Reflexiones de Esperanza: El mensaje de la tumba vacía-el poder de la resurrección de Jesús

“4 Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; 5 y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí, sino que ha resucitado.” (Lucas 24:4-6a)
 
La historia de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) está matizada por el liderazgo de centenares de figuras carismáticas de todos los rincones del planeta. Algunas de ellas resaltan con una frecuencia y un dinamismo único en la historia del ser humano. Entre estas se encuentra la figura de Sir Winston Churchill, Primer Ministro del gobierno Británico durante los años más candentes de ese conflicto. Algunos historiadores nos han dejado saber lo que sucedió cuando el Rey Jorge VI lo invitó el 10 de mayo de 1940 a que ocupara la jefatura del gobierno y dirigiera a Gran Bretaña en contra de los enemigos que amenazaban a Europa y al mundo. Churchill aceptó el reto con mucha confianza, y dijo algo que sus biógrafos han citado para la posteridad: “Me sentí como si estuviera caminando con el destino y que toda mi vida pasada no hubiera sido otra cosa que una preparación para esta hora de prueba.”[1]
 
Jesús, el Hijo de Dios, experimentó algo muy superior a lo expresado por Churchill. La obsesión del Señor era la cruz necesaria para salvar al pecador y reconciliar al ser humano con el Padre. La resurrección era la señal de aprobación del Padre al sacrificio realizado por el Hijo. Charles Swindoll señala que el Hijo, ultrajado voluntariamente por una experiencia llena de angustia y dolor, se ve contantemente protegido por esa Providencia Divina que le hace saber que la cruz no es una opción y sí una misión inexorable. Jesús no fue una víctima del destino ni un mártir casual. Jesús nació para ser crucificado y resucitar de entre los muertos para la gloria del Padre Celestial. Dios el Padre estaba así reconciliando al mundo consigo mismo en Cristo Jesús (2 Cor 5:18-19). La resurrección es entonces una pieza indispensable e insustituible del plan de salvación.
               
El concepto “resurrección” proviene del latín “resurgere” que trae consigo la idea de “regresar”, “volver a la vida” y “levantarse.” Es John R.W. Stott, en su libro “Basic Christianity” el que nos dice que no es correcto que nos puedan poner en las manos un drama como “Hamlet” o “King Lear” y pedirnos que escribamos algo similar. Shakespeare podía hacerlo, pero nosotros no. Tampoco es correcto que nos muestren una vida como la vida de Jesús y que nos digan que vivamos una vida similar. Jesús podía hacerlo, pero nosotros no. Pero si el “genio” de Shakespeare pudiera regresar a la vida y meterse dentro de nosotros, entonces podríamos escribir obras como las suyas.
             
El mensaje del Evangelio señala que uno de los beneficios de la gracia es que el Espíritu de Jesús puede venir a vivir dentro de nosotros. Es por esto que podemos ser capaces de vivir una vida como la de Jesucristo el Señor (Rom 8:11). No es suficiente entonces tenerle como ejemplo; le necesitamos como Salvador y como el Señor de nuestras vidas.[2]
             
Es por esto que la resurrección es la razón fundamental detrás de la celebración de esta semana. La resurrección es de lo que trata la Pascua; la Pascua de la resurrección de nuestro Señor. San Pablo dice que si Cristo no resucitó nuestra fe es entonces una fe vana y aún nos encontramos en nuestros pecados (1 Cor 15:17).
 
Karl Barth predicaba acerca de esto el 4 de abril de 1920, en un sermón sobre 1 Cor 15:50-58.[3] Barth señalaba que la vida del Cristiano solo podría ir tan lejos de lo que le permitiera ir su visión de la Pascua. En su alocución Barth subrayaba que la humanidad le pertenece a Dios. Dios es el principio y el final. Es Dios el que pone en efecto la voluntad y el trabajo (el querer y el hacer; Fil 2:13). Es Dios el que ofrece esta respuesta no como una enseñanza o una opinión y sí como un hecho. Él lo demuestra todo haciéndolo. Él nos enseña a amar amando, a trabajar trabajando, a esperar esperando y a perdonar perdonando. El encarnado es obediente hasta la muerte en la cruz (Fil 2:8). Él es victorioso. ¡Esto es la Pascua!
               
Barth añadía que Jesús nos coloca allí en algo que él llama “inseguridad final,” no solo en nuestras relaciones con nosotros mismos y con los demás, sino en nuestra relación con el mundo y todo lo que hay en este. ¿Qué es el mundo? ¿Qué cosa es la naturaleza? ¿La historia? ¿El destino? ¿En qué consiste el espacio en el que existimos y cuál es el tiempo en el que vivimos? ¿Qué es lo que de verdad sabemos? ¿Qué significa que solo conocemos lo que somos capaces de conocer?: “ahora conozco en parte” (1 Cor 13:11a). Estas preguntas pululan en nuestras cabezas con alguna frecuencia y hasta que esta inseguridad final no sea revelada en nosotros, todavía estamos durmiendo. Pero en Jesús nos despertamos. La inseguridad es descubierta. Los fundamentos de nuestro entendimiento comienzan a ser sacudidos debajo de nuestros pies.
             
Jesús nos lleva hasta la frontera final de nuestra existencia. Se trata de la frontera que conocemos muy bien, y que no la conocemos: la frontera de la muerte. No seremos capaces de obtener sabiduría hasta que no consideremos conscientemente que tenemos que morir (Sal 90:12). Adquirimos sabiduría en Jesús porque, nos guste o no, la sabiduría de Jesús es la sabiduría de la muerte vencida [Franz Overbeck]. La verdad que subraya todo esto, decía Barth, es la verdad más allá de la tumba; ¡arrancados de la muerte a la vida¡ ¡Esto es la Pascua!
               
La resurrección de Jesús (Barth, T.F Torrance etal., señalan que tiene que ser literal o no hay Evangelio) es resurrección de exaltación. Luego de la humillación extrema de la cruz, vencer la muerte a través de la resurrección es tan solo el primer paso en el proceso de exaltación hasta lo sumo. Samuel Rayan señalaba que la resurrección de Jesús da inicio al tiempo del fin. [4]  
 
El resumen de esto es muy sencillo: la fe en la resurrección transforma todo lo que hacemos en la vida. Uno de los mejores testimonios acerca de esto lo encontramos en Abraham, mucho antes de la resurrección de Jesús. El profesor Warren Wiersbe señala que Dios no quería la vida de Isaac (Gén 22). Lo que Dios quería era el corazón de Abraham. Wiersbe apunta que Dios quería que Abraham confiara en Él y no en la bendición que Dios le había concedido en Isaac. La Biblia dice que fue la fe en el poder de la resurrección que Dios puede desatar lo que transformó la prueba en triunfo (Heb 11:17,19).[5]Allí nos dicen que Abraham razonó que él no podía tener problema para recibir devuelto a Isaac porque Dios tiene el poder para resucitar muertos. Abraham dijo esto sin haber visto o escuchado de alguien que hubiera resucitado. Es por esto que nuestra fe tiene que ser mayor que la de Abraham porque nosotros tenemos el testimonio de un Cristo resucitado.
               
La resurrección de Jesús solidifica los fundamentos de la fe. Wiersbe ha dicho que fe es vivir sin esquemas humanos; que los esquemas humanos le trajeron problemas a Abraham en su matrimonio y en su caminar con Dios. El cumplimiento de las promesas de Dios no depende de los recursos humanos y sí de la confianza en las promesas que nos ha hecho el Eterno. Juan lo dice en su Evangelio y lo dice muy bien:
  
25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 
26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Juan 11:25-26)
 
Dios puede hacer mucho más que levantar muertos con el poder de la resurrección. Dios puede transformar situaciones humanas insalvables, transformar personas que están muertas en vida e infundir vida de Cristo que hace que todas las cosas sean nuevas. Es por esto que la resurrección de Jesús es piedra angular del Evangelio. Como decía Robertson Nicoll, la tumba vacía es la cuna de la Iglesia.[6]
   
El escritor del cuarto Evangelio, el Apóstol Juan, tiene cerca de 60 años para ponderar lo que sucedió ese poderoso domingo en la mañana, antes de escribir el texto de su Evangelio. Él escribe cerca del final del primer siglo unas “nuevas de Gracia” que ocurrieron alrededor de los años 30 de ese siglo; o sea, unos 60 años antes. En el proceso, el Espíritu Santo lo lleva a hacer algo distinto de lo que habían hecho los escritores anteriores. Como testigo presencial de estos eventos, Juan posee evidencia de primera mano que lo convierten en una fuente de autoridad inequívoca; con otra clase de autoridad.
 
Para calificar estas expresiones debemos formularnos algunas preguntas. Warren Wiersbe destaca que es imposible definir a que sabe el helado de “jamoca” o el de chocolate, a menos que uno lo haya probado. Lo mismo sucede con el significado de la vida. ¿Qué es la vida? Las respuestas más sólidas para esta pregunta van por encima de las definiciones biológicas y psicológicas. En griego poseemos varios vocablos para hablar y/o definir la vida. Podemos usar el concepto “bio” que hace referencia a la vida biológica como la conocemos. Los seres vivos nacen, crecen se desarrollan y mueren. Podemos usar el concepto “psyché, que hace referencia a la psiquis, al alma y las capacidades mentales y emocionales. Otro concepto es “zoé” que habla de la vida que supera la vida biológica y que va más allá de la vida psicológica–emocional.  Juan usa 36 veces este concepto en el Evangelio, que es mucho más que la cantidad acumulativa de los otros tres (3) Evangelios (16 veces).
 
¿Qué experiencia personal tuvo Juan con la vida que trasciende a la vida que conocemos aquí?
 
3 Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró. 6 Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, 7 y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó. (Juan 20:3-8)
 
Juan no había entendido el mensaje de la resurrección (vs 9). Jesús lo había señalado varias veces. De hecho, en el huerto de Getsemaní (Mc 14:27-31), Jesús le subraya a los discípulos que luego de su muerte, Él resucitaría e iría a Galilea, pero los discípulos prefirieron concentrarse en la posibilidad de negar a Jesús y escandalizarse. Las palabras de Jesús toman otro significado desde que pueden ver la tumba vacía. Luego de esto, comparten durante 40 días con el Resucitado hasta que Él es ascendido al cielo. Desde entonces la vida de todos ellos cobra otro significado.
 
Hay que añadir que es aquí que la Pascua cobra otro significado: se trata de la Pascua de resurrección. La visión de ellos es transformada; pueden ir más lejos. El “querer” como el “hacer” que pone Dios en sus corazones adquiere otra fuerza motora. Ya no se trata de una enseñanza o de una opinión; se trata de un hecho. El Maestro obediente hasta la cruz es victorioso hasta por encima de la muerte. ¡Esto es la Pascua! La “inseguridad final” llegó a su fin: se acabó. Las preguntas acerca del mundo, la naturaleza, la historia, el destino, el espacio y el tiempo en el que vivimos, el significado de la verdad y la vida, son analizadas con otros “espejuelos,” otros lentes. Hay un “zoé” por encima del “bio” y la “psyché” (1 Jn 1:1). La resurrección de Jesús garantiza nuestra resurrección y por esto poseemos respuestas distintas y mucho más profundas para las preguntas que nos formula la vida. Hay garantías de que veremos cara a cara (1Cor 13:12). La pascua de la resurrección nos despierta. La inseguridad es descubierta. Se transforman los fundamentos de nuestro entendimiento y somos colocados sobre la Roca inconmovible de los siglos.
               
Jesús nos lleva hasta la frontera final de nuestra existencia. Ya no tememos a la frontera muerte. Adquirimos sabiduría en Jesús porque, nos guste o no, la sabiduría de Jesús es la sabiduría de la muerte vencida Esta es la verdad que va más allá de la tumba. ¡Hemos sido arrancados de la muerte a la vida! ¡Esto es la Pascua!
               
La fe en la resurrección literal de Jesús transforma todo lo que hacemos en la vida. Desde allí saboreamos que Dios quiere nuestros corazones, que aprendamos a confiar en Él y no en las bendiciones que nos ha concedido.  La resurrección de Jesús solidifica los fundamentos de nuestra fe. Por la pascua de resurrección aprendemos que nuestra fe va más allá de los esquemas humanos; que el cumplimiento de las promesas de Dios no depende de los recursos humanos y sí de la confianza en las promesas que nos ha hecho el Eterno, Aquél que ha resucitado.
             
La noticia de gracia más excelsa de la historia es que Jesús murió por nosotros en la cruz del Calvario y que resucitó de entre los muertos. Lo sabemos por los miles de testigos de su resurrección que nunca pudieron ser silenciados y que prefirieron morir a tener que mentir o guardar silencio. La historia de Marcos 16 lo ejemplifica. Las mujeres inicialmente no se percatan de esto, pero la preocupación de esa mañana no es que esté muerto Jesús. La preocupación de esa madrugada es la siguiente: “¿Quién moverá la piedra?

La resurrección trata con ese asunto de empujar la piedra y lo que encontraremos detrás de ella si metemos a Jesús en la ecuación. Esa mañana de la resurrección se aparece un ángel y les dice a los presentes: “no se asusten.”  Pero el cuadro interior es mucho más impactante; la tumba está vacía. Nosotros, que nunca habíamos amado la muerte, pero que habíamos aprendido a aceptarla (aunque no la pudiésemos entender), ahora somos confrontados con la llegada de un ángel que dice que el que murió en la cruz ha redefinido esto. Que la muerte ya no es la palabra última.

Entonces no se debe vivir para empujar piedras. Se debe vivir, es más se nos ofrece vivir con un nuevo entendimiento de la vida. Sí, con una nueva agenda para la vida. O sea, que la Pascua de Resurrección no es sinónimo de nuevos comienzos, ni de esperanzas para el espíritu humano. Tampoco se trata de un nuevo grupo de sentimientos hacia la familia. La Pascua de la Resurrección es la definición de una vida que no termina en dónde siempre se nos dijo que acabarían las cosas. El mensaje del ángel es este: “desde hoy ustedes tienen que aprender a ver la vida con una nueva óptica.” Se trata de una experiencia más allá de los límites de nuestra vida normal. La resurrección inserta a Dios en esos límites y los hace ilimitados.
        
Siendo esto así, entonces hay que llegar a las siguientes conclusiones respecto a la resurrección:

  1. La resurrección es demostración del poder de Dios.
  2. La resurrección es poder para vencer las más grandes pruebas y adversidades que podemos enfrentar en la vida.
    • Esto valida las promesas bíblicas, tales como las que encontramos en 1 Cor 10:13; 1 Cor 15:55-57 e Isa 43:2-3.
  3. La resurrección es poder para dar vida a todo aquello que está irremediablemente muerto.
    • Como bien recoge San Pablo en 2 Corintios 4:14-18:
“14 sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros. 15 Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios. 16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; 18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”
  • Otros buenos ejemplos lo encontramos en los siguientes pasajes:
  • 1Cor 15:26: nuestro último enemigo es vencido.
  • 1Tes 4:13-17: seremos resucitados.
  • Efe 2:1, 5-6: somos resucitados de la muerte del pecado.
4. La resurrección es poder para vivir una vida nueva y victoriosa en Cristo[7].
  1. Es de esto que nos habla San Pablo en Gal 2:20
  2. Se trata del poder del Cristo resucitado que vive en nosotros.
Es por eso que celebramos la pascua de la resurrección de Jesús, nuestro Señor y nuestro Salvador.
  1. Es de esto que habla el Apóstol Pedro en 1 Ped 1:21.
  • Martín Lutero solía padecer de depresiones que le arropaban por largos períodos de tiempo. Esto fue así hasta que una mañana su esposa bajó de su habitación vestida con ropas de luto. Viéndola, Lutero le preguntó acerca de quién había muerto. Su respuesta fue contundente: “Dios se murió.” Esta respuesta provocó a Lutero a ripostarle: “Dios no se ha muerto.” Fue aquí que Lutero recibió la medicina que necesitaba: “Si Dios no se ha muerto, entonces vive y actúa como que Él está vivo.”
2. Este poder aumenta nuestra capacidad para creer y confiar.
Referencias

[1] Os Guinness, The Call (Nashville, Tenn.: Word Publishing, 1998), p. 79.
   
[2] John R. W. Stott, Basic Christianity (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1958), p. 102.
   
[3] Karl Barth;William H. Willimon. The Early Preaching of Karl Barth: Fourteen Sermons with Commentary by William H. Willimon (Kindle Location 2033). Kindle Edition.
   
[4] Erickson, Millard J. (1998-08-01). Christian Theology (p. 794-795). Baker Publishing Group. Kindle Edition.
   
[5] Wiersbe, Warren W. (2011-01-01). Jesus in the Present Tense: The I AM Statements of Christ (p. 101). David C Cook. Kindle Edition.
   
[6] Swindoll, Charles R. (2006-01-31). The Darkness and the Dawn (p. 255). Thomas Nelson. Kindle Edition.
   
[7] Recomendamos uno de los libros escritos por Eugene H. Peterson: “Living the Resurrection.” (2006). Colorado Spring: NavPress.

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