Reflexiones de Esperanza: Efesios - Cristo y la Iglesia (Parte XI) - Aplicaciones prácticas

“10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10)
           
Nuestra reflexión anterior fue dedicada a las implicaciones que está teniendo en la juventud la ausencia de las funciones de la Iglesia como la familia de Dios. La ausencia de un modelo operacional bíblico y claro de la Iglesia descrita así por el Apóstol Pablo (Gál 6:10; Efe 2:19) fue presentada como una de las razones esenciales que explican la salida de la Iglesia de un número tan grande de jóvenes. Esto, después de haber cumplido los 18 años.
           
Esa reflexión concluyó considerando algunas de las expresiones hechas por Sharon Galgay Ketcham, profesora de teología y de ministerios Cristianos en Gordon College, Massachusetts. Estas expresiones fueron vertidas por Ketcham en el mes de noviembre del 2018 como parte de sus tres (3) conferencias en la Universidad de Samford, en Alabama. La conferencia que citamos fue titulada “Theology of Mutuality Can Rebuild Declining Church.”[1] La profesora Ketcham es conocida por su libro “Reciprocal Church: Becoming a Community Where Faith Flourishes Beyond High School.”[2]
             
En una de sus aseveraciones más contundentes Ketcham afirma que la Iglesia en Estados Unidos está declinando porque muchos Cristianos ven esta como un proveedor de servicios. Tal y como señalamos en la reflexión anterior, ella afirma que una cultura de mercantilización (“commodification”) y de selecciones basadas en el individualismo, conducen al pueblo a ver la espiritualidad como un producto diseñado para el desarrollo individual. Esto, señala ella, culmina con la visión de la Iglesia como otra elección del consumidor. Ketcham señala que la Iglesia posmoderna ha reducido la narrativa del Evangelio a un mensaje orientado a la individualidad, despojada de nuestra identidad compartida. El resultado de esto es que terminamos siguiendo un Evangelio en el que nuestras expectativas y nuestras percepciones de la Iglesia experimentan que el “yo” ha venido a ocupar el centro de la historia de dios (con letras minúsculas).
 
En sus reflexiones acerca de este tema Ketcham establece algo que muchos de nosotros sabemos. Este enfoque individualista y antropocéntrico, no solo ha removido a Dios del centro del mensaje, sino que ha desplazado el mensaje de la iniciativa y del propósito de Dios. Esto ha provocado, afirma ella, que una cantidad significativa de personas (particularmente jóvenes) hayan llegado a la conclusión de que pueden tener a Jesús fuera de la Iglesia. A veces perdemos de vista que la confesión de fe que hacemos cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y nuestro Señor en medio de la comunidad de fe nos alienta y empodera para establecer lazos fuertes con esa comunidad, con la familia de la fe.
 
Ketcham parte de algunas premisas centrales para realizar sus afirmaciones. Una de estas es que no hemos entendido que Dios ha empoderado la juventud con dones para renovar la Iglesia.[3]
 
La fe en reciprocidad que ella describe como medicina para estas crisis no es un movimiento lineal ni circular. Esto trata acerca de un pulseo entre los miembros de la familia de la fe en el que somos conminados por un denominador común que nos convierte en uno (1). Un recíproco en las matemáticas o un inverso multiplicativo, es un número que divide otro para que su resultado siempre sea igual a 1. Por ejemplo, 3 multiplicado por 1/3, 5 multiplicado por 1/5, etc.  Una Iglesia movida por esta clase de reciprocidad confía que todos sus movimientos son utilizados por el Espíritu para nuestro bien, para la unidad del pueblo de Dios.
 
Esto último requiere que haya valores comunes compartidos, que la fe esté puesta en acción y que los valores posean capacidad de expresión. No olvidemos que los valores son relevantes en la medida en que las personas los adoptan y los hacen suyos.
 
Claro está, no se trata, como diría Patrick M. Lencioni, de los valores a los que aspiramos, ni a los valores clasificados como “permission to play.”[4] Lencioni dice con mucha razón que las iniciativas desarrolladas por medio de los valores no tienen que ver nada con construir y desarrollar el consenso. Esto trata acerca de imponer un conjunto de postulados de fe que son fundamentales, estratégicos y que son creencias sólidas. De hecho, Lencioni, quien no escribe para la Iglesia sino para el mundo corporativo, afirma que si uno no está dispuesto a enfrentar los dolores que los valores reales producen, uno no debe siquiera molestarse en sentarse a desarrollarlos.
 
En el caso de la Iglesia esto es mucho más serio porque a la Iglesia no se le requiere sentarse a definir sus valores. Los valores de nuestra fe están definidos en la Palabra de Dios. Un ejemplo de esto lo encontramos en el Sermón del Monte; capítulos cinco al siete del Evangelio de Mateo. La Biblia también define valores espirituales, familiares, personales, culturales y hasta materiales. El respeto, el amor, el compañerismo y la responsabilidad tienen que ir de la mano de la honestidad, la sinceridad, la confianza y la generosidad. Estos, no son más importantes que la lealtad, el compromiso, la humildad, la obediencia, la amabilidad y la fidelidad.[5] Todos estos están sembrados sobre la justicia, la ética del reino y la centralidad del kerygma, del mensaje que se nos ha enviado a predicar.
 
El pulseo que es entonces necesario para la reciprocidad tiene que ver con ajustarnos a vivir en conformidad con estos valores. Esto es, como la familia de Dios. Lencioni ha postulado que la degradación de los valores es una vergüenza, no solo porque el veneno que esto produce contamina el pozo del que todos tomamos, sino porque echa a perder muy buenas oportunidades.
 
Por último, Lencioni comparte que en una ocasión le preguntó acerca de este tema al Principal Oficial Ejecutivo (CEO) de una corporación clasificada como Fortune 500. Este le afirmó que había que incluir el sentido de urgencia en la lista de los valores. Esto es así, decía él, porque había llegado a la conclusión de que las personas que trabajaban con él estaban demasiado cómodas y complacientes para tomar acción y poder cumplir con las metas establecidas. Estas son palabras muy iluminadoras para la Iglesia del siglo 21.  
 
La teología de la reciprocidad (“mutuality”) esgrimida por Ketcham postula que se compartan experiencias, actividades, relaciones que afirmen esos valores del Reino. Esto provoca que se aúnen los esfuerzos y los resultados obtenidos a través de los dones que Dios le ha repartido a la Iglesia. Esto promueve el cuidado de esos valores, mientras se reduce aquello que nos hace diferentes y aumenta aquello que nos hace uno.
             
Nos parece que esta agenda de reciprocidad forma parte de las motivaciones y de la inspiración paulina cuando el Apóstol dijo lo siguiente:
 
“14 Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, 15 aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,” (Efesios 2:14-15)
             
Estos versos, así como otros que debemos considerar más adelante, plantean el modelo de la Iglesia como la nueva humanidad, el nuevo hombre creado por Dios. Como dice Ralph Martin, es la creación de una familia en las que no hay barreras de raza, culturales, ni de estatus social.[6] Encontramos en algunos pasajes bíblicos que esta definición a veces da la impresión de que esto es como un ropaje que nos hace parecernos a Cristo.
 
“22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22-24)
               
Esto de lo que trata es de Cristo viviendo en Su cuerpo que es la Iglesia, para proveer así la esfera en la que la moral Cristiana es definida con especificidad,  así como el poder para motivar que los Cristianos queramos y podamos vivir unidos.[7] Tal y como lo señala Millard Erickson,[8] la unión con Cristo que produce nuestra justificación, también produce una vida nueva, una nueva humanidad. Erickson, citando a J.A Ziesler[9], afirma que el creyente no solo entra así a una relación privada con Jesús, sino que entra a una nueva humanidad en el que se convierte en un nuevo ser humano.
             
La Biblia afirma esto de manera categórica, sin rodeos y sin ambages.
 
“17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17)
 
“14 Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. 15 Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.” (Galatas 6:14-15)
             
Ahora bien, ¿por qué es que la Biblia afirma esto? La respuesta no es complicada. La humanidad que fue creada en el Edén cayó de la gracia de Dios. Una humanidad caída no puede heredar el Reino de los Cielos. No lo puede hacer porque ésta es hostil hacia Dios y aún entre sus propios miembros. Esa hostilidad la conduce a querer vivir alienada, separada de Dios y de Su amor. Esa hostilidad es tan grande que produce la ruptura de las relaciones entre nosotros mismos. Este es el cuadro que nos presentan los versos once y doce del capítulo dos de la Carta a los Efesios
 
“11 Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. 12 En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.” (Efesios 2:11-12)
 
Por lo tanto, Dios en su infinito amor y misericordia, decidió crearnos de nuevo en Cristo Jesús.  Esto es lo que afirma el verso diez del capítulo dos de la Carta a los Efesios:
 
“10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10)
             
Para poder hacer esto Dios decidió abolir en la carne de Jesucristo las enemistades y la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas (Efe 2:15). Esta es una de las razones por las que nosotros no guardamos el sábado ni las exigencias cúlticas delineadas en el Antiguo Testamento. La Biblia dice que Cristo abolió todo esto en la cruz del Calvario. John R. Stott apunta que Pablo se mueve de las expresiones negativas como la abolición de los mandamientos para presentar una expresión positiva: la creación de un nuevo hombre, una nueva humanidad.
 
“15 aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,” (Efesios 2:15).
             
Esa nueva humanidad solo puede operar en unión con Cristo. Esto es así porque esa nueva humanidad fue reconciliada con Dios y esta solo puede permanecer así en unión a Aquél a quien el Padre escogió para reconciliarnos con Él (2 Cor 5:18).
 
Ahora bien, tenemos que comprender que la conducta esperada de esta nueva humanidad ha sido definida en la Palabra de Dios. De hecho, hay una cantidad extraordinaria de trabajos escritos que plantean estas exigencias y que los hacen con mucha responsabilidad. A continuación el extracto de uno de estos:
 
“Cuando no hay distinción entre la conducta de los cristianos y los no cristianos, el mundo tiene motivos para preguntarse si nuestra fe marca alguna diferencia. Nuestro mensaje no conllevará autenticidad ante un mundo vigilante si no somos diferentes a los demás: en la corrupción, la codicia, la práctica de la sexualidad, la infidelidad, la xenofobia, los prejuicios sociales, el consumismo. Para invitar a otros a andar en los caminos de Dios, hemos de avanzar primero en esas sendas nosotros.
  
 Jesucristo lo expresa de otra manera en el Sermón del Monte cuando dice que sus seguidores son la luz del mundo, y que la luz no se enciende para quedar oculta debajo de un cesto. Jesús termina la frase diciendo «así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5.14-16). Hay un aspecto variable, algo que se puede hacer mejor o peor. El imperativo «así alumbre vuestra luz» nos invita a prestar atención, a ser diligentes, a hacer todo lo posible porque la vida de Dios se manifieste en nuestra conducta. Hay que pensar, dialogar, estimularnos mutuamente a ello en el pueblo de Dios. Esto nos plantea un primer desafío: debemos hablar en la iglesia local de estas cosas, para animarnos unos a otros a vivir de una manera diferente.
 
El apóstol Pablo dice a los creyentes en Efeso que no anden como los del mundo, y después –cambiando de metáfora– les dice que se vistan el nuevo hombre «creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Ef. 4.24). El proceso de despojarse de hábitos viejos y vestirse de un comportamiento enteramente nuevo sugiere que la clave será un proceso de sustitución. El apóstol luego plantea varios ejemplos: en vez de mentir, hablar la verdad (Ef. 4.25); en vez de la ira, el enfado controlado (Ef. 4.26-27); en vez del robo, la generosidad (Ef. 4.28); en vez de palabras hirientes, palabras que edifican (Ef. 4.29); en vez de la contienda, la amabilidad (Ef. 4.31-32). Estos contrastes nos sugieren un segundo desafío: analizar las fuerzas del mundo que nos moldean y ayudarnos mutuamente a sustituir los patrones viejos y dañinos por otros mejores, conforme a la voluntad de Dios.” [10]
             
Concluimos esta reflexión señalando que la descripción operacional de la Iglesia como la nueva humanidad presupone varias cosas. En primer lugar, que el poder desatado en la cruz del Calvario trasciende el poder redentor y perdonador. Es también poder creador. En segundo lugar, dado que el poder creador se desató en la cruz para crear esa nueva humanidad, entonces podemos decir que estamos hablando de un nuevo orden de tiempo, espacio y materia. La creación del universo y de todo lo que hay en este predica una estructura de tiempo, de espacio y de materia. Así también debe existir un nuevo orden de tiempo, de espacio y de materia en esta nueva creación. Estas aseveraciones necesitan ser analizadas a fondo. Nuestra próxima reflexión nos proveerá el espacio para hacerlo.
Referencias
   
[1] https://www.samford.edu/arts-and-sciences/news/2019/Theology-ofMutuality-Can-Rebuild-Declining-Church-
Ketcham-Says.

[2] Ketcham, Sharon Galgay. 2018. Reciprocal Church: Becoming a Community Where Faith Flourishes Beyond High School.  IVP Books.
   
[3] https://www.ivpress.com/Media/Default/Press-Kits/4148-press.pdf
   
[4] https://hbr.org/2002/07/make-your-values-mean-something
   
[5] https://todoendios.com/valores-morales-en-la-biblia/
   
[6] Martin, Ralph P.. Ephesians, Colossians, and Philemon: Interpretation: A Bible Commentary for Teaching and Preaching (p. 6). Presbyterian Publishing Corporation. Kindle Edition.
   
[7] Ibid. pp. 87-88
   
[8] Erickson, Millard J.. Christian Theology. Baker Publishing Group. Kindle Edition.
   
[9] J. A. Ziesler, The Meaning of Righteousness in Paul (Cambridge: Cambridge University Press, 1972).
   
[10] https://lausanne.org/es/contenido/v-1-la-nueva-humanidad-de-dios-andar-de-forma-distinta

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