May 17th, 2022
“19 Por eso, ante Dios ustedes ya no son extranjeros. Al contrario, ahora forman parte de su pueblo y tienen todos los derechos; ahora son de la familia de Dios. 20 Todos los miembros de la iglesia son como un edificio, el cual está construido sobre la enseñanza de los apóstoles y los profetas. En ese edificio Jesucristo es la piedra principal. 21 Es él quien mantiene firme todo el edificio y quien lo hace crecer, para que llegue a formar un templo dedicado al Señor. 22 Por su unión con Jesucristo, ustedes también forman parte de ese edificio, en donde Dios habita por medio de su Espíritu.” (Efesios 2:19-22, TLA)
Hemos estado reflexionando acerca de las descripciones operacionales que Pablo nos ofrece acerca de la Iglesia en la Carta a los Efesios. Nos ha sobrecogido saber que el Apóstol describe allí la Iglesia utilizando metáforas tales como creación de Dios (Efe 2:10), como cuerpo de Cristo (1:23), como edificio de Dios (Efe 2:21), templo santo en el Señor (2:21), familia de Dios (2:19), nueva humanidad (2:14-15; 4:24), entre otras.
En nuestra reflexión anterior iniciamos el análisis práctico de estas metáforas, dedicando la misma al análisis del significado de la Iglesia como cuerpo de Cristo. En esta reflexión pretendemos analizar las aplicaciones prácticas que se derivan de la Iglesia como edificio de Dios y como templo santo en el Señor.
El Apóstol Pablo compartió este principio bíblico con otra congregación, la que estaba localizada en la ciudad de Corinto. A esa congregación Pablo le dijo lo siguiente:
“16 ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”
(1 Corintios 3:16, RV 1960)
Ese templo, ese edificio de Dios, posee un fundamento que no puede ser sustituido.
“11 Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.”
(1 Corintios 3:11)
Pablo afirma en su carta a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso, que Jesucristo es la piedra principal de ese edificio y que sus apoyos, su infraestructura, son las enseñanzas de los apóstoles y de los profetas.
“20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,” (Efesios 2:20)
El “logos” (G3056), el único mediador entre Dios y los hombres (1Tim 2:5), es la piedra principal puesta en Sion como la “principal piedra del ángulo, escogida, preciosa” (1 Ped 2:6). Esta cita bíblica añade que aquellos que creen en Él no serán avergonzados.
El pasaje bíblico que analizamos de la Carta a los Efesios dice que Jesucristo mismo es ese fundamento y añade que los apóstoles y los profetas son la infraestructura.
Saber que Jesucristo es el fundamento (“themelios”, G2310) [1] de la Iglesia como edificio de Dios garantiza la permanencia y la estabilidad de esta. Veamos por qué podemos hacer esta declaración categórica. En primer lugar, nosotros sabemos que el Evangelio nos dice que es Cristo el que edifica la Iglesia.
“16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. 17 Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” (Mateo 16:16-18)
Esa roca (“petra”, G4073) es la declaración que Pedro (“petros”, G4074) hizo acerca de Cristo Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”
En segundo lugar, sabemos que esa edificación es permanente, segura y estable porque Jesucristo como el “themelios” lo afirmó así:
“24 Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. 25 Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.” (Mateo 7:24-25)
En tercer lugar, sabemos que ese fundamento es firme e inamovible:
“19 Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.” (2 Tim 2:19)
En cuarto lugar, sabemos que ese concepto, “themelios”, también era usado en el griego clásico para describir al dueño, a la persona que tenía los derechos de posesión y/o que había comprado esa propiedad. [2] El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (Kittel) lo describe así en la séptima nota a pie de página (“footnote”) que proveen como parte de la definición de este concepto.
Todo esto nos conduce a la conclusión de que la metáfora operacional de la Iglesia como edificio de Dios y templo santo en el Señor predica la estabilidad, la permanencia y la seguridad de la Iglesia de Cristo.
Esto también predica que nuestra estabilidad como creyentes y nuestra seguridad, no provienen de nuestras capacidades. Nuestra seguridad emana de la permanencia y la estabilidad que posee ese fundamento. Es por esto que la Biblia dice que es bajo la protección de Dios que estamos seguros (Sal 91:4).
La Carta a los Hebreos nos dice que esta era parte de la motivación que impulsaba a Abraham, el padre de la fe. Esa carta dice que Abraham esperaba una ciudad que tiene fundamentos y cuyo Arquitecto y Constructor es Dios (Heb 11:10). La Biblia describe las bases de esa ciudad en el libro del Apocalípsis cuando dice lo siguiente:
“14 Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.” (Apoc 21:14)
Esta es la ciudad que Abraham esperaba. Ahora bien, caben aquí algunas preguntas: ¿qué buscamos nosotros? ¿Qué nos motiva a continuar hacia adelante? ¿Qué esperamos y qué nos impulsa?
Regresando al texto bíblico de la Carta a los Efesios (Efe 2:19-22), de primera intención, Pablo nos ofrece la impresión de que ese edificio es uno que continua en construcción. O sea, que no se concluido el proceso de construcción porque el edificio continúa creciendo, continúa levantándose:
“21 En Cristo, todo el edificio va levantándose en todas y cada una de sus partes, hasta llegar a ser, en el Señor, un templo santo.” (Efesios 2:21, DHH)
El concepto que Pablo utiliza aquí y que es traducido como creciendo (RV 1960) o levantándose (DHH), es “auxanō” (G837: conjugado aquí como un verbo en tercera persona singular, en presente indicativo activo: “auxei”). Este concepto no contradice en manera alguna lo antes dicho: la base de ese edificio y sus estructuras iniciales son inamovibles e insustituibles. Pablo mismo afirma que la infraestructura de este edificio, lo que va encima del fundamento, es apostólica y profética. No obstante, ese edificio sigue creciendo debido a que los seres humanos continúan aceptando el mensaje de salvación y a Cristo como su Señor y su Salvador. Por lo tanto, el edificio continúa siendo ampliado. Ese es el significado de “auxei”, traducido aquí como “levantándose”.
No podemos obviar el dato de que nosotros somos proyectos en procesos de construcción que concluirán cuando Aquél que comenzó la buena obra en nosotros la perfeccione hasta el día en que Jesucristo regrese por Su Iglesia.
“6 estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;” (Filipenses 1:6, RV 1960)
Quizás esta sea una de las mejores metáforas para poder explicar por qué es que hay cosas que se hacen en la Iglesia que no producen los resultados que se esperaban. En una aplicación un tanto prosaica, es probable que haya áreas de ese edificio en las que no se le haya permitido al Divino Desarrollador (el Espíritu Santo) terminar de instalar “todas las utilidades” que se describen en el plano diseñado por el Creador. Nosotros somos responsables de permitir que el Espíritu de Dios tenga libertad para hacer en nosotros como Él quiere. Por lo tanto, las contracciones y contratiempos que experimentamos son esperados porque Dios no ha terminado con nosotros.
Ya hemos visto que hay algunos elementos muy importantes en todo este proceso. Uno de ellos es ceder a la voluntad del Eterno en todo lo que Él quiera desarrollar en nuestras vidas. Otro, permitir que el Espíritu Santo complete la tarea iniciada en nosotros.
Es probable que una de las descripciones más completas de esto último la encontremos en el lenguaje utilizado por Pablo en sus cartas a la Iglesia en Corinto. Se trata del mismo pasaje bíblico en el que Pablo describe el fundamento.
“9 Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. 10 Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. 11 Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. 12 Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, 13 la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.” (1 Corintios 3:9-13)
La tarea de ser un colaborador de Dios en el proceso de cultivar y construir ese edificio pone un peso extraordinario sobre nuestros hombros. Reiteramos que la tarea de la construcción es responsabilidad del Espíritu Santo; una que es irremplazable y muy compleja. Sin embargo, Pablo añade aquí que nosotros poseemos el privilegio y la responsabilidad de participar en este proceso. Ese pasaje dice que nadie puede poner otro fundamento. No obstante, sabemos que algunos han intentado sustituirlo o remplazar la infraestructura apostólica y profética por nuevas revelaciones. El carácter pasajero de estos movimientos y de estos grupos está garantizado.
El proceso de construcción de este edificio es descrito por el Apóstol Pablo en su Carta a la Iglesia en Galacia. Él echa mano allí de la metáfora de un parto:
“19 Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros,” (Gálatas 4:19)
O sea, que este es un proceso doloroso, pero productivo. La frase, “hasta que Cristo sea formado (“morphoō”,G3445) en vosotros”, implica cambio en la naturaleza y en el carácter de aquellos que experimentan esto.[3] Esto implica dolores como los que sufre una mujer que está pariendo.
Parménides, un filósofo griego, fue el primero en utilizar este concepto (“morphoō”) y lo hizo para distinguir la formación de las tinieblas de la formación de la luz.[4] Sin embargo, fue Aristóteles el que le imprimió un significado fijo a este concepto. Él decía que el concepto que se traduce aquí como “formado” describe los cuatro principios de la estructura de todos los seres y de toda la materia. Estos son: naturaleza, materia, causa móvil y finalidad o propósito. [5]
Aristóteles explicaba esto utilizando el proceso para crear una estatua de bronce. Él hablaba de la causa material, la causa formal, la causa eficiente y la causa final.[6] Nos parece que es mucho más sencillo de entender si utilizamos el ejemplo de la construcción de una mesa. La madera para construir la mesa es la causa material. Sin esa madera no hay mesa. El diseño de la mesa es la causa formal. El proceso de la carpintería y el uso de las herramientas para construirla es la causa eficiente. Y cenar en esa mesa es la causa final.
Nos parece que es desde esta perspectiva que Pablo utiliza este concepto: “formado”. Es obvio que el proceso de construcción que nos transforma en edificio de Dios no está completo hasta que se haya producido una transformación de nuestra naturaleza; la causa material o de la naturaleza. Eso se consigue cuando aceptamos el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Cristo no puede utilizar la materia pecaminosa que nos conformaba antes de conocerle como Señor y Salvador de nuestras almas. No obstante, además de esta transformación, necesitamos someternos al diseño que Dios ha preparado para nosotros:
“13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13)
Esto incluye dejar de operar en la carne para vivir en el Espíritu (Rom 8:1-17; Gál 5:16-25). Esta es la causa formal, de materia; el diseño, la meta establecida por Dios. Al mismo tiempo, este proceso de formación incluye ser transformados de gloria en gloria en la misma imagen de Cristo, como por el Espíritu del Señor (2 Cor 3:18). Esta es la causa móvil o eficiente. Para lograr esto necesitamos entregar nuestra voluntad, dar espacio a la operación del Espíritu Santo en nosotros.
La finalidad y el propósito han sido definidos por Dios, pero nosotros tenemos que alcanzarlos:
“…creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10).
Hemos dejado para el final de esta reflexión que el pasaje de la Carta a los Corintios que hemos citado (1 Cor 3:9-13) indica que este es un trabajo en equipo. El fundamento es uno sólo: Cristo Jesús. Sin embargo, ese pasaje bíblico dice que hay áreas de construcción en ese edificio que el Espíritu Santo ha puesto bajo nuestra responsabilidad.
Por si esto no fuera más que suficiente, la versión Reina Valera de 1960 que recoge el pasaje de la Carta a los Efesios que aparece en el epígrafe de esta reflexión complica estos datos. Veamos por qué:
“21 en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; 22 en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.” (Efesios 2:21-22)
Ese pasaje bíblico dice que hay una coordinación del Espíritu que hay que seguir y un trabajo mancomunado (“juntamente”) que hay que respetar. O sea, que una parte significativa e importante del proceso de construcción de este edificio que se levanta para ser templo santo en el Señor está sobre nuestros hombros. ¿En qué consiste esta responsabilidad? Nosotros no hemos sido colocados en ese edificio de manera independiente de los demás. Nos necesitamos los unos a los otros y necesitamos aprender a ser interdependientes.
La finalidad de este proceso es clara: ser morada de Dios en el Espíritu.
Referencias
[1] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software. (fundamento (Lc 6:48, 49; 14:29; Ro 15:20; 1 Co 3:10, 11, 12; Ef 2:20; 2 Ti 2:19; He 11:10; Ap 21:19+),
[2] Schmidt, K. L. (1964–). θεμέλιος, θεμέλιον, θεμελιόω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, pp. 63–64). Eerdmans.
[3] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). In Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 584). United Bible Societies.
[4] Behm, J. (1964–). μορφή, μορφόω, μόρφωσις, μεταμορφόω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 4, p. 747). Eerdmans.
[5] Behm, J. (1964–). μορφή, μορφόω, μόρφωσις, μεταμορφόω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 4, p. 744). Eerdmans.
[6] https://plato.stanford.edu/entries/aristotle-causality/
[1] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software. (fundamento (Lc 6:48, 49; 14:29; Ro 15:20; 1 Co 3:10, 11, 12; Ef 2:20; 2 Ti 2:19; He 11:10; Ap 21:19+),
[2] Schmidt, K. L. (1964–). θεμέλιος, θεμέλιον, θεμελιόω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, pp. 63–64). Eerdmans.
[3] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). In Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 584). United Bible Societies.
[4] Behm, J. (1964–). μορφή, μορφόω, μόρφωσις, μεταμορφόω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 4, p. 747). Eerdmans.
[5] Behm, J. (1964–). μορφή, μορφόω, μόρφωσις, μεταμορφόω. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 4, p. 744). Eerdmans.
[6] https://plato.stanford.edu/entries/aristotle-causality/
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