Reflexiones de Esperanza: Efesios - Cristo y la Iglesia (Parte XII) - Aplicaciones prácticas

“10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10)
           
La reflexión anterior concluyó señalando que la descripción operacional de la Iglesia como la nueva humanidad presupone la manifestación del poder creador de Dios. Señalamos allí que el poder desatado en la cruz del Calvario trasciende el poder redentor y perdonador porque desata el poder creador de Dios. Esta aseveración no intenta reducir o minimizar el poder redentor de Dios. Esta aseveración procura afirmar que el poder de Dios puesto en acción en el Calvario trasciende nuestra imaginación.

Sabiendo esto, concluimos que esa nueva creación desatada y conseguida a través del sacrificio de Cristo en la cruz, predica un nuevo orden de tiempo, de espacio y de materia.

Estas aseveraciones parten del análisis textual del verso 10 del capítulo dos de la Carta a los Efesios. Pablo dice allí que los creyentes en Cristo somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús. Conocemos que el vocablo “hechura” es la traducción de concepto griego “poiēma” (G4161). Este concepto puede ser traducido entre otras cosas como estructura, como tejido y como género. Repasando este concepto tenemos que reiterar que es de aquí que surge el concepto poema. O sea, que ese verso dice que somos la estructura creada por Dios, el tejido creado por Dios, el género creado por Dios y el poema creado por Dios.[1]
 
Esto implica que los creyentes en Cristo poseemos una estructura única, hemos sido diseñados y  tejidos a mano por Dios, somos un género distinto a todos los otros seres humanos que existen en el planeta. Además, somos una composición poética producto de la inspiración de Dios en la cruz del Calvario.
 
Ahora bien, es el concepto “creados” el que nos ocupa en esta ocasión; la creación de una nueva  humanidad. Este principio creador se repite en la Carta a los Efesios cuando Pablo dice lo siguiente en el verso 15 del capítulo antes citado:
 
“15 aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz,” (Efesios 2:15)
             
También, en el verso 24 del capítulo cuatro de esta misma carta:
 
“24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:24)
             
El concepto griego utilizado en todos estos versos es “ktizō” (2936), un concepto que define la creación de algo que antes no existía. Este concepto solo es utilizado en el Nuevo Testamento para describir la actividad de Dios en la creación. [2]
             
La actividad creadora es siempre el génesis de muchas preguntas. Las preguntas ontológicas acerca de quiénes somos y hacia dónde vamos, siempre están precedidas por cuestionamientos acerca de dónde venimos. Esto, que es verdad para la creación del universo y de todas sus estructuras, es también verdad para la creación de esa nueva humanidad que el sacrificio de Cristo produjo en la cruz del Calvario.

Pablo trabaja con estas preguntas en el capítulo dos de esta carta. Los primeros 10 versos de ese capítulo tratan con la composición de la Iglesia. La pregunta, “¿de dónde venimos?” es contestada en los primeros tres (3) versos de ese capítulo.

“1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, 2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.”

La pregunta acerca de la motivación que impulsó a Dios para crear esa nueva humanidad está plasmada en el verso cuatro (4) de este capítulo.

“4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,”

Cuál es la meta de Dios o sea para dónde vamos, aparece descrito en los versos cinco al siete (5-7) de este capítulo.

“5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos) 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.”

Cómo fue que Dios hizo todo esto, cuáles fueron las herramienta que Él utilizó, aparece plasmado en los versos ocho y nueve (8-9).

“8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
9 no por obras, para que nadie se gloríe.”

La descripción del resultado de todo esto, la nueva humanidad, aparece descrita en el verso diez (10).

“10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Esta es la composición de la Iglesia; la nueva humanidad creada por Dios.

Ahora bien, cuando hablamos acerca del poder creador de Dios tenemos que detenernos ante unos datos muy interesantes. En primer lugar, es inquietante conocer que el proceso de la creación en el Antiguo Testamento parece haberse producido en dos (2) etapas. En el primer verso del primer libro de la Biblia (Génesis) encontramos a Dios creando: “1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” (Gén 1:1). El concepto hebreo utilizado aquí es “bârâʼ” (H1254). Ese relato nos deja entrever en el siguiente verso que esa creación se dañó. De ahí en adelante el texto hebreo dice que lo que Dios hizo fue hacer, formar; crear con los materiales que ya habían sido creados:

El concepto hebreo utilizado aquí es “ʽâśâh” (H6213). Este se usa en casi 2,300 ocasiones en el Antiguo Testamento. Algunos ejemplos de su uso en ese capítulo uno del libro de Génesis son los siguientes:

“16 E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas.” (Gn 1:16)

“25 E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.” (Gén 1:25)

“31 Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.” (Gén 1:31)
           
Todos estos versos bíblicos utilizan el concepto “ʽâśâh:”  formar; crear con los materiales que ya habían sido creados.

Algunos especialistas en la materia ven en esta diferencia de uso de conceptos la vertiente para poder explicar la existencia de muchas cosas que desaparecieron entre “bârâʼ”  y “ʽâśâh.”  Hay que estipular que Dios no crea nada desordenado ni vacío. Algo debió haber sucedido entre el primer y el segundo verso del relato que aparece en el capítulo uno del libro de Génesis. La buena noticia es que el caos que se formó entre esos dos versos se convirtió en una invitación para que el Espíritu de Dios se moviera sobre este. Este es un modo de operación estandarizado que proviene del corazón de Dios. Dios siempre ve nuestros caos y nuestros desórdenes como invitaciones para enviar a Su Santo Espíritu a pasearse sobre nosotros, para organizarlos, para poner orden en medio de nuestro desorden.

No obstante, el concepto crear, “bârâʼ”, vuelve a ser utilizado en el verso 27, el verso bíblico que describe la creación del ser humano:

“27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis 1:27)
           
La importancia de esta aseveración radica en que Dios no forma a un ser humano utilizando los materiales antes creados. Dios crea a ese ser humano. La creación del ser humano es por lo tanto distinta a la creación y la formación de la naturaleza.

El cataclismo que destruyó lo que existía y que aparece implícito entre los primeros dos versos del primer capítulo del libro de Génesis, se queda corto ante el cataclismo que causó el desorden y el caos en la humanidad: el pecado. Lo sabemos porque a base del análisis textual del capítulo uno del libro de Génesis se deprende que el resultado del primer cataclismo no requirió que Dios creara todo una vez más (“bârâʼ”). Lo que se requirió fue que Dios lo formara (“âśâh”) con los materiales que ya había creado. En cambio, el pecado obligó la creación de una nueva humanidad.

Sabemos que la Biblia nos dice que Dios creó todas las cosas que existen (Rom 1:20) y que lo hizo utilizando Su palabra creadora: Cristo.

“15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;” (Colosenses 1:15-17)

“1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3 el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,” (Hebreos 1:1-3)
             
Los profetas del Antiguo Testamento lo afirmaban así (Isa 43:1; 45:18; Amós 4:13):

“5 Yo hice la tierra, el hombre y las bestias que están sobre la faz de la tierra, con mi gran poder y con mi brazo extendido, y la di a quien yo quise.” (Jeremias 27:5)
           
Los líderes del pueblo de Israel lo afirmaban así (Neh 9:6) y los salmistas añadían a esto que todo había sido creado por Dios (Sal 33:6) y creado para glorificarle (Sal 19:1). De hecho, los profetas afirmaban que Dios hizo todo esto con Su palabra (Isa 48:13). Esto último es conocido como “creatio e nihilo”; creación de la nada o desde la nada. Los creyentes sabemos que Cristo es la Palabra de Dios encarnada.

Pablo parte de esta premisa y se lo hace saber a la Iglesia que estaba localizada en la ciudad de Éfeso:

“9 y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas;”  (Efesios 3:9)
             
Ahora bien, la Biblia nos dice que el desarrollo de la creación de la nueva humanidad no solamente sería a través de Cristo, sino que tenía que suceder en Él:

“10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús…” (Efesios 2:10a).

O sea, que no bastaba ser creados por Cristo, sino que esa nueva humanidad tenía que ser creada en Él, dentro de Él, y de Él. La vieja humanidad, deshumanizada y deformada por el pecado no podía ser reparada. Había que crear una nueva humanidad.

Los argumentos filosóficos griegos y orientales que se desarrollan para analizar la creación incluyen que las fuerzas que le dan forma al orden establecido derrotan el caos antes de formar a la humanidad. Esta derrota del caos predica que aunque el ser humano forma parte de la naturaleza, ha sido creado para trascender esta. Por lo tanto, no es un accidente que su creación suceda luego del caos. Aún más, que el significado y la meta del ser humano no se halla en la naturaleza. La salvación del ser humano no está en la naturaleza.

Es obvio que esto predica que el ser humano no puede atribuirse su propia creación. O sea, que su existencia no es el producto de su propio esfuerzo. Esto implica que Aquél que lo hizo, (en el caso de los griegos y de las mitologías orientales, aquellos que lo hicieron) es su dueño y su Señor legítimo. Esto es así porque la materia original que el Creador utiliza es el principio de la vida.

Todo esto también predica que la creación es completamente dependiente de la voluntad del Creador. Además, que si el ser humano no es más poderoso que el caos, tampoco es más poderoso que Aquél que lo creó. De hecho, las filosofías derivadas de los principios creacionistas griegos y orientales  señalan que el ser humano es secundario al poder del caos y que tiene que aprender a vivir sin romper la armonía que existe entre lo que ha sido creado.[3] Los griegos añadían a todo esto que dado el hecho de que todo lo creado sigue un orden, el ser humano está obligado a mantener esa armonía. Sobre esto, la Biblia dice que Dios no ha delegado este orden ni su armonía (Job 34:13 es un buen ejemplo de esto último).
 
Es de aquí que el pecado es visto como la ruptura de la armonía del ser humano con Dios y con toda la creación. Entendamos esto bien: el pecado, la rebeldía del ser humano contra Dios, es además la subversión del orden divino; del orden de la creación. Esto es así, porque Dios creó al ser humano como uno solo; la corona de Su creación. Es por eso que la rebelión de uno es similar a la rebelión de todos. Las bestias del campo pueden comportarse de acuerdo a la naturaleza. En cambio, el ser humano no puede utilizar esto como excusa. Reiteramos que el ser humano no es parte de la naturaleza porque Dios lo creó por separado. Por lo tanto, el pecado no es visto por Dios como algo natural. [4]

Es de este presupuesto teológico que bebe el profeta Isaías cuando dice que los animales conocen a su dueño, mientras que el ser humano, el pueblo de Dios carece de ese discernimiento (Isa 1:3)

Sabemos que el asiento de este misterio es el corazón del ser humano. Como dice el profeta Jeremías, “9 Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer 17:9).

Definitivamente, el sacrificio de Cristo en la cruz era y sigue siendo la única forma de traer la reconciliación en medio de ese desorden, de ese caos.

Al mismo tiempo, la nueva humanidad que es creada en Cristo requería de una materia original que garantizara la vida aquí y en la eternidad. Ese principio de vida se llama Cristo. Es por esto que somos creados en Él: Cristo es vida y es vida eterna. Sólo así se podía recuperar la armonía, la comunión con el Padre y con la creación.

No olvidemos que es la sangre de Cristo la que desata el poder para crear esa nueva humanidad. Tampoco olvidemos que es el amor del Padre el motor de la creación de esa nueva humanidad. O sea, que hay poder en la sangre de Cristo y hay poder en el amor de Dios. El salmista decía que Dios hace todo lo que quiere (Sal 115:3; 135:6). Es de sus “quereres”, de su amor, que nace el génesis de esa nueva humanidad. Ese re-génesis es catalogado como la regeneración del ser humano por la sangre de Cristo y la intervención del Espíritu Santo (Tito 3:5)
 
Hay que puntualizar que la Biblia se separa del entendimiento griego y oriental acerca de la creación. Por ejemplo, en muchas de estas religiones se reconoce la existencia del demiurgo: “en la filosofía platónica, divinidad que crea y armoniza el universo. En la filosofía de los gnósticos, alma universal, principio activo del mundo.”[5] Cristo no es un demiurgo. Cristo es Dios encarnado. Es por esto que puede crear todo desde la nada, sin necesidad de que haya materiales disponibles, pre-hechos para hacerlo.  Los filósofos seculares reconocen esta gran diferencia.
 
“De acuerdo a Platón, el demiurgo se encarga de copiar las ideas (perfectas) en la materia (imperfecta). Así se obtienen los objetos que forman parte del mundo real, el cual intenta imitar la perfección del plano ideal.  El demiurgo platónico, en este marco, es un ser divino que contempla las ideas y las toma como modelos con el objetivo de plasmarlas en la materia. Esto quiere decir que tanto las ideas como la materia resultan preexistentes al demiurgo. Esta particularidad diferencia claramente a esta divinidad del Dios cristiano, que creó el universo partiendo de la nada.”[6]
 
Todo esto apunta a que la nueva humanidad creada por Dios en Cristo puede vivir en el cronos, el tiempo que se mide en la naturaleza, pero opera en el kairós de Dios: en las oportunidades que Dios desarrolla entre las líneas del cronos. Esa nueva humanidad ve espacios para la paz en medio de la adversidad, para la provisión milagrosa en medio de la escasez, para el orden en medio del caos y para la vida en medio de la muerte.
Referencias   
   
[1] https://dle.rae.es/poema?m=form. Del lat. poēma, y este del gr. ποίημα poíēma.

[2] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). In Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 513). United Bible Societies. (Mcs 13:19; Rom 1:25; 1 Cor 11:9; Efe 2:10, 15; 3:9; 4:24; Col 1:16; 3:10; 1 Tim 4:3; Apoc 4:11; 10:6).

[3]  Foerster, W. (1964–). ktizō, ktísis, ktísma, ktístes. In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 3, pp. 1000–1037). Eerdmans.
   
[4] Ibid. p 1015.

[5] https://dle.rae.es/demiurgo
   
[6] https://definicion.de/demiurgo/

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