Reflexiones de Esperanza: Efesios - Cristo y la Iglesia (Parte VIII) - Aplicaciones prácticas

“19 Por eso, ante Dios ustedes ya no son extranjeros. Al contrario, ahora forman parte de su pueblo y tienen todos los derechos; ahora son de la familia de Dios. 20 Todos los miembros de la iglesia son como un edificio, el cual está construido sobre la enseñanza de los apóstoles y los profetas. En ese edificio Jesucristo es la piedra principal. 21 Es él quien mantiene firme todo el edificio y quien lo hace crecer, para que llegue a formar un templo dedicado al Señor. 22 Por su unión con Jesucristo, ustedes también forman parte de ese edificio, en donde Dios habita por medio de su Espíritu.”  (Efesios 2:11-22, TLA)

Nuestra reflexión anterior nos permitió adentrarnos en el análisis de la metáfora que describe la Iglesia como edificio de Dios (Efe 2:21). Esta es una de varias descripciones operacionales que el Apóstol Pablo ofrece en su Carta a los Efesios. Pablo añade a esta metáfora que ese edificio llega a formar un templosanto en el Señor y que el Espíritu de Dios mora en nosotros (1 Cor 3:16, RV 1960).

Es importante destacar que Pablo no es el único escritor del Nuevo Testamento que realiza esta clase de ejercicios. El Apóstol Pedro participa de estos en sus cartas. De hecho, es Pedro el que señala que nosotros somos piedras vivas en ese edificio. Veamos las expresiones que utiliza este Apóstol:

“4 Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, 5 vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 6 Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado. 7 Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo; 8 y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados.”  (1 Pedro 2:4-8, RV 1960)

La frase “piedras vivas” describe piedras que han sido cortadas y ajustadas con precisión.
Estos pasajes bíblicos dicen que la Iglesia como edificio de Dios descansa sobre esa piedra angular. Esa piedra no es otra cosa que la piedra principal, el fundamento central que los arquitectos y desarrolladores de la antigüedad utilizaban para determinar la extensión y el tamaño de la estructura que iban a construir.[1] Jesucristo mismo echó mano de esa metáfora operacional para describir el alcance y las repercusiones de su mensaje.
 
“42 Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, Ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, Y es cosa maravillosa a nuestros ojos? 43 Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él. 44 Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará.” (Mateo 21:42-44)
       
Ahora bien, el Apóstol Pablo utiliza otras metáforas para describir las operaciones de la Iglesia que Cristo compró para sí con Su sacrificio en la cruz del Calvario. Hemos visto en reflexiones anteriores que algunas de estas se encuentran en el capítulo dos de la Carta a los Efesios. Por ejemplo, luego de la descripción acerca de la composición de la Iglesia (Efe 2:1-10), Pablo nos presenta una humanidad que estaba sin Cristo, sin ciudadanía, sin pacto, sin esperanza y sin Dios (Efe 2:12). A raíz de esto, él procede a presentarnos cómo es que Cristo nos acerca mediante Su sangre y cómo nos reconcilia con Dios. Esto, no solo como seres humanos redimidos para Dios, sino como parte del pacto de la promesa que Dios le hizo al pueblo de Israel  (vv. 13-18).
 
Estas aseveraciones son muy importantes toda vez que culminan afirmando que los creyentes en Cristo que no procedemos del pueblo de Israel, no estamos excluidos de ese pacto. Y no solo eso, sino que ya no somos extranjeros ni advenedizos ante el Señor (Efe 2:19a) y que formamos parte de una nueva sociedad.
 
“19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos….”
 (Efesuis 2:19a, RV 1960)
             
Pablo vivía reconociendo los beneficios de ser ciudadano de Roma. Él era ciudadano de ese imperio (Hch 23:27). Este era un privilegio para aquellos que vivían en ese imperio, particularmente en el zenit por el que ese imperio estaba atravesando. De hecho, muchas personas invertían grandes cantidades de dinero para conseguir esa ciudadanía. No obstante, Pablo no vacila para decir que la ciudadanía que es realmente importante y relevante es la celestial. Nosotros somos ciudadanos del reino de los cielos, con responsabilidades y privilegios cónsonos con esa ciudadanía[2]. Como dice Pablo en su carta a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Filipo:
 
“20 Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; 21 el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (Filipenses 3:20-21)
               
A esa ciudadanía advino el etíope que era Secretario de Hacienda de Candace, la reina de los etíopes (Hch 8:27-39). A esa ciudadanía advino Saulo de Tarso, el perseguidor de los Cristianos (Hch 9:1-20). A esa ciudadanía advino Cornelio, el centurión romano (Hch 10:1-48). Algunos han planteado que este recuento del libro de los Hechos presenta a un hijo de Cam, a un hijo de Sem y a un hijo de Jafet. Todos ellos se convirtieron así en ciudadanos del reino de los cielos, con todos los derechos y responsabilidades que contiene esa ciudadanía. Por ende, son conciudadanos nuestros.
 
Ahora bien, Pablo señala que los ciudadanos del reino de los cielos trascienden esa calificación para convertirse en familia, familia de Dios (Efe 2:19), familia de la fe (Gál 6:10). Esta descripción operacional revela que se ha trascendido de una relación jurídica para alcanzar una relación íntima.
 
Debemos entender que el hecho de que la nacionalización de los extranjeros que viven en un país y su conversión en ciudadanos, no los convierte en parte de las familias de esa nación. No hay manera en que la transición a ser ciudadanos cambie su genética; la genética de sus respectivas etnias. Sin embargo, en Cristo Jesús esto es diferente. El sacrificio de Cristo en la cruz nos convierte en parte de la familia de Dios, de la familia de la fe. La sangre de Cristo cambia nuestro DNA y nos convierte en hijos de Dios y coherederos juntamente con Cristo.
 
“16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” (Romanos 8:16-17)
 
“4 leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, 5 misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: 6 que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio,” (Efesios 3:4-6)
 
Lo que Pablo está describiendo aquí forma parte de la promesa que el Señor hizo a través del profeta Isaías: Dios habría de ampliar la familia de Jacob trayendo extranjeros que formarían parte de esa familia. Esto formaría parte de las promesas mesiánicas.
 
“14 Pero el SEÑOR volverá a tener compasión de Jacob, elegirá nuevamente al pueblo de Israel y los instalará en su propia tierra. Se les unirá gente que no es judía y se integrarán con la familia de Jacob.” (Isaias 14:1, PDT)
   
El concepto que se traduce aquí como familia (“bayith”, H1004) se utiliza en más de 1700 ocasiones en el Antiguo Testamento. Su uso describe y define la familia en toda su extensión, describe sus estructuras sociales y físicas y describe su filiación. El concepto que Pablo utiliza en la Carta a los Efesios (“oikeios”, G3609) describe todo esto, el parentesco, al mismo tiempo que afirma el concepto de la posesión; algo que se posee, una propiedad. [3] O sea, que la sangre de Cristo nos ha convertido en propietarios de una filiación y de las estructuras que esta filiación trae consigo.
 
Lo que este pasaje bíblico está diciendo (Efe 2:19-22) es que los creyentes ya no son extranjeros ni personas que fueron invitadas a participar del amor y de la gracia de Dios. Los creyentes en Cristo tampoco somos parientes lejanos en Cristo. La sangre de Cristo nos ha hecho trascender de ser pueblo (“laos”,G2992; ver Apoc 21:3) para ser familia inmediata de Dios. Esto último ofrece otra perspectiva a la escatología, la rama de la teología que se dedica a estudiar el tiempo del fin y el final del tiempo.[4]
 
Otra manera de analizar estas aseveraciones teológicas es afirmando que la muerte de Cristo creó una nueva humanidad y una nueva ciudadanía. Estos son elementos que describen nuestra nueva identidad, nuestro estatus jurídico con el Padre. Al mismo tiempo, esa sangre derramada en la cruz desarrolló un nuevo sentido de pertenencia e intimidad con Dios[5]. Pablo explica todo esto cuando presenta el modelo de oración que encontramos en el capítulo tres (3) de la Carta a los Efesios (Efesios 3:14-21)
 
“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra,” (Efesios 3:14-15)
 
Es la sangre de Cristo la que consigue que el Padre nos vea con esa nueva identidad, la que el Eterno Dios le ha concedido a aquellos que confesamos que Jesucristo es nuestro Señor. La sangre de Cristo cambia nuestra identidad y nuestra filiación, nuestro DNA, porque cambia nuestra naturaleza. El que está en Cristo es una nueva criatura y las cosas que formaban parte de su quehacer diario desaparecen y son hechas nuevas (2 Cor 5:17).
 
Hay que destacar que saber que somos nuevas criaturas va mucho más allá de dejar de hacer. Esto va mucho más allá de dejar de mentir, de dejar de robar, de dar falso testimonio, de usar sustancias que el hacen daño al cuerpo que es templo del Espíritu, etc. Esto adquiere otros significados desde el contexto de ser familia de Dios. Se trata de que ser nuevas criaturas describe la adquisición y la internalización (por el Espíritu) de nuevas costumbres, de rasgos, de ideales y de la cultura de la familia de Dios.
 
Sabemos que hemos afirmado muchas verdades estructurales en los pasados dos (2) párrafos. Reconocemos que todas y cada una de estas aseveraciones requieren ser ampliadas. Por ejemplo, necesitamos plantearnos qué implicaciones posee esa nueva identidad que poseemos en Cristo. Esto se complica aún más cuando leemos en la Biblia la composición de esa identidad y el propósito que esta trae consigo:
 
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; 10 vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.” (1 Pedro 2:9-10)
 
Al mismo tiempo, las implicaciones de poseer un DNA celestial son inmensas. Sabemos que esto nos convierte en ciudadanos del cielo, pero al mismo tiempo nos convierte en peregrinos y extranjeros aquí. Ser ciudadanos de un reino que no es de este mundo, como dijo Cristo (Jn 18:36), nos marca con el distintivo de que estamos aquí como personas en tránsito, peregrinando hacia nuestro verdadero hogar. La Biblia afirma este principio en varias ocasiones.
 
“13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. 14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria;” (Hebreos 11:13-14)
 
“11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma,” (1 Pedro 2:11)
 
Esto último ofrece unos lentes distintos para la forma en la que miramos la vida. Las ansiedades que en muchas ocasiones nos abrazan y nos consumen aquí comienzan a desaparecer cuando internalizamos este principio. Esto no significa que podemos caminar aquí desentendidos de nuestras responsabilidades en esta parte de la eternidad. Lo que esto significa es que aprendemos a ver todas las cosas que nos suceden en la vida con los lentes y la convicción de que nada de lo que sucede aquí es palabra final.
 
Saber que somos hijos de Dios por virtud del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario le impone otra óptica a la fe. Nosotros no operamos desde la relación de un Dios que está sentado en un trono distante y relacionándose con nosotros desde allá. Los creyentes en Cristo hemos nacido de la voluntad del Padre Celestial (Jn 1:11-13).
 
Esto también establece la igualdad que existe entre todos nosotros. No existe un creyente que sea más grande o más importante que los demás. Entendamos esto bien: Dios no tiene hijos preferidos: Él no hace acepción de personas (Gál 2:6; Efe 6:9; 1 Ped 1:17).
 
Esta filiación también afirma que es del Padre que recibimos la palabra que forma el propósito
 que Él ha diseñado para Su familia; la familia de la fe. Además, es Su ejemplo el que nos sirve de modelo para todas nuestras relaciones y acciones aquí. Esto incluye la relación matrimonial (Efe 5:22-33). Él nunca nos empujará para que lo consigamos, pero nunca dejará de hacernos saber, como Padre amante, qué es lo que espera de nosotros.
 
Esta es también una de las razones por las que Cristo nos enseñó a orar diciendo “Padre nuestro…..” (Mat 6:9). Esta es una de las razones por las que Pablo afirma que no hemos recibido el espíritu de esclavitud sino el de la adopción; Espíritu que da testimonio de que somos hijos de Dios (Rom 8:15-16). La Biblia dice que por cuanto somos hijos, Dios envió ese Espíritu a nuestros corazones y que este el que clama diciendo: “¡Abba!” (Papá).
 
Es desde esta relación con el Padre que emanan los ideales que abrazamos, los rasgos que nos distinguen, la cultura del reino que nos define y las costumbres que practicamos. Alabado sea el Señor que nos concede el privilegio de haber sido adoptados como parte de la familia de la fe.
Referencias

[1] Martin, Ralph P. Ephesians, Colossians, and Philemon: Interpretation: A Bible Commentary for Teaching and Preaching (pp. 38-39). Presbyterian Publishing Corporation. Kindle Edition.
   
[2] Stott, John. The Message of Ephesians (The Bible Speaks Today Series) (pp. 103-105). InterVarsity Press. Kindle Edition.
   
[3] Hoehner, Harold W.. Ephesians (p. 374). Baker Publishing Group. Kindle Edition. También se utiliza en Gálatas 6:10 y  1 Timoteo 5:8.
   
[4] Klein, William W.. Ephesians, Philippians, Colossians, Philemon (The Expositor's Bible Commentary) (p. 134). Zondervan Academic. Kindle Edition.
   
[5] Hughes, R. Kent. Ephesians: The Mystery of the Body of Christ (Preaching the Word) (Kindle Locations 1572-1573). Crossway. Kindle Edition.

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