Reflexiones de Esperanza: Efesios - Repasando doctrinas fundamentales de nuestra fe

“14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efesios 3:14-21)

El análisis de la gracia en la Carta a los Efesios nos ha colocado ante la necesidad de incursionar en reflexiones profundas acerca de nuestra fe como creyentes en Cristo. Nuestros sermones y reflexiones más recientes han subrayado el hecho de que la gracia es para el Apóstol Pablo mucho más que un “favor no merecido.”

Hemos visto en reflexiones anteriores que el Apóstol utiliza este concepto para puntualizar que la gracia lo convocó y lo comisionó a ser mayordomo (administrador, Efe 3:2), a ser siervo (diácono[1], Efe 3:7) y ser heraldo, proclamador del mensaje de Cristo (Efe 3:8). Lo que aún no hemos considerado por escrito es que todos estos resultados pueden ser sustentados estudiando el concepto. Fuentes académicas señalan que el concepto de la gracia es definido como un poder en el sentido sustancial.[2] Algo que es sustancial es algo que no es imaginario o ilusorio, que es esencial, que es amplio para satisfacer y que posee su propio significado.[3] Además, este concepto, sustancial, se utiliza para describir algo que no es accidental, que es importante o esencial.[4] Es así que Pablo consideraba la gracia: como un poder sustancial.
 
O sea, que la gracia posee su propio poder. Es por esto que Pablo le decía a la Iglesia en Roma que él no se avergonzaba del Evangelio, porque este es poder de Dios (Rom 1:16). El Evangelio es poder de Dios porque el Evangelio comunica las buenas noticias de la gracia. La gracia posee poder porque emana del amor de Dios y el amor de Dios es fuente de poder para salvar, para perdonar, libertar, redimir, reconciliar, justificar y propiciar. Es por esa gracia que él, Pablo, se presenta en oración delante del Dador de la misma.
 
La gracia, al igual que los otros conceptos que hemos estado repasando en nuestras reflexiones anteriores (la redención, justificación, reconciliación, oración, etc.), nos han llevado a ser confrontados con la necesidad de repasar el lugar y la efectividad que poseen las doctrinas básicas y fundamentales de nuestra fe: la fe Cristiana. Tenemos que admitir que este es un ejercicio que deberíamos realizar con mucha más frecuencia. La vez más reciente que nos detuvimos a hacerlo fue en los meses de enero y febrero del año 2010. En esa fecha “chocamos” con la necesidad de admitir que la Iglesia Cristiana de los años más recientes ha abandonado parcialmente algunas de estas doctrinas. No se trata de que la Iglesia haya entrado en la apostasía (negar las verdades que ha predicado antes), pero sí de que ha dejado de visitar estas doctrinas con la premura, la diligencia y la regularidad con la que lo hacía antes.
 
Esta admisión nos colocó de frente a la necesidad de repasar cuáles han podido ser los efectos de la ausencia de algunas de esas doctrinas en la vida de la Iglesia de hoy. Esos efectos pueden ser catalogados como funcionales (aquellos que definen nuestras funciones como Iglesia y como creyentes), operacionales, (aquellos que definen el énfasis operacional que seguimos), devocionales y espirituales.
 
Veamos como ejemplo de esto los efectos creados por una de estas doctrinas: la de la segunda venida de Cristo. Sabemos que aunque esta doctrina forma parte de nuestro andamiaje teológico, ya no forma parte de los énfasis teológicos de la proclamación y la enseñanza de muchas congregaciones en el día de hoy.
 
Ahora bien, ¿qué efectos puede tener entre los fieles el que esa doctrina haya sido relegada por la Iglesia del siglo 21?  ¿Cómo los ha podido afectar tanto en el plano de su fe individual así como en el plano institucional? Muchas de las respuestas a estas preguntas nos obligan a repasar los cursos básicos de eclesiología: la forma y manera en la que definimos y hablamos de la Iglesia, sus características y obligaciones. Esto es algo que hemos venido haciendo desde que comenzamos a analizar la Carta a los Efesios.
 
En primer lugar, ya hemos visto que el significado de la Iglesia se extrae de centenares de expresiones descriptivas acerca de la Iglesia que encontramos en el Nuevo Testamento. Aunque sea de manera superficial, hemos visto que según los libros de texto acerca de la teología de la Iglesia, en el Libro Sagrado se nos ofrece la oportunidad de ver la Iglesia de muchas maneras. Entre ellas, el Nuevo Testamento nos permite ver la Iglesia como Cuerpo de Cristo (1 Cor 6:12-27; Efe 4:15-16;), como la novia (Efe 5:22-31), como la nueva creación de Dios (2 Cor 5:17), como la nueva humanidad (Efe 2:14-15), como un ejército que lucha contra Satanás (Efe 6:10-20), como hijos de la luz (Efe 5:7-9), como los llamados a ser santos y santificados en Cristo Jesús (1 Cor 1:2), como la comunidad de fieles (Col 1:2), como los testigos de Cristo (Jn 15:26-27), y/o como la casa de Dios (1 Ped 4:17), entre otras.
 
En segundo lugar, estos significados, a la vez, definen las características fundamentales que posee la Iglesia. Entre ellas encontramos la devoción a Cristo Jesús, la autoridad bajo la que hemos sido establecidos (Mat 16:13-20), creados por el poder de su muerte y de su resurrección. Además, se nos ha entregado una adoración que tiene que demostrar y proclamar el señorío de Cristo, a la vez que informa nuestras capacidades para poner en función nuestras obligaciones de amar y nutrir a aquellos que adoran con nosotros (1 Cor. 11:17-22; 14:1-5). Esto último hace distinta y diferente a la Iglesia del Señor porque hace énfasis en que nuestras relaciones no solo están definidas en términos de nuestros acercamientos al Dios al que adoramos, sino que se extienden a aquellos que debemos edificar y fortalecer en la fe (1 Cor 14:26; 1 Tim. 2:1-10) . Es por esto que la adoración congregacional es tan importante. Ahora bien, no olvidemos que la Biblia nos enseña que vivimos preprándonos para la adoración celestial (Apoc 5:7-14). ¿Puede usted ver aquí la relación directa entre lo que hacemos y la segunda venida de Cristo?
 
Con esto a la mano es que podemos a aventurarnos (otra vez de manera superficial), a definir las funciones de la Iglesia. Los miembros de la Iglesia hemos sido llamados a demostrar el poder redentor de Cristo a través de una conducta ejemplar en todas las áreas de la vida (Rom 12:1-13; Col. 3:12-4:1). Tenemos que reconocer que la oportunidad de vivir una vida en la que el pecado ha sido vencido nos lleva de lleno a aceptar la función de vivir como testigos del poder redentor de Cristo, en acción en la comunidad (Gal 5:22-26), e identificando, retando y denunciando los pecados que hay en ella (Gal 5:19-21).
 
Esta función posee como norte que este planeta y este mundo no es el mejor lugar que Dios ha separado para nosotros; esperamos uno mejor. Es cierto, tenemos una mejor esperanza y un mejor pacto (Heb 7:19, 22), tenemos una mejor herencia y una mejor patria en los cielos (Heb 10:34; 11:16). Pero al mismo tiempo esperamos una mejor resurrección (Heb 11:35) que la que recibieron algunos personajes bíblicos. ¿Puede usted ver aquí la relación directa entre lo que hacemos y la segunda venida de Cristo?
 
Ya sabemos que todo lo anterior habla y apunta a la segunda venida de Cristo, y al clímax de su señorío (Apoc 11:15; 12:10; 20:4,6). Si todavía tiene dudas al respecto, considere que no hay promesa de resurrección de los muertos separada de la promesa del retorno de Cristo a la tierra. Desde este punto de vista, caminar sin esta doctrina o sin hacer énfasis en ella, coloca al creyente de cara a estar formulando un reto a la Palabra y la probabilidad de no poder cumplir cabalmente con las funciones que nos han sido asignadas en esta.
 
El catálogo de las operaciones de la Iglesia es uno muy complejo, pues está amarrado a las definiciones organizacionales que la Biblia le concede a esta (Rom. 12:1-8; 1 Ped. 4:10). Por ejemplo, cuando San Pablo usa la imagen del cuerpo humano para ilustrar las funciones, operaciones y responsabilidades de cada uno de los miembros en la Iglesia, entra en unas complejidades operacionales extraordinarias. No podemos ampliar esta discusión mucho más por razones de espacio. Aún así, sabemos que es obvio para el lector la cantidad de complicaciones que esto trae consigo.
 
Aunque los primeros efectos (funcionales y operacionales) poseen una importancia fundamental por las formas y maneras en que las funciones y las operaciones de la Iglesia pueden verse afectadas, me parece que las últimas dos (devocionales y espirituales) son sin duda alguna los más importantes. Lo son debido a la incidencia de lo que hemos reseñado aquí en la vida devocional y el desarrollo espiritual de cada uno de los miembros del pueblo de Dios. En otras palabras, esto puede traer consigo un costo muy elevado para cualquier creyente.
 
La vida de todo creyente ha sido definida de la siguiente forma: fuimos creados para la gloria de Dios (Efe 1:3, 12-14). Sabiendo esto, entonces debemos ser capaces de buscar respuestas a la siguiente pregunta: ¿cuál es la demostración más poderosa que podemos ofrecer al Señor de que estamos procurando darle gloria a Dios cada vez más? La respuesta a esta pregunta no es muy complicada. La respuesta es bíblica: procurar crecer hasta llegar a la estatura de Cristo (Efe 4:11-13). Ahora bien, cuando ampliamos esta respuesta encontramos que 1 Juan 3:2 nos dicen que cuando Él (Cristo) se manifieste (aparezca en su venida), seremos semejantes a él. O sea, que el creyente debe esperar con anhelo esa venida porque a través de ella podrá alcanzar el nivel más alto de testimonio que glorifica a Dios: ser semejante a Cristo.
 
Un creyente desprovisto de ese anhelo puede decidir vivir una vida a medias; lejos de querer o poder cumplir a cabalidad con el propósito de Dios para su vida. Esto lo puede alejar del anhelo de conseguir la pureza máxima a la que debe aspirar cualquier creyente en su vida devocional y espiritual.
 
Creo que Paul Tillich lo expresó de forma inequívoca cuando dijo lo siguiente:
  
“Gloria sin pureza es el carácter de todos los dioses paganos. Y pureza sin Gloria es el carácter de todas las ideas humanísticas acerca de Dios. El humanismo ha transformado la inaccesibilidad de Dios en la sublimidad de sus mandamientos morales. El humanismo ha olvidado que la majestad de Dios, tal como la experimenta el profeta, entraña la conmoción de los cimientos, donde quiera que Dios aparezca y el velo de humo, cada vez que Dios se muestre. ….Santo significa perfección moral, pureza, bondad, verdad y justicia. La Gloria de Dios puede llenar el mundo entero, solo porque Él es santo en este doble sentido.”
 Paul Tillich,  “Se Conmueven los Cimientos de la Tierra”
 
Ese Dios que es Santo porque posee gloria y pureza, busca adoradores que procuren ser como Él es. Esto es: en su venida. ¿Puede usted ver aquí la relación directa entre lo que hacemos y la segunda venida de Cristo?
 
Ahora bien, Pablo decía que en este mundo solo somos capaces de ver todo esto como si lo estuviésemos viendo a través de un espejo oscuramente, pero que llegaría un día en el que le veríamos cara a cara (1 Cor 13: 12). Esa manifestación está definida como una que será en la gloria, con la gloria de Dios y en la que nosotros seremos manifestados con él (Col 3:4). ¿Puede usted ver aquí la importancia de predicar acerca de la segunda venida de Cristo?
 
Estas aseveraciones nos deben llevar a ser capaces de entender entonces que la Iglesia tiene que ser algo más que una institución. Ya hemos visto que la Iglesia, como organismo vivo, es nacida del costado del segundo Adán en la cruz del Calvario e insuflada con Espíritu Santo en Pentecostés. Ella, como Cuerpo de Cristo, ha sido llamada entre otras cosas a predicar el Evangelio y a velar por la enseñanza, el cuidado y el respeto de sus doctrinas fundamentales.
 Veamos otro ángulo de este axioma. En el libro de los Hechos se nos enseña que la Iglesia perseveraba unánime en la oración y ruego (Hcs 1:14), pero también lo hacía perseverando en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hcs 2:42). Esto estaba acompañado de una comunión inquebrantable entre ellos. Esta es la definición del carácter de la Iglesia.
 
Ahora bien, el concepto “perseverar” (“proskartereō”, G4342) es uno de los vocablos más interesantes de las Sagradas Escrituras. El mismo puede ser traducido como la capacidad de sostenerse con vigor sin vacilación alguna, constantemente y/o estar adherido con pasión. Esta definición es muy importante, porque define con precisión ese carácter perfeccionado de esa Iglesia del primer siglo.
 
Esta conclusión nos ha permitido abrir las puertas de una dimensión extraordinaria en el proceso de entender la definición de la Iglesia. Uno de estos es que la Iglesia posee carácter. Es por ello que esta puede ser responsable de preparar el camino: porque posee carácter. Es por esto que ella puede ser comisionada por la gracia: porque posee carácter y porque la gracia moldea ese carácter. Ese carácter le permite decidir encarnar la Palabra; para poseer el carácter de Cristo.
 
Pero, ¿qué significa poseer carácter? ¿Qué elementos constitutivos posee éste? ¿Cómo podemos saber si estamos siendo desarrollados en este renglón tan importante de la vida de la Iglesia?
 
Para responder a estas preguntas es necesario saber que carácter es lo que somos; lo que somos cuando nadie nos está viendo. Esa definición es de Charles H. Spurgeon. Sin embargo, es Bill Hybels el que ha dicho que este posee seis (6) pilares fundamentales que vale la pena examinar cuidadosamente[5]. Estos son valentía, disciplina, visión, perseverancia, compasión y auto sacrificio.
 
El primero, valentía, no significa no ser cobarde. La gente lo confunde con esta definición debido al postulado Paulino de 2 Tim 1:7, en el que el Apóstol nos dice que no nos han dado espíritu de cobardía. Valentía trata acerca de la capacidad para vencer aquellas cosas a las que le tememos. Uno de los mejores ejemplos bíblicos de este concepto lo encontramos en 2 Cor 5:1-10. En ese pasaje Pablo nos habla de la resistencia a ser “desnudados:” la resistencia a morir. Hablar de esto es hablar de aquellas cosas que se presentan como incertidumbres en la vida. Estas incertidumbres producen temor y necesitan ser enfrentadas. La única manera efectiva de hacerlo es venciendo el temor que esas incertidumbres nos puedan causar. Una Iglesia que tiene el carácter de Cristo tiene que ser valiente.
 
El segundo pilar es la disciplina. Esto es, la capacidad de posponer la gratificación. Cualquier persona que haya tratado con alguna dieta sabe esto. También lo sabe cualquier persona que haya comenzado a cuidar mejor su cuerpo mediante el ejercicio. La disciplina en cada uno de estos ejemplos no se limita a las cosas que se pueden comer o las horas dedicadas a hacer las rutinas, y sí a lo que uno sabe que no debe comer y al esfuerzo adicional que hacemos de cara al reclamo de un cuerpo que nos pide que nos detengamos. También lo saben aquellos que “rompen  las noches” estudiando y/o adiestrándose de manera formal, cuando el cuerpo reclama un “shutdown” (apagarse por completo). Lo saben aquellos que son invitados por el Espíritu Santo a orar en las horas de la madrugada. El esfuerzo de esa dieta se pierde si nos dejamos vencer por el deseo y “el derecho” a comer esa golosina que tanto anhelamos. El esfuerzo de esos ejercicios se pierde si nos dejamos vencer por “el derecho que tenemos” a no correr esa milla extra. La diferencia entre una calificación buena y una de excelencia se puede echar a perder si obedecemos “el derecho que tenemos” para no estudiar esa hora adicional. Sin esa hora de oración se afecta el desarrollo espiritual y la capacidad para estar listos ante los reclamos que harán las bendiciones y los problemas que Dios sabe que vienen de camino. La disciplina es un componente vital del carácter porque nos enseña a posponer nuestro derecho a la gratificación en vías de poder alcanzar una mejor condición para enfrentar tanto las bendiciones como los problemas que se avecinan.
 
La Carta a los Gálatas (Gál 5:16-26) nos ofrece un excelente campo referencial para entenderlo
 mejor. Los creyentes hemos sido llamados a un proceso de autodisciplina ante las invitaciones a “disfrutar de los placeres” de la carne y aprender a vivir en el Espíritu.
 
El tercer pilar del carácter es la visión. Esta es una cualidad; una cualidad que se cultiva. La visión es un concepto puede ser definido de tres maneras distintas. La capacidad para ver más allá de la superficie de la gente (ej.: lo que Jesús ve como posibilidades en el joven que aparece en Mat 19:16-30). La capacidad para ver soluciones para el día a día. La capacidad para verme como el producto terminado de Dios. Sin visión se dilata y se anquilosa el desarrollo del carácter. Por otro lado, sabemos que la meta bíblica es que cada creyente desarrolle el carácter de Cristo. Sabiendo esto, entonces comprendamos que el Espíritu de Dios no se va a detener hasta que seamos capaces de ver más allá de la superficie de la gente, de ver soluciones para el día a día y de vernos como el producto terminado de Dios como lo hace Cristo. Solo considere lo que la Biblia enseña sobre esto: que Cristo aceptó sufrir la cruz cuando vio el gozo puesto delante de él (Heb 12:2).    
 
El cuarto pilar del carácter es la perseverancia. La Biblia dice que el que persevere hasta el fin será salvo (Mat 10:22; 24:13; Mcs 13:13). Así de importante es este concepto. Hemos visto que este concepto puede ser traducido como la capacidad de sostenerse con vigor sin vacilación alguna, constantemente y/o estar adherido con pasión. La Biblia dice que hay que perseverar en el Evangelio (1 Cor 15:1). Este hay que recibirlo y perseverar. San Pablo define esto como la capacidad para creer en esa Palabra y retenerla. La Biblia dice que hay que perseverar en la oración (Col 4:2). Ella dice que hay que hacerlo en todo tiempo y con toda súplica en el Espíritu (Efe 6:18). La Biblia dice hay que dar fruto con perseverancia (Lcs 8:15). La Biblia dice que no se puede perseverar en el pecado (Rom 6:1-2). Hay que entender que este concepto está íntimamente ligado a la valentía, toda vez que nos ayuda a convertir en costumbre las capacidades para vencer aquello que podemos temer.
 
El quinto pilar del carácter es la compasión. Encontramos esto adherido al carácter de Cristo. El siempre sentía compasión por la gente (Mat 9:36; 14:14; 15:32; Mcs 6:34; 8:2); más no así por sí mismo (Mat 16:22-23). El concepto griego “splagchnizomai” (G4697) es el más parecido al concepto hebreo “racham” (H7356); entrañas que se conmueven (Gn 43:30; 1 Rey 3:26) o misericordia (Sal 25:6; 40:11; 51:1). Carácter sin este pilar no es carácter Cristiano. La parábola del Buen Samaritano explica esta enseñanza con nitidez (Lcs 10:25-37).
 
El sexto pilar del carácter es el auto sacrificio. En Mcs 10:35-45 vemos un reto y una evaluación de ese pilar en la vida de dos hermanos. Ellos decidieron que el mensaje del Reino de Dios era una muy buena oportunidad para conseguir beneficios personales. Como dice una excelente líder de nuestra Iglesia: “¡nada que ver!” El mensaje del Reino obliga al auto sacrificio. Esto es, desear y estar dispuestos a sacrificar energías, tiempo y recursos económicos en y por otros. Para estos discípulos era fácil enfocarse en la herencia prometida (Sal 2:8-9), pero sin tener que pasar trabajo, no para ganar derecho a ello (es tan costoso que Dios lo tiene que regalar), sino como demostración de compromiso, interés y pertenencia.
 
Una Iglesia que vive bajo la gracia necesita ser una Iglesia con el carácter de Aquél a quien anunciamos como el Señor y Salvador del mundo y al que esperamos para verle cara a cara. Nosotros vivimos esperando el momento en el le veremos y en el que seremos como Él es.
 
La Iglesia ha sido llamada a prepararse para el regreso del Rey de reyes y Señor de señores. La predicación y la enseñanza de esto es vital para el desarrollo del carácter de está.
Referencias

[1] La versión Reina Valera traduce como “ministro” el concepto “diakonos” (G1249)
   
[2] Conzelmann, H., & Zimmerli, W. (1964–). χαίρω, χαρά, συγχαίρω, χάρις, χαρίζομαι, χαριτόω, ἀχάριστος, χάρισμα, εὐχαριστέω, εὐχαριστία, εὐχάριστος. (jaíro, jará, sunjaíro, járis, jaríszomai, jaristóo, ajáristos, járisma, eujaristéo, eujaristía, eujáristos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, p. 376). Eerdmans.

[3] https://www.merriam-webster.com/dictionary/substantial#:~:text=Definition of substantial,nourish : full a substantial meal
   
[4] https://dle.rae.es/sustancial
   
[5] Hybels, Bill. 1994. Character: who you are when no one’s looking (six studies for individuals or groups with leaders notes). Leicester, England: InterVarsity Press.

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