864 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 4 de septiembre 2022

864 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 4 de septiembre 2022
Análisis de las peticiones de la segunda oración de Pablo en la Carta a los Efesios (Pt. 5)
 
14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, 15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, 16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; 17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, 18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, 19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. 20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.”   (Efe 3:14-21)

La segunda oración paulina que encontramos en la Carta a los Efesios (Efesios 3:14-21) nos ha cautivado. Nuestra reflexión más reciente fue dedicada casi en su totalidad al análisis de uno de los conceptos que encontramos en la segunda petición que Pablo realiza en esa oración. Analizamos allí el concepto que es traducido como “habitar”.
Sabemos que la primera petición que encontramos en esa oración gira alrededor de la necesidad de ser fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu de Dios (Efe 3:16). Hemos visto que esa petición incluye la fuente de ese fortalecimiento: las riquezas de la gloria de Dios. O sea, que la sola presencia del Espíritu para fortalecernos tiene que ser considerada un regalo de esas riquezas de la gloria de Dios. La segunda petición implora que habite Cristo por la fe en nuestros corazones (Efe 3:17). Adelantamos que la primera petición que encontramos en esta oración enfatiza en que esta tiene que cumplirse o ser recibida a través de la intervención del Espíritu Santo. Al mismo tiempo, la segunda petición enfatiza que esta tiene que llevarse a cabo por la fe.

A manera de repaso, repetimos que el concepto griego que se traduce aquí como “habitar” es “katoikeō” (G2730). Nos llamó la atención que el Apóstol pudo haber escogido utilizar el concepto “oikeō” (G3611) que significa habitar o morar. [1] Pablo utiliza este concepto en varias ocasiones en sus cartas (Rom 7:17-18, 20; 8:9,11; 1 Cor 3:16; 7:12-13; 1 Tim 6:16).
Algunos especialistas en este idioma (filólogos griegos) han propuesto que el uso de “oikeō” puede ser traducido como la capacidad y/o la acción de instalarse en un lugar o alojamiento y convertirlo en su hogar.[2] Estos amplian que el concepto “oikeō” es también utilizado para describir un proceso psicológico y espiritual que va al interior del ser humano.[3] Otros recursos académicos destacan que este concepto puede implicar la cohabitación.[4] Esto es, la presencia de más de un dueño o de un habitante en ese lugar.
Creemos que estos datos son más que elocuentes para comprobar que Pablo pudo haberle pedido a Dios que Cristo hiciera “oikeō” en el corazón de cada creyente. No obstante, Pablo no lo hizo. El Apóstol decidió utilizar el concepto “katoikeō” (G2730).

Regresemos unos instantes a analizar las diferencias que existen entre “oikeō” (G3611) y “katoikeō” (G2730). Algunos académicos han visitado desde otra óptica el concepto “oikeō” (G3611), el concepto que Pablo no utiliza en la oración que encontramos en la Carta a los Efesios. Muchos de ellos destacan el uso que Pablo le da cuando le escribe a la iglesia en Roma. El Apóstol utiliza ese concepto en esa carta para hablar acerca del “pecado que mora en mi” (Rom 7:17) y “el bien que no mora en mí” (v.18). En este caso, así como en la afirmación que se hace en el verso 20, ellos apuntan que se trata de la descripción del dominio que tiene el pecado sobre nosotros, su conexión con la carne y las distinciones entre estas. Sus análisis desembocan en la conclusión de que el pecado que hace “oikeō” en nosotros no es un huésped y que su presencia continua lo lleva a convertirse en el señor de la casa.
Al mismo tiempo, ellos añaden que cuando se utiliza “oikeō” para referirse a lo que hace el Espíritu al morar en la nueva criatura en Cristo (1 Cor 3:16), se hace para describir que esto va más allá de un impulso o lo que ellos llamanun rapto estático. Ellos afirman que se trata de ser marcados, de que se nos ha imprimido la marca del servicio:[5] “oikeō” utilizado en referencia a la capacidad y la necesidad de servir.  

Es correcto afirmar que el concepto “katoikeō” encierra casi todo lo que el concepto anterior describe. Sin embargo, tal y como vimos en la reflexión anterior, el uso del prefijo “katá” (G2596) cambia el alcance y las dimensiones de esta petición paulina. Es correcto afirmar que el concepto que Pablo utiliza describe que aquel que habita en ese lugar lo hace de forma permanente. Pero tal y como vimos en nuestra reflexión anterior, este concepto trasciende la habitación física para insertarse en la definición de pertenencia y de identidad.
Repasando lo aprendido: hemos visto que el prefijo “katá” que encontramos en el concepto que Pablo utiliza:

  •  es una preposición que se usa para enfatizar distribución e intensidad.
  •  se utiliza para describir extensión hacia abajo, hacia los lados, en todas las direcciones.
  •  se utiliza para describir la extensión por un sendero o por una ruta.
  •  se utiliza para describir la ocupación entre los espacios que hay entre los objetos que están colocados en un lugar.
  •  se utiliza describir algo que está alrededor, un tiempo cercano a otro tiempo.
  •  se utiliza para invocar en el nombre de un garante.[6]

O sea, que se trata de un proceso de “oikeō”, de habitar, que se amplía al incluir todo lo que hemos identificado en el prefijo que le antecede. Además, decíamos en nuestra reflexión anterior que el concepto “katoikeō” describe que el dueño del lugar, el habitante de ese lugar, conecta lo que es con lo que va a ser. Es de aquí que emana la transformación de la identidad y del sentido de pertenencia con el uso del concepto “katoikeō”.
Repetimos que se trata de hacerle habitación a Cristo entregando todo el corazón y que eso trasciende la comunión de espíritu a Espíritu. En otras palabras, Cristo no llega para co-habitar con nosotros. Cristo llega para inciar en nosotros un proceso de transformación que no se detiene hasta que Cristo sea formado en nosotros (Gál 4:19). Dicho de una manera directa: el Espíritu de Dios provoca que Cristo haga mucho más que “oikeō” en nosotros. Él viene para provocar que Cristo haga “katoikeō” en nuestros corazones. Ese proceso no se detiene hasta que Él logra que nosotros desaparezcamos al punto que podamos exclamar: “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gál 2:19b). Es por esto que insistimos en que “katoikeō” implica que nuestro carácter será transformado en el carácter de Cristo.

Por otro lado, es por esto que la fe juega otro papel de suma importancia en estos procesos. Decíamos en la reflexión anterior que la fe produce e involucra la plenitud de Dios en este proceso de transformación. No debe haber duda de que es el Espíritu quien la facilita. Esto es, como una operación del favor, del amor de Dios.
No nos podemos cansar de internalizar que esa fe produce en nosotros la capacidad de acercarnos a algo más grande e inmenso que la vida misma. El Espíritu Santo se encarga de capacitarnos con herramientas espirituales que despiertan en nosotros la percepión de que hay una sabiduría, una verdad, un conocimiento que no poseemos y que nos estamos perdiendo. La sola revelación que el Espíritu Santo hace de la plenitud de Dios implica que somos absorbidos por algo que trasciende nuestras capacidades racionales. Somos invitados a entrar en la majestad y en la santidad de Dios.
El problema humano-racional que encontramos con esto es que la fe es la única avenida para poder percibir esa Presencia en todo su esplendor. Así mismo chocar, ser impactados con la excelencia y la gloria que está adscrita a esa Presencia. Esto es así porque la fe nos permite apropiarnos de ese amor y reciprocarlo con fuerzas más grandes que las tenemos en nuestro cuerpo material. [7]

El profesor Charles Hodge decía que de acuerdo a la Biblia, el “religare” que se desprende de la acción divina no es una forma de los sentimientos que excluye el intelecto. Él añadía que tampoco es una forma de conocimiento que excluye los sentimientos.
El concepto “religare” es un concepto en latín que describe la acción de unir, en este caso unir con lo divino.[8] Destacamos que existe una discusión intensa y ancestral sobre la relación entre concepto y el concepto “religión”: el sistema de creencias y prácticas que permiten que nos relacionemos con “un poder superior.” Tenemos que decir que desde esta perspectiva, Cristo no llega a nuestros corazones a establecer una religión. Cristo llega a establecer la unidad, la relación directa con Dios. Hay buenos resúmenes de la discusión y el análisis de este tema.[9],[10]

Regresando a los planteamientos del Profesor Hodge, a pesar de que él nunca entró a analizar el concepto “katoikeō”, él planteaba que cuando Cristo hace esto en nosotros, lo hace para desarrollar un discernimiento comprehensivo del mundo. Al mismo tiempo, lo hace para desarrollar en nosotros el conocimiento espiritual necesario y adecuado para que podamos enfrentar ese mundo. Hodge afirmaba que el conocimiento que trae Cristo cuando hace habitación en nuestros corazones, no es otra cosa que los resultados de Él como la fuente de vida espiritual y abundante para todo el hombre interior. Esto es, alma, espíritu, conocimiento espiritual y afectos espirituales.[11]
Es muy interesante el hecho de que el texto griego de la Carta a los Efesios revela unos datos que se pierden en las traducciones. Los planteamientos que esgrimimos a continuación pueden sonar muy técnicos, pero creemos que vale la pena el esfuerzo que vamos a realizar. El texto griego de la primera parte del verso 17 de dice lo siguiente (en fonética):
katoikesai ton Xristón días tes pisteos” (“que habite Cristo por la fe”).

Los lingüistas han dicho que esa expresión dice mucho más que esto: “que Cristo haga ‘katoikeō’ por la fe.” Esto es así porque la conjugación del verbo “katoikeō” aparece como un aoristo infinitivo activo: “katoikēsai”. ¿Qué significa esto? Que Pablo está pidiendo algo que va mucho más allá de que Cristo haga todo lo que significa el “katoikeō” en nuestros corazones. Pablo está pidiendo que ese proceso de habitación sea uno constante, repetitivo y que no termine nunca. Dicho de otra manera: Pablo está pidiendo un proceso permanente y repetitivo.
Hay que destacar que el aoristo es de por sí una conjugación indefinida. El infinitivo significa que eso no tiene fin. Repetimos, Pablo está pidiendo que Cristo habite, haga “katoikeō” en nuestros corazones y que lo haga de forma indefinida, que no tenga fin. En otras palabras, el “indwelling”, la habitación de Cristo en nosotros define que Él ha tomado posesión absoluta de ese lugar; de nuestros corazones.[12]
Hemos hecho énfasis en que la fe requerida incluye la aprehensión espiritual. Esto es así porque se trata de la percepción de la verdad y la excelencia de las “cosas del Espíritu.”[13] El Espíritu Santo es la fuente de la vida espiritual, del conocimiento espiritual y de todos los afectos que emanan del corazón del Padre.

Hay unas proposiciones que Pablo realiza en esta oración y que están relacionadas a la fe. Para entenderlas hace falta señalar que la fe es un poder del Espíritu que el cristiano se ha apropiado. Este axioma bíblico es compartido por más de un escritor en el Nuevo Testamento. Veamos un ejemplo, de esto:

  “1 Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, saluda a los que han llegado a tener una fe tan preciosa como la nuestra, porque nuestro Dios y Salvador Jesucristo es justo. 2 Reciban abundancia de gracia y de paz mediante el conocimiento que tienen de Dios y de Jesús, nuestro Señor. 3 Dios, por su poder, nos ha concedido todo lo que necesitamos para la vida y la devoción, al hacernos conocer a aquel que nos llamó por su propia grandeza y sus obras maravillosas. 4 Por medio de estas cosas nos ha dado sus promesas, que son muy grandes y de mucho valor, para que por ellas lleguen ustedes a tener parte en la naturaleza de Dios y escapen de la corrupción que los malos deseos han traído al mundo. 5 Y por esto deben esforzarse en añadir a su fe la buena conducta; a la buena conducta, el entendimiento; 6 al entendimiento, el dominio propio; al dominio propio, la paciencia; a la paciencia, la devoción; 7 a la devoción, el afecto fraternal; y al afecto fraternal, el amor.”  (2 Ped 2:1-7, Dios Habla Hoy)

        Pedro dice en este texto que Dios nos ha dado la fe: es nuestra, los Cristianos nos hemos apropiado de ella. Pedro postula aquí que a esa fe hay que añadirle algunas cosas. Él postula que tenemos que añadirle la buena conducta, el entendimiento, dominio propio, paciencia, devoción, afecto fraternal y el amor. En otras palabras, la fe apropiada necesita ser rodeada del desarrollo de virtudes.

La propuesta que Pablo realiza en la oración que encontramos en la Carta a los Efesios, muy bien puede ser vista como la respuesta a cómo podemos conseguir lo que Pedro ha identificado. La solución paulina ara el desarrollo de esas virtudes es que utilicemos esa fe para apropiarnos de Cristo y que Cristo se apropie de nosotros. El resultado de Cristo haciendo “katoikeō” en nuestros corazones, de forma indefinida y repetitiva, es la garantía para el desarrollo de todas esas virtudes. En otras palabras, las virtudes Cristianas se desarrollan de manera espontánea cuando Cristo hace “katoikeō” en nuestros corazones.
¿Qué se necesita para que esto ocurra? Poner en acción la fe de la que nos hemos apropiado desde que aceptamos a Jesucristo como Señor y Salvador de nuestras vidas. ¿Cómo lo podemos conseguir? Haciendo lo que Pablo hace en esta carta: orar pidiendo que Cristo haga “katoikeō” en nuestros corazones.
   
[1] Swanson, J. (1997). In Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Edición electrónica.). Logos Bible Software.
[2] Michel, O. (1964–). οἶκος, οἰκία, οἰκεῖος, οἰκέω, οἰκοδόμος, οἰκοδομέω, οἰκοδομή, ἐποικοδομέω, συνοικοδομέω, οἰκονόμος, οἰκονομία, κατοικέω  (oikos, oikía, oikéios, oikéo, oikodomos, oikodomeo, oikodomé, epoikodoméo, sunoikodomép, oikonómos, oikonomía, katoikéo). In G. Kittel, G. W. Bromiley, & G. Friedrich (Eds.), Theological dictionary of the New Testament (electronic ed., Vol. 5, pp. 135). Eerdmans.
[3] Ibid.
[4] Strong, J. (2009). In A Concise Dictionary of the Words in the Greek Testament and The Hebrew Bible (Vol. 1, p. 51). Logos Bible Software.
[5] Michel, O., Op. cit, pp. 135-136.
[6] Louw, J. P., & Nida, E. A. (1996). In Greek-English lexicon of the New Testament: based on semantic domains (electronic ed. of the 2nd edition., Vol. 1, p. 801). United Bible Societies.
[7] Hodge, C. (1858). A commentary on the Epistle to the Ephesians (pp. 183–186). Robert Carter and Brothers.
[8] https://www.ourworld.co/understanding-religion/#:~:text=These two etymologies shed light,attitude that precedes any membership.
[9]  https://plato.stanford.edu/entries/concept-religion/
[10] http://persweb.wabash.edu/facstaff/hulenp/religion.html
[11] Hodge, C. , Op. cit.
[12] Lange, J. P., Schaff, P., Braune, K., & Riddle, M. B. (2008). A commentary on the Holy Scriptures (p. 125). Logos Bible Software.
[13] Lange, J.P., Schaff… Op. cit.
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