Reflexiones de Esperanza: Efesios - Implicaciones de la Carta a los Efesios para la posmodernidad: la globalización

 “14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efesios 3:14-21)

Algunas preguntas han surgido durante nuestro proceso de análisis de la Carta a los Efesios. Sabemos que solo hemos tenido la oportunidad de examinar una fracción de esta carta, pero esto ha sido suficiente como para provocar inquietudes y varias preguntas muy interesantes. Una de estas tiene que ver con las implicaciones que tiene la teología eclesiástica de esta carta con el quehacer posmoderno en el que nos desarrollamos en el siglo 21.

No pretendemos despachar las respuestas a una pregunta como esta en una reflexión simple. No obstante, creemos que debemos realizar el esfuerzo de acercarnos a las posibles respuestas que esta carta ofrece para aquellos que tenemos esta inquietud.

De entrada tenemos que entender que el quehacer moderno es liderado por la globalización. ¿Qué es la globalización. Una definición sencilla de este concepto nos lleva a describir la globalización como el proceso de integración mundial en los escenarios económicos, políticos, tecnológicos, sociales-culturales, que procura convertir al mundo en un lugar cada vez más interconectado. O sea, que es “es un fenómeno basado en el aumento continuo de la interconexión entre las diferentes naciones del mundo en el plano económico, político, social y tecnológico.”[1]
 
Desde esta perspectiva estos procesos procuran el desarrollo de una globalización económica, la globalización política, la cultural y social, y la globalización tecnológica.
 
No obstante, un sacerdote llamado Pablo José Martínez Oses decía en el 2006 que la globalización debía ser entendida y atendida desde otra perspectiva. A continuación una cita directa de uno de sus ensayos sobre este tema: “La globalización y los retos de la Fe”:
 
“En realidad la globalización no es sino el resultado del predominio de una forma concreta de entender y de desarrollar la economía, que hoy conocemos como neoliberalismo. Este predominio coincide en el tiempo, y se sirve de ello, con una revolución tecnológica que abarata y agiliza las comunicaciones hasta el frenesí. La lógica económica a la que me refiero no es nueva, pero logra alcanzar cotas de expansión impensables hace sólo unas décadas…... La economía liberal de mercado, responde a una serie de principios y características que todo el mundo conoce. Entiende el desarrollo económico como un proceso de acumulación constante, que encuentra la motivación del mismo en los espacios de intercambio, en el sacralizado mercado. Un proceso de acumulación que no se limita a satisfacer necesidades o alcanzar metas previamente establecidas, puesto que se trata de un proceso de acumulación de capital, no de productos, que se convierte en la lógica inherente a la propia actividad económica. Para poder acudir al mercado, es preciso acumular de forma permanente capital que nos permita reinvertir permanentemente. El capitalismo entiende la economía como un proceso de búsqueda de rentabilidades que acumular, no como un intercambio destinado a satisfacer necesidad humana alguna. Este proceso de acumulación ha tenido diferentes fases en la historia reciente del mundo. Cuando las posibilidades de acumulación local se saturan, los capitales acuden al exterior en busca de nuevas rentabilidades, y si esto no les fuera posible, escudriñan en el interior de los sistemas económicos para encontrar «nuevas ventajas» que les permitan satisfacer la necesidad de acumular cada vez más rentabilidades. No es más que una lógica expansiva, permanentemente expansiva. Una de las claves para lograr mayor expansión es actuar sobre el espacio del intercambio, sobre los mercados. Si el espacio de intercambio presenta límites y normas para la realización de dicho intercambio, a nadie le cabe la duda que de alguna forma u otra estas limitaciones minarán las posibilidades de rentabilizar el capital con que acudimos al mercado. La lógica liberal defiende como un dogma de fe la libertad del mercado, para facilitar dicho proceso de acumulación. Por esta razón el liberalismo defiende que para lograr la expansión y el crecimiento de la economía es condición indispensable desregular (o liberalizar) los mercados.” [2]
 
¡Muy interesante!
 
Debemos comenzar señalando que estos procesos de globalización no eran desconocidos para el Apóstol Pablo. Su mundo y su contexto de vida eran el resultado de varios intentos de globalización del mundo conocido hasta la fecha. En primer lugar, los provocados por el imperio egipcio, el babilónico y medo persa, el de Alejandro Magno y el más reciente para Pablo, el del imperio romano. Luego de estos vendrían lo otomanos, los franceses, los británicos y el modelo americano, entre otros.
 
El modelo más reciente de globalización, el de la posmodernidad, trasciende los linderos nacionales y políticos. Este no es dirigido por naciones sino por grandes conglomerados bancarios multinacionales, por empresas multinacionales e instituciones internacionales.
 Para la época en la que Pablo vivía, el imperio romano era sin duda el que con mayor intensidad procuraba sumergir y someter al mundo conocido en esa agenda. Roma procuraba imponer su cultura, sus modelos sociales, su política y sus estructuras económicas. Aquellos que se resistían corrían la suerte de ser eliminados de la competencia y/o hasta de la existencia. Pablo vivía en ese ambiente.
 
Los procesos de globalización de la posmodernidad son mucho más agresivos. Sabemos que sus ventajas y sus virtudes son muchas. Por ejemplo, la globalización facilita el desarrollo tecnológico, el enriquecimiento de las culturas mediante los procesos de intercambio cultural. También, el desarrollo de un mercado global, de la interconexión de las sociedades porque facilita el acceso a recursos de información. Hay muchas otras virtudes que podríamos señalar aquí, pero sabemos que esta muestra es más que elocuente.
 
No obstante, la globalización trae consigo unos riesgos inherentes a esta que no podemos ignorar. Para comenzar, las naciones no la pueden controlar. Nuestros países no son el ente ni el control de estos procesos. O sea, que nuestros países no son considerados a la hora de tomar decisiones globales, aféctese quien se afecte. A esto hay que añadir que lo que se procura es la concentración del capital en las manos de los grupos multinacionales y transnacionales que mencionamos en los párrafos anteriores. A estos grupos no les aumenta el pulso ni les tiembla la mano si el aumento en el costo del combustible ocasiona una hambruna mundial.
 
Hay que comprender que estos procesos le asignan mucha más importancia a la comunicación que a la distribución de los alimentos. En otras palabras, es más importante que las sociedades tengan acceso a redes 5G que ocuparse de que algunos sectores del planeta tengan para comer. Por otro lado, las personas en el planeta son conminadas a comprar los mismos artículos (los de moda) y a gastar en las mismas cosas. Además, los procesos para imponer la globalización procuran la construcción y el desarrollo de una hegemonía cultural global que amenaza las culturas locales.
 
Todo esto se traduce en que las riquezas van a para a las manos de unos pocos mientras aumenta la pobreza en el planeta. Al mismo tiempo, las leyes establecidas que rigen nuestras sociedades, no parecen aplicarle a aquellos que dirigen estos procesos.
 
Ahora bien, ¿qué sucede cuando estos procesos se insertan en la vida de la Iglesia? Estamos convencidos de que las respuestas para esta pregunta pueden ser ensambladas con el siguiente orden orgánico:
 
  • la globalización de la fe
  • la globalización de los valores
  • la despersonalización de la sociedad en la que vivimos (realidad virtual)
  • la pérdida de la identidad cultural, social-familiar
 
La globalización de la fe
 
Los creyentes en Cristo creemos y postulamos sin reserva que no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hch 4:12). En ningún otro hay salvación; solo en Cristo Jesús. La globalización de la fe parte de la premisa que todas las religiones poseen valores espirituales y morales cuyo fin es frenar el egoísmo y el materialismo del ser humano.[3] Esa premisa amenaza la fe Cristiana con la imposición de una fe universal. Esto es, sin la necesidad de Cristo. En otras palabras, podemos ser uno en Buda, en Confusio o en cualquier dios humanista que pueda surgir en el camino.
 
Nosotros sabemos que la gracia que encontramos en Cristo es esencial para la salvación. Nosotros sabemos que puede haber gracia fuera de la Iglesia, pero no hay gracia fuera de Cristo.
 
El apóstol Pablo enfrentó algo similar en sus luchas con Roma. El imperio procuraba imponer el sincretismo religioso. Se procuraba la integración de los misterios persas, las prácticas religiosas egipcias, la integración del gnosticismo griegos, así como la adoración politeísta imperante. Roma culminaba estos esfuerzso identificando al César como el señor; una figura divina y humana.
 
Pablo enfrentó todo esto esgrimiendo unas respuestas que están vestidas de eternidad:
 
“4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dió vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), 6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. 8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:4-9)
   
“4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. 7 Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.” (Efesios 4:4-7)
             
O sea, no hay salvación fuera de Cristo, y lo que nuestro Señor provee no puede ser sustituido. No es Roma, no es el imperio: es Cristo. César no es el señor Cristo es el Señor.
 
La globalización de los valores
 
Los procesos para imponer la globalización parten del principio de que sus actores principales saben que la felicidad no puede ser comprada. Por lo tanto, sus mejores esfuerzos van dirigidos a inculcar en los seres humanos que la felicidad puede ser obtenida mediante la suma de todos los placeres. O sea, que la felicidad se puede obtener comprando aquellas cosas que producen placer. Esto se llama hedonismo.
 
La Iglesia puede caer en esa trampa utópica cuando permite variaciones y alteraciones en sus postulados de fe y en aquellos valores que nos definen como seres humanos, como hombres como mujeres y como familia. Esto, con el fin de no perder la asistencia ni el apoyo de aquellos grupos que han rendido sus creencias ante los dioses del materialismo y el hedonismo. Esto, con la finalidad de que la gente se sienta bien y que ese bienestar se convierta en uno de nuestros objetivos principales como Iglesia del Señor.
 
La historia recoge que Sócrates gustaba de pasear para despejar su mente en los mercados de Atenas, la hoy capital de Grecia. Uno de sus discípulos, intrigado por esta costumbre, le preguntó por qué iba tanto a ese lugar. Su respuesta resuena en los anales del tiempo: “¡Sólo estoy observando cuántas cosas existen que yo no necesito para ser feliz!” [4]
 
Un periodista y teólogo brasilero llamado Carlos Alberto Libânio Christo (Frei Betto) decía que lo peor que nos puede suceder en medio de una crisis es salir de esta sin haber aprendido la lección necesaria. Los seres humanos hemos atravesado crisis mundiales sin precedentes. La más reciente ha sido la pandemia provocada por el COVID-19. Esa pandemia nos ha debido enseñar que las posesiones y los placeres pueden producir unas sensaciones de bienestar que son esfímeras. Ninguna de estas cosas ha probado tener la capacidad de sostenernos de cara al sufrimiento provocado por este virus y por las pérdidas de personas amadas. ¿Cuánto hubiésemos dado por estar al lado de aquellos que “se mudaron a la eternidad” y que tuvieron que hacerlo sólos porque no nos permitían estar con ellos? ¿Puede esto ser sustituido por los nuevos teléfonos inteligentes o por nuevos algortimos de inteligencia artificial?
 
Pablo respondió a presiones de esta naturaleza, presiones generadas por un imperio que cavó su propia fosa cuando comenzó a menospreciar los valores intrínsecos que hay en la familia, en ser un  hombre o ser una mujer y en el respeto a la vida. Esas disconductas conducían a la embriaguez y a la búsqueda del placer como un fin en sí mismo. Pablo le puso nombre a estas disconductas. Él las definía como estar muertos en delitos y en pecados, siguiendo la corriente de este mundo, viviendo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos (Efe 2:1-3). Él exhortaba a la iglesia que estaba en la ciudad de Éfeso a no embriagarse con vino, y a dedicarse a buscar la llenura del Espíritu Santo (Efe 5:18).
 
Subrayamos que nuestras aseveraciones no procuran lesionar la dignidad de aquellos que no piensan ni creen como nosotros. Estas aseveraciones procuran hacer constar que nos oponemos a que la globalización nos las quiera imponer y que pretenda que podemos claudicar y eliminar nuestros postulados de fe y conducta. La historia ha probado que la Iglesia nunca claudica ante estos embates.
 
La despersonalización de la sociedad en la que vivimos
           
La agenda de la globalización ha patrocinado y propiciado el desarrollo de prácticas que procuran el aislamiento de los individuos en medio de la sociedad, así como el desarrollo de culturas y valores antropocéntricos (enfocados en uno mismo como centro de atención). Cualquier intento por sacar a un ser humano de esas realidades virtuales y cibernéticas es considerado hoy un ataque a la integridad, una reacción racista y hasta un crimen de odio. Esta es una de las razones detrás del aumento en los énfasis de la cultura WOKE.  ¿Qué es WOKE? Veamos la siguiente definición de este concepto:
 
“Bajo este término se incluyen todas aquellas [personas] que están alertas al racismo, la discriminación racial y la injusticia, entre otros temas. Quieren mejorar el mundo y por eso atacan a quienes no saben o no lo hacen. Woke en ese sentido es un despertar. El uso de esta palabra ‘woke’ en este sentido no es nueva, pero volvió a cobrar vigencia desde 2013, cuando la llamada generación Z, nacida a partir de 1995, llegó a la universidad y se convirtió en una especie de guerrera de la justicia. Para algunos autores, el hecho de que estos jóvenes se hayan educado en condiciones sociales y tecnológicas sin precedentes (en medio de la aparición de los teléfonos inteligentes y las redes sociales) creó un grupo de personajes diversos, combativos y susceptibles.”[5]
 
Esta tendencia, la de mezclar los avances tecnológicos con el desarrollo de estos movimientos amenaza con crear unos niveles de aislamiento severos y preocupantes. Basta considerar el “metaverse.” Esto es un espacio virtual-real en el que los usuarios pueden interactuar con un ambiente generado por una computadora, para socializar, jugar, vender y comprar sin tener que salir de este. El dinero utilizado es digital, ningún país lo controla y cada usuario posee lo que es suyo. Esto es, ropa, calzado y posesiones virtuales que son únicas. Si alguien las quiere obtener tiene que comprárselas a ese ususario. Claro está, los intermediarios que operan y sostienen el sistema se están haciendo más ricos con el mismo. Pero este no es el problema más grande que el “metaverse” va a provocar. Basta considerar la crisis de identidad y de incapacidad para distinguir entre lo que es real y lo que es virtual que comenzarán a sufrir aquellos que se están insertando en esta “nueva realidad.”
 
Pablo respondió a las insistencias romanas de crear un mundo ficticio utilizando un concepto poderosísismo: la gracia. Nuestra reflexión anterior incluía el siguiente párrafo acerca de este concepto:
 
“Fuentes académicas señalan que el concepto de la gracia es definido como un poder en el sentido sustancial.[6] Algo que es sustancial es algo que no es imaginario o ilusorio, que es esencial, que es amplio para satisfacer y que posee su propio significado.[7] Además, este concepto, sustancial, se utiliza para describir algo que no es accidental, que es importante o esencial.[8] Es así que Pablo consideraba la gracia: como un poder sustancial.”
 
O sea, que la gracia es un remedio infalible para aquellos que quieren refugiarse en un mundo virtual, ilusorio e irreal. Esto es así porque la gracia no es ilusoria: ella es real y es esencial.
 
Este análisis continuará en nuestra próxima reflexión.
Referencias
   
[1] https://economipedia.com/definiciones/globalizacion.html
 
[2] http://vincentians.com/es/la-globalizacion-y-los-retos-de-la-fe/
   
[3] “Spiritual Values in the Face of Global Problems”, por Prof Mustafa Ça˘ grici, Grand Mufti of Istanbul en “Faith and the Global Agenda:  Values for the Post-Crisis Economy. ” World Economic Forum Geneva, Switzerland, 2010
   
[4] https://www.ecoportal.net/paises/solo-estoy-mirando-cuantas-cosas-existen-que-yo-no-necesito-para-ser-feliz/
   
[5] http://revista-ideides.com/que-significa-el-termino-woke-con-que-movimientos-y-derechos-se-amalgama/
   
[6] Conzelmann, H., & Zimmerli, W. (1964–). χαίρω, χαρά, συγχαίρω, χάρις, χαρίζομαι, χαριτόω, ἀχάριστος, χάρισμα, εὐχαριστέω, εὐχαριστία, εὐχάριστος. (jaíro, jará, sunjaíro, járis, jaríszomai, jaristóo, ajáristos, járisma, eujaristéo, eujaristía, eujáristos). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 9, p. 376). Eerdmans.

[7] https://www.merriam-webster.com/dictionary/substantial#:~:text=Definition of substantial,nourish : full a substantial meal
   
[8] https://dle.rae.es/sustancial

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