858 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 24 de julio 2022

858 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 24 de julio 2022
Efesios: énfasis en el poder que desata la oración

“18 Pido que Dios les abra la mente para que vean y sepan lo que él tiene preparado para la gente que ha llamado. Entonces podrán participar de las ricas y abundantes bendiciones que él ha prometido a su pueblo santo. 19 Verán también lo grande que es el poder que Dios da a los que creen en él. Es el mismo gran poder 20 con el que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos y le dio el derecho de sentarse a su derecha en el cielo. 21 Dios ha puesto a Cristo por encima de cualquier gobernante, autoridad, poder y dominio, tanto de este mundo como del que está por venir. 22 Dios puso todo bajo sus pies y lo nombró como cabeza de todo para bien de la iglesia, 23 la cual es su cuerpo. Cristo, quien llena todo en todo momento, llena la iglesia con su presencia.”   (Efe 1:18-23, PDT)

Las reflexiones acerca de los ejercicios paulinos de oración que encontramos en la Carta a los Efesios han acaparado toda nuestra atención. La primera oración que encontramos en esta carta (Efe 1:15-23) nos ha provocado a estudiar el significado y el alcance de la oración. 
Esta no es la primera vez que nos sumergimos en esta clase de ejercicios. De hecho, el año 2008 fue dedicado casi en su totalidad al análisis de este concepto: el de la oración. El propósito principal de casi todas las baterías de reflexiones que compartimos durante ese año era el desarrollo de una vida de intimidad profunda con Dios. Hay que comprender que las herramientas que Dios nos ha dado para lograr esto no tienen sustitutos: la oración, la lectura de la Palabra, la meditación y la alabanza.

Dentro de los muchos libros acerca de la oración que recomendamos durante ese año se encuentra uno que fue escrito por Richard Foster: “Prayer: Finding the heart’s true home.” En ese libro Foster nos presenta la oración como un proceso que contiene tres (3) estaciones. La primera de las estaciones o movimientos de la oración que él describe es: “moviéndonos hacia el interior.” O sea, buscando dentro de nosotros hasta encontrar cuáles son las transformaciones que en realidad necesitamos. La segunda estación es “moviéndonos hacia arriba”: la búsqueda de la intimidad con Dios. La tercera estación es “moviéndonos hacia afuera”: la búsqueda del poder y la autoridad para cumplir con la Gran Comisión (Mat 28: 18-20).

Es obvio que el Apóstol Pablo pululaba constantemente entre la segunda y la tercera estación. Esto es, luego de percatarse que todas las áreas de su vida que necesitaban ser transformadas, experimentarían esto al “chocar ” con los beneficios obtenidos por la segunda y la tercera estación. Dicho de otro modo, Pablo revisaba constantemente su interior a la luz de lo que encontraba a diario en Dios y en la misión que le había sido asignada.
Las oraciones paulinas que estamos estudiando nos conminan a aceptar que sin duda alguna hay que orar para que se desate un avivamiento con señales de lo alto. Lo necesitamos con urgencia. No obstante, Pablo nos enseña en esas oraciones que ese avivamiento no puede desatarse sin que ocurra una reforma de la Iglesia. Decíamos en el 2008 que es cierto, hace falta un avivamiento y suplicamos por la inundación de bendiciones sobre todo el pueblo. Más no es menos cierto que un derramamiento de esa categoría sobre creyentes que son desobedientes y que resbalan con frecuencia de la fe en Cristo, puede ser una pérdida de tiempo. Se requiere un avivamiento de cambios de conductas, de cambios en pensamientos. Se requiere un avivamiento que provoque la separación del pecado, que provoque obediencia, humildad, simpleza, auto-control, modestia. Sí, un avivamiento que devuelva la cruz sobre nuestros hombros, y que nos devuelva a una vida de adoración comprometida. Un avivamiento que limpie la Iglesia.

Ese avivamiento requiere una Iglesia que conozca la esperanza a la que ha sido llamada (Efe 1:18b). Ese avivamiento comienza en una Iglesia que conoce y que anhela la herencia reservada para los santos (Efe 1:18c). Ese avivamiento comienza en una Iglesia que anhela estar vestida y empoderada por el poder de Dios (Efe 1:19-20). Ese avivamiento ocurre desde el seno de una Iglesia que está cimentada y arraigada en su fe y en el amor de Dios (Efe 3:17). Ese avivamiento inicia en una Iglesia que es plenamente capaz de conocer la “geometría del amor de Dios” que excede a todo conocimiento (Efe 3:18). Ese avivamiento estalla desde el corazón de una Iglesia que está buscando ser llena de la plenitud de Dios (Efe 3:19).

El Dr. Roberto Amparo Rivera decía en un sermón predicado en nuestra iglesia, en el mes de septiembre del año 2007, que acercarse a la presencia del Padre debe ser motivado por la convicción de que mientras más nos alejemos de ella, más nos acercamos al corral de los cerdos (Lucas 15:11-32). En cambio, como ha señalado Edward McKendree Bounds (1835-1913), la oración que provoca el avivamiento es una que nos hace rendir ante la majestad del Padre Celestial.
 
Richard Foster ha argumentado que esto es posible porque este tipo de oración nos permite ver el corazón del Padre. Ese corazón está lleno de majestad, de poder y de gloria, pero al mismo tiempo, como decía San Agustín, está lleno de sed de nosotros. No olvidemos que nuestro Dios no posee un corazón de piedra. El corazón del Padre es mucho más sensible y tierno para amar que cualquier corazón que conozcamos. El corazón del Padre le provoca a callar de amor (Sof 3:17) y hasta llorar por nosotros (Jn 11:35). El Padre tiene sed de sus hijos.
Nuestra oración, la que procura ese avivamiento, debe poseer otro elemento muy distintivo. Nuestra oración debe ser una oración que adore. Las doxologías que encontramos en las oraciones paulinas confirman esto.

Sin embargo, la realidad es que este elemento parece ser uno elemental y fácil de desarrollar. Puede parecer fácil debido a nuestra naturaleza como seres humanos; hemos sido creados para adorar algo. Sin embargo, la realidad es que esa misma naturaleza humana se convierte en el peor enemigo de la adoración a Dios.

La inmensa mayoría de los teólogos Cristianos que se acercan al análisis de la naturaleza humana de frente a la oración y de la adoración, se han visto obligados a llegar a la misma conclusión, Aquellos que no lo han hecho no merecen ser estudiados.
 
Richard Foster es uno que describe esta lucha citando a C. S. Lewis y la forma en la que él discute este tema en sus “Cartas a Malcolm.” Allí, Lewis analiza cuatro (4)  razones por las que la naturaleza humana busca sabotear ese deseo y/o la necesidad de adorar.

La primera razón es la falta de atención. Lewis, una de las mentes más prodigiosas del siglo 20, subraya con una maestría inigualable la facilidad con la que somos atraídos por los sonidos ventosos de la vida y fallamos en escuchar las sinfonías filarmónicas del amor de Dios. Y no se trata únicamente de estar atrapados en los que los anglosajones llaman el “rat race”: actividad competitiva extenuante y un tanto inhumana desatada por el anhelo de adquirir cosas. Esto también incluye las demandas legítimas que encontramos en la casa y en la familia, en el trabajo y la escuela; demandas que conspiran contra nosotros nublándonos la capacidad de ver la vida con la corrección y precisión necesaria. Lewis decía que nuestras obligaciones parecen crecer como la planta de habichuelas gigantes que Jack (“Jack and Beanstalk”) vio crecer de la noche a la mañana. Ellas no nos dejan ver y nosotros no somos capaces por nosotros mismos de adorar lo que no vemos.
 
La segunda razón es la atención equivocada. Con esta frase Lewis describe un obstáculo gigantesco. Lewis, el mismo escritor que produjo libros como “Las Crónicas de Narnia,” “El problema del Dolor,” “Mere Christianity” y docenas de otros “bestsellers,”  argumentaba que cuando el ser humano del siglo 20 ve un atardecer, en vez de ser provocado a ir directamente a la doxología (expresión de alabanza y glorias al Señor), decide ir al análisis. Esta actitud, la de la búsqueda equivocada, invariablemente produce frustración y una mente frustrada tiende a ignorar los “olores” de la divinidad.

Lewis sabía mucho acerca de esto. Su madre, hija de pastores irlandeses enfermó de muerte cuando él era aún un niño. Sus biógrafos destacan las oraciones que él levantaba para que Dios la sanara de ese cáncer. La mujer murió y el padre de Lewis se sumió en una depresión que le obligó a enviar a sus dos (2) hijos a una escuela de internos. Allí, maestros (la mayoría ateos, según Lewis) comenzaron a construir y desarrollar una de las mentes más brillantes que ha conocido la humanidad. De allí, Lewis pasó a las manos de un tutor extraordinario que acentuó sus ideas acerca de la no-existencia de Dios. La inteligencia sobrenatural de este genio (“chairman” de las más altas cátedras de literatura en Oxford), le llevó a refugiarse en sus capacidades analíticas y a sacar a Dios de todas sus posibles respuestas. Pero un día, luego de muchos diálogos con amigos de la talla de J.R. Tolkien (“Lord of the Rings”), Dios se le reveló a Lewis y éste no tuvo otra alternativa de caer rendido a los pies de su Creador a través de los brazos de Cristo. Desde entonces, Lewis, quien murió el mismo día que asesinaron al presidente John F, Kennedy, pasó su vida predicando y escribiendo acerca del amor y del poder transformador de Dios.
 
La tercera razón es el egoísmo. Una de las razones por la que nuestras adicciones por tener cada vez más nos impiden adorar es que éstas destruyen nuestra capacidad de reflexionar. Foster argumenta sobre este punto subrayando que cuando vamos a un festival de rosas, no es suficiente disfrutar de las aromas de las flores de sus bellezas. Muchos de nosotros tenemos que salir a comprarlas y traerlas a casa como una posesión. Esa actitud es provocada por la necesidad de tener ese placer en casa, a nuestra disposición, para disfrutarlo cuando nos parezca más conveniente. O sea, que el placer de adorar espontáneamente a Dios es viciado con el egoísmo de ser dueños de ello, de hacerlo cuando queremos hacerlo y cuantas veces deseemos hacerlo.

La cuarta razón es la idea incorrecta que tenemos de nosotros mismos. En inglés Lewis usa un concepto riquísimo: “conceit.” La traducción del diccionario es la siguiente:

“a result of mental activity, THOUGHT  (2) : individual opinion: favorable opinion; especially: excessive appreciation of one's own worth or virtue.” (Merriam Webster’s  Dictionary). 

C.S. Lewis decía que es muy fácil descubrir la presencia de Dios en las cosas ordinarias de la vida. Sin embargo, nuestras conversaciones, aún en la casa de Dios, casi siempre giran alrededor de lo que nos ha sucedido, aquellos que necesitamos y/o las “bendiciones” que hemos recibido. Adorar con el pensamiento programado para conjugar todo en primera persona singular-posesiva (“mío,” “para mí,” “por mí,”) es sin duda un gran obstáculo para adorar con libertad.

La oración que levantamos debe ser capaz de provocar un avivamiento. Para que esto ocurra, esa oración debe ser capaz de dejarnos ver lo que somos y de exaltar con libertad el nombre de Dios. Este es el énfasis paulino en cada una de las oraciones que encontramos en la Carta a los Efesios.

Sabemos que más de uno de nuestros lectores debe haber arribado a la conclusión de que lo que hemos compartido hasta aquí nos obliga a aprender a orar. Sí, el énfasis paulino nos conduce a ver la necesidad que tenemos de la presencia divina y nos conduce a la necesidad de aprender a orar. Las claves para saber lo que es vivir la vida abundante que ofrece el Señor y que Pablo destaca en estas oraciones producen esta conclusión. Solo así lograremos ser restaurados y transformados en instrumentos en las manos del Eterno para que se desate el avivamiento que tanto anhelamos.
 
Mencionábamos la segunda dimensión o movimiento de la oración descrita por Foster: “moviéndonos hacia arriba”: la búsqueda de la intimidad con Dios. Esta dimensión  ha sido abrazada y analizada por una infinidad de gigantes de la fe a través de la historia. Uno de ellos, San Agustín, decía que la oración como un todo no es otra cosa que amor. Es un amor que manifestamos a Dios buscándole, exaltándole, confesándole nuestra necesidad de su presencia. Es amor que Dios manifiesta, escuchando, respondiendo y bendiciéndonos con su tierna presencia.

A continuación el decálogo de la oración de este Obispo Hipona:

  1. La oración es un don de Dios:
  2. Por lo que el hombre debe pedirlo como un mendigo. Sea rico o sea pobre el hombre ante Dios siempre será un mendigo. La oración para Agustín parte de este preámbulo. 
  3. La oración es ejercicio de humildad.
  4. Partiendo del autoconocimiento frente a Dios (1 Ped 5: 5).
  5. La oración es obra del Espíritu Santo .
  6. Que clama en nuestro interior (Rom 8, 26) para que nos dé las palabras y la voz para orar ante Dios.
  7. La oración es un ejercicio de recolección, recogimiento interior.
  8. Hay que entrar en el propio corazón evitando la dispersión, para encontrarnos con Cristo.
  9. La oración es un ejercicio de amor.
  10. Orar es amar y dejarse amar por Dios.
  11. Orar es: “abrazar a Dios con amor, abrazar el amor de Dios.” 
  12. Orar es amar, es dejarse transformar por el mismo Dios en la oración por el fuego de su amor, dejando las cosas de la tierra y llenándose de Dios.
  13. Orar es amar, para vaciarse del amor del mundo y llenarse de Dios.
  14. Orar es amar, para apegarse a Cristo olvidándose de todo lo demás. Todas las cosas se relativizan cuando desde la oración, se ama profundamente a Cristo.
  15. La oración es diálogo amoroso con Dios. Se dialoga escuchando y respondiendo a la Palabra de Dios.
6.   La oración es diálogo amoroso con Dios.
      a.    Se dialoga escuchando y respondiendo a la Palabra de Dios.
7. La oración es el encuentro con la voluntad de Dios.
a.   Orar para no resistir a la voluntad de Dios.
b.   Orar para abandonar mi vida en las manos de Dios, sabiendo que es Él quien me capacita para cumplir su voluntad.
8.   La oración es el deseo enamorado de Dios.
a.   Es parte de la oración continua. Nunca se deja de orar si nunca se deja de desear a Dios.
b.   La oración es el “grito del corazón”.
9.   Orar es sentirse Iglesia y comunidad.
a.   El cristiano nunca está solo porque forma parte del misterio de la Iglesia, del Cuerpo de 
      Cristo.
10. Orar es elevar el corazón hacia Dios.
a.   Orar es dejar que el corazón ascienda hacia Dios, buscando las cosas del mundo eterno, no las de la tierra, con un deseo enamorado de Dios:
  1. La oración es “la ascensión de las cosas terrestres a las celestes; la búsqueda de las cosas más altas, el deseo de las cosas invisibles”. 

Agustín bebía de la teología de la oración desarrollada por Pablo. Él conocía que una iglesia que posee fe y amor no está completa sin haber encontrado la esperanza, su meta en los cielos y la plenitud de Dios para vivir mientras esté en la tierra. Es por esto que Foster hace suyas las palabras de Agustín de Hipona cuando declara que la oración verdadera no sale de dientes que se chocan unos con otros, sino de corazones que caen a los pies del Señor enamorados de su gracia y de su presencia.

Repetimos unas ideas acerca de la oración de Karl Barth que hemos considerado en otras ocasiones. Barth decía que levantar las manos en oración es el principio de una insurrección contra los desórdenes y el caos existente en la vida aquí. Él decía que orar nos convierte en aliados de Dios y en guerreros espirituales del reino. Esta transformación no obedece al desarrollo de una actitud beligerante y agresiva, sino a la capacidad de reflejar cada día más la gloria del Eterno. Blaise Pascal se expresaba sobre esto cuando decía que Dios ha instituido la oración para conferir a cada creyente la dignidad de ser transformado en una causa.  Este es otro de los énfasis paulinos: “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales,” (Efe 3:10).
 
Lea esto bien: no se trata de ser causal, o sea, estar relacionado a una causa. Se trata de ser causativo. Lo que esto significa es que Dios quiere y puede convertirnos en causa instrumental. O sea, servir a Dios como instrumento. Dios puede y quiere convertirnos en razones para que la gente que no cree en Él, decida rendirse a sus pies. Blaise Pascal decía que este era uno de los fines principales de la oración. Al mismo tiempo, pero en otra dimensión, Teresa de Ávila decía que cuando descubrimos esta dimensión de la oración aprendemos a honrar a Dios porque aprendemos a pedir grandes cosas para el alma y el espíritu. Pablo enfatizaba esto mismo cuando señalaba que la Iglesia puede sumergirse en el conocimiento del amor de Dios de tal manera que el testimonio de sus conversaciones, el de su comportamiento y el de la dirección divina se convirtieran en el mensaje principal que ella predica (Efe 5::15-20). 
Ahora bien, hay dos lados importantísimos en esta dimensión de la oración. Estos lados, que corresponden a la oración de adoración, son la gratitud y la alabanza. Con la acción de gracias damos gloria a Dios por las cosas que ha hecho. Con la alabanza damos gloria a Dios por lo que Él es.

La Biblia está llena de modelos que sirven en cada uno de estos lados que acabamos de describir. Por ejemplo, en 1 Crónicas 16:4-36, David designa ministros de los levitas con unas funciones muy específicas: “para que recordasen y confesasen y loasen a Jehová el Dios de Israel.” Por otro lado, Moisés hizo lo mismo con la otra cara de la oración de adoración; la acción de gracias (Lev 7:12). Estos gigantes de la fe tenían muchas cosas en común, y una de ellas era la capacidad que tenían para lo que Foster llama “atisbar en el corazón de Dios.”
Richard Foster argumenta que si un creyente tiene la oportunidad de ver el corazón de Dios no podría hacer otra cosa que alabarle y darle gracias con todas las fuerzas de su alma. Esto es así porque al hacerlo se convencerá de que el corazón de Dios es sensible y tierno. Dios se puede y quiere regocijar sobre nosotros, cantarnos cánticos, callar de amor y restaurarnos (Sof 3:17-19).
Douglas Steere dijo que la en la escuela de la adoración es que el alma aprende por qué los acercamientos a cualquier otra meta le dejan exhausta.. Si recordamos que adorar es aprender a ver la vida desde la perspectiva de Dios, entonces seremos capaces de encontrar sentido a todos los escenarios en los que Dios decide colocarnos. Esto es así porque nuestra confianza emanará de saber que vamos de la mano del Eterno.

Esta dimensión abre las puertas para descubrir y recibir los misterios y las revelaciones del cielo. Esta dimensión abre las puertas para adentrarnos más en el corazón del Creador y conocer más de Él. Esta dimensión abre puertas para saborear esa voluntad de Dios que es agradable y perfecta.

La invitación de hoy es a abrir el corazón y dejar que el Espíritu de Dios que enseñó a orar a Pablo, también nos enseñe a nosotros. La invitación de hoy es a orar para comience el avivamiento que tanto esperamos y que este comience en nosotros.
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