras le sirve con todo su corazón (Efe 6:6-7).

Sabemos que hay otras aseveraciones paulinas que describen la Iglesia, pero necesitamos realizar un paréntesis para analizar lo que hemos compartido hasta aquí. En primer lugar, lo que hemos dicho es que estas definiciones trascienden la visión de la Iglesia como una organización humana o una institución corporativa. La Iglesia es creación de Dios por virtud de que sus miembros son hechura de Dios, creados en Cristo Jesús. Además, el verso 10 del capítulo dos (2) de la Carta a los Efesios dice que hemos sido creados con un propósito. Desde esta perspectiva, la Iglesia aquí es una comunidad visible y peregrina, pero es al mismo tiempo una comunidad invisible y eterna.

La Iglesia opera sobre las bases del Pacto Eterno que Cristo ratificó con Su sacrificio en la Cruz. Ese Pacto garantiza la protección que Cristo le da a la Iglesia. Los templos pueden ser destruidos y las comunidades de fe desplazadas, pero la Iglesia no puede ser destruida ni cancelada. Cristo protege esa comunidad porque Él la ama y porque Él invirtió en ella. Cristo pagó por ella con el precio de Su sangre.

En otras palabras, el que defiende a los justos es el Señor de la Iglesia.

Pablo dice que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo (Efe 1:23; 4:12-16). Todos los creyentes en Cristo formamos parte de ese Cuerpo sin importar en qué lugar del planeta estemos viviendo.

“15 sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, 16 de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efesios 4:15-16)

La Iglesia es el producto del Calvario, de la Palabra de Dios y del Santo Espíritu. La Iglesia camina y opera bajo el empoderamiento del Espíritu; no hay iglesia sin la presencia y la dirección del Espíritu de Dios. Es el Espíritu Santo el que convoca a los miembros de esa comunidad de fe, convenciendo de pecado y de juicio al ser humano. Es el Espíritu Santo el que capacita la Iglesia, le ofrece dirección y le recuerda todo lo que Cristo dijo (Jn 14:26).

A. W. Tozer decía que el Espíritu Santo es para la Iglesia lo que el alma es para el cuerpo físico. A través de la operación del Espíritu Santo Cristo se convierte en la vida, la unidad y la conciencia de ese Cuerpo. Si el alma deja el cuerpo físico todas las partes de ese cuerpo dejan de funcionar. Así mismo, decía Tozer, cuando negamos el lugar del Espíritu en el Cuerpo espiritual que es la Iglesia, esta cesa de funcionar como Dios lo definió desde el principio.[1]
 
A.W. Tozer postulaba en el libro antes citado que los dones que el Espíritu Santo le da a la Iglesia no son opcionales; son una necesidad. Tozer decía que un hecho lamentable es que él no conocía ninguna denominación o comunión en el mundo que hubiese llegado a comprender a la perfección la doctrina y las metas de la vida espiritual que se le piden al Cuerpo de Cristo. Decía él que la presencia de los “dones genuinos” del Espíritu es una necesidad. La tragedia de la Iglesia, añadía él, es la ausencia o el rechazo de esos dones de gracia. Esto provoca que la Iglesia Cristiana no pueda alzarse y alcanzar la verdadera estatura requerida para cumplir los propósitos de Dios.
 
“7 A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás.”
 (1 Corintios 12:7, NVI)
 
Algunos de los requisitos establecidos para esa comunidad llamada Iglesia son la santidad y la fidelidad a Dios y a Su Palabra. Se trata de la obediencia a la fe y la obediencia por la fe que hemos puesto en Cristo. Esta obediencia es parte de los requisitos de la santidad que se le exige a esa Iglesia. Tenemos que repetir este postulado: la Iglesia ha sido llamada a la santidad porque la Iglesia del Señor es santa por definición.
 
La Iglesia es santa por virtud de su origen y de cómo fue instituida por Cristo.
 
¿Por qué se exige esto de la Iglesia? Existen varias razones para esta exigencia. Una de estas es que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Si la cabeza de la Iglesia es santa el cuerpo tiene que ser santo.
 
Esto nos conduce a aseverar que no se trata de muchos cuerpos sino de uno solo. Como señalaba Karl Barth en su libro “Theology and the Church”[2], es un absurdo hablar de muchas iglesias (con letra minúscula) oponiéndose unas a las otras. El requisito de la unidad de la Iglesia (con letra mayúscula) es incuestionable e imposible de evadir.
 
“29 Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, 30 porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.” (Efesios 5:29-30)
 
Repetimos: la Iglesia es santa porque ella es el cuerpo de uno que es tres (3) veces santo. La Iglesia es santa porque a aquellos que Dios escogió (Efe 1:4), Él también los justificó (Rom 8:30), para que fuesen santos; como Él es santo (1 Ped 1:15). Esto es, hemos sido llamados a ser una comunidad de fe separada para glorificar y servir al Señor en santidad. O sea, que todo lo que hacemos lo hacemos para Él (Col 3:23-24). Por lo tanto, la santidad de la Iglesia no es una opción: es un requisito.
 
Esto nos conduce a otro postulado paulino: la Iglesia es una. No se trata de uniformidad sino de la unidad: la unidad del Espíritu.
 
“3 solícitos [‘spoudazō’, G4704[3]] en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.”  (Efesios 4:3-6, RV 1960)
 
Tenemos que entender que una cosa es tener cohesión y otra cosa es tener unidad. Por ejemplo, la unidad política puede producir cohesión, pero esta no se compara con la unidad biológica. Los miembros de un partido político pueden abandonar sus filas y continuar siendo una entidad separada. Sin embargo, nadie puede pretender que una de sus extremidades le sea amputada y que esta continúe operando como parte del mismo cuerpo del que fue extraída.
 
Pablo analiza esto en la Primera Carta a los Corintios cuando dice lo siguiente:
 
“13 Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. 14 Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. 15 Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? 16 Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? 17 Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? 18 Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.”  (1 Corintios 12:13-18)
 
Reafirmamos que la Iglesia no es una organización política o una institución que aprendió a mantenerse unida. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo y es de Él y de Su Espíritu que emana esa unidad. Esa unidad solo puede ser desarrollada a través del amor genuino que Dios ha depositado en el corazón de cada creyente por el Espíritu que nos ha sido dado (Rom 5:5). Repetimos, la presencia del Espíritu Santo patrocina y empodera ese derramamiento del amor de Dios y es esto lo que nos llena de esa esperanza que nunca nos deja en vergüenza. Además, ese derramamiento produce unidad.
 
La Iglesia es también universal. El concepto teológico para definir esto es la catolicidad: la Iglesia es católica por definición. La Iglesia que tiene su sede en Roma es Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia Protestante o Evangélica es Católica, Apostólica y Cristiana.
 
La palabra «católico» proviene de los conceptos griegos “kata”y “holon” que significa general, universal, o total. Este concepto fue utilizado por primera vez por Ignacio de Antioquía en el siglo II (Ad Smirn. 8,2). Los diccionarios teológicos definen el término “católico” entre otras cosas como la “convergencia” de las Iglesias particulares y la “totalidad” de la Iglesia universal (“kata-holon”). La catolicidad indica la armonía de comunión entre todas las iglesias (1 Cor 11,16); el Cuerpo de Cristo. Esta definición se extiende a la vivencia de la comunión y la presencia de todos los dones que el Espíritu Santo le ha dado a su Iglesia.
 
Ahora bien, existe una catolicidad externa y una interna. La catolicidad externa describe la Iglesia como una comunidad religiosa en la que no importa el ámbito racial, cultural o político determinado. Tampoco importan las fronteras nacionales o de otro tipo. Ella es una sola con manifestaciones en todos los lugares en los que haya decidido aposentarse. La Iglesia de Cristo no está vinculada a una nación ni a un sistema político, ni a una determinada cultura. La Biblia dice que nuestra ciudadanía no es de este mundo; está en los cielos (Fil 3:20-21).
 
La catolicidad espacial o externa predica que la Iglesia de Cristo es capaz de llegar a todos los pueblos y seres humanos sin que estos tengan que renunciar a sus características culturales, étnicas o naturales, para ser cristianos. No necesita dejar de ser ese hombre o esa mujer determinados, concretos, individuales o este ciudadano del pueblo del que proceda.
 Por otro lado, la catolicidad interna describe la plenitud de la verdad revelada en la Palabra y recibida de Cristo (Efe 1:21-23). Esta plenitud es recibida por toda la Iglesia sin importar consideraciones culturales, étnicas o naturales. Los exégetas bíblicos afirman que este dato garantiza y caracteriza la Iglesia del Señor.[4]

La Iglesia es también apostólica. La doctrina y el gobierno de la Iglesia han sido dados por el Señor mediante la enseñanza apostólica que encontramos en la Palabra de Dios. Cristo lo enseñó así cuando dijo lo siguiente:
 
“15 Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? 16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.”  (Mateo 16:15-19)
 
Es muy importante subrayar el dato de que la “roca” sobre la que Cristo edificó Su Iglesia no es Pedro. El nombre de este amado y respetado Apóstol significa “piedra” y Cristo dijo que edificaría su Iglesia sobre una roca. Esa roca es la declaración que Pedro hace acerca de la identidad de nuestro Señor y Salvador: Cristo es el Hijo del Dios viviente. Es sobre ese fundamento que hemos sido establecidos como Iglesia.
 
Esta aseveración nos conduce a la última característica de la Iglesia que queremos compartir en esta reflexión. La Iglesia posee un “kerygma”, un Credo, una predicación. La Iglesia cree que Cristo, el Verbo de Dios, se encarnó para cumplir las Escrituras, murió en la cruz para cumplir las Escrituras y resucitó al tercer día para cumplir las Escrituras (1 Cor 15: 3-4). La Iglesia cree que es una sola Iglesia, santa, universal y apostólica, que reconoce un solo bautismo, que la salvación del alma solo se alcanza por la sangre de Cristo. La Iglesia cree que hay sanidad divina, cree en la resurrección de los muertos, en la santificación por el Espíritu Santo, en la Segunda Venida de Cristo y en la vida eterna.
 
O sea, que la Iglesia no ha sido llamada a predicar lo que quiere. La Iglesia ha sido llamada a predicar los fundamentos de su fe.
Referencias  

[1] Tozer, A. W.. Tragedy in the Church . Moody Publishers. Kindle Edition.
   
[2] Barth, Karl. Theology and Church: Shorter Writings 1920-1928 (p. 275). Wipf & Stock, an Imprint of Wipf and Stock Publishers. Kindle Edition.  
   
[3] (spoudazō): hacer rápido (Tit 3:12); 2. LN 68.63 hacer lo mejor posible, hacer el mayor esfuerzo (Gá 2:10; Ef 4:3; 1 Ts 2:17; 2 Ti 2:15; 4:9, 21; Tit 3:12; He 4:11; 2 P 1:10, 15; 3:14+); 3. LN 25.74 estar ansioso por, con la implicación de buena disposición (Gá 2:10 (Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.)
   
[4] https://www.mercaba.org/SCHMAUS/4-576_catolicidad_de_la_iglesia.htm

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