Reflexiones de Esperanza: El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas (Parte XV)

(Análisis de Isaías 49:10: Pt. 3) 

“10 No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manantiales de aguas.” (Isaías 49:10)
           
Las reflexiones más recientes acerca del mensaje profético que encontramos en el verso 10 del capítulo 49 del Libro de Isaías nos han colocado ante la necesidad de ampliar los escenarios de interpretación de ese verso. La reflexión anterior nos permitió ver que las cinco (5) promesas que ese verso nos regala trascienden las necesidades físicas que tenemos como seres humanos. Tal y como decíamos en nuestra reflexión anterior, estas promesas trascienden la jerarquía de necesidades que conocemos de Abraham Maslow. En otras palabras, que la promesa de que no tendremos hambre ni sed trascienden la necesidad de hambre y de sed física.

Repetimos que Dios no vive enajenado de nuestras necesidades físicas; todo lo contrario. La Biblia dice que si Dios se puede encargar de la provisión de las aves del campo, debemos confiar en que Él también cuidará de nosotros (Mat 6:25-26)

En nuestra reflexión anterior dimos inicio al análisis de las metáforas bíblicas acerca del pan como provisión para muchos tipos de hambre que experimentamos como seres humanos. El pan de lágrimas (Sal 42:3; 80:5) y el pan de dolores (Sal 127:2) nos abrieron una ventana para reflexionar un poco acerca del dolor y del llanto.

“Conociendo estos datos, entonces podemos estilar que no tener hambre del pan de lágrimas, ni del pan de dolores no significa que seremos eximidos de las aflicciones o de aquello que nos puede producir dolor. No tener hambre de ese pan puede significar que ya hemos sido saciados de esas experiencias, porque hemos aprendido a trabajar con estas utilizando la óptica bíblica-espiritual y emocional correcta. No tener hambre de ese pan puede tener el significado de que estamos saciados porque hemos aprendido lo que teníamos que aprender en medio del dolor y Dios puede entonces utilizar otras “escuelas” para discipularnos. No tener hambre del pan de lágrimas puede tener el significado de que estamos saciados, no por el dolor y las lágrimas, sino por las grosuras que nos han prometido en esos versos del libro de Job.”[1]
             
Tenemos que añadir algunos planteamientos y argumentaciones sobre las aseveraciones que subraya esta cita directa. En primer lugar, sabemos que Dios puede utilizar como educadoras las experiencias que nos producen dolores y lágrimas. Muchos maestros de las Sagradas Escrituras han compartido análisis serios y profundos acerca de esto. Uno de ellos, el Dr. Elmer L. Towns, ha dicho lo siguiente acerca de esta cruda verdad:
 
“Obviamente, puede haber muchas razones por las que experimentamos dolor y podemos aprender muchas cosas diferentes de este. En un Cristiano maduro, el dolor puede construir un carácter más sólido, puede construir una fe más grande, o prepararnos para un servicio más productivo. El dolor puede llevar a un creyente maduro a una intimidad más cercana con Dios. Cualquiera sea la razón, el dolor [que experimentamos] siempre tiene un propósito. Aquellos que están sufriendo probablemente continuarán en la angustia hasta que encuentren qué propósito tiene Dios para ellos a través de su dolor…Finalmente, el dolor se convierte en nuestro maestro cuando Dios quiere enseñarnos algo…nuestro dolor [puede] enseñarnos una lección importante que sólo seremos capaces de aprenderla en medio de nuestra miseria.”[2]   (Traducción libre)
             
Uno de los principios básicos que aprendemos cuando examinamos el record bíblico es que el pan de dolores y el pan de lágrimas no son eternos. El salmista lo explica así cuando dice lo siguiente:
 
“Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría.” (Salmos 30:5).
             
La primera parte del verso cinco (5) describe nuestra inclinación a hacer énfasis en lo negativo. Regularmente enfatizamos en la ira que golpea, que lastima y que causa un dolor profundo. Hacemos énfasis en la noche que atemoriza y nubla la visión. Usualmente le prestamos más atención a la noche. Esto nos puede conducir a creer más en la Ley de Murphy[3] que en las promesas que encontramos en la Palabra de Dios. En otras palabras, la inclinación a reaccionar con temor en vez de reaccionar con una apertura positiva a la vida.
 
Tres tendencias básicas son comunes en estos escenarios. En primer lugar, desarrollamos la tendencia a responder negativamente en vez de positivamente; particularmente frente a situaciones inesperadas. En segundo lugar, desarrollamos la tendencia a ver las cosas de forma horizontal y no de forma vertical. En otras palabras, la tendencia a dejar a Dios fuera del panorama hasta que encontramos que la situación se ha hecho imposible. En tercer lugar, la tendencia a resistirnos a lo nuevo, especialmente si parece demasiado bueno. Dicho de otra forma, nos enfocamos en lo que no puede pasar y en lo malo que sí puede pasar. Ese pasaje bíblico dice que la noche se va acabar.
 
La segunda parte de este verso nos dice que estos escenarios duran sólo un momento y que por lo tanto no deben robar toda nuestra atención. El énfasis nuestro debe fijarse en el favor de Dios que dura toda la vida.
 
¿Cómo podemos describir ese favor? Estamos convencidos de que el Salmo 103 responde a esa pregunta con una precisión insustituible.
 
“1 Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. 2 Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. 3 Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; 4 El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; 5 El que sacia de bien tu boca De modo que te rejuvenezcas como el águila. 6 Jehová es el que hace justicia Y derecho a todos los que padecen violencia. 7 Sus caminos notificó a Moisés, Y a los hijos de Israel sus obras. 8 Misericordioso y clemente es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia. 9 No contenderá para siempre, Ni para siempre guardará el enojo. 10 No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. 11 Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, Engrandeció su misericordia sobre los que le temen. 12 Cuanto está lejos el oriente del occidente, Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. 13 Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen.”
 
Otro principio que encontramos es que en algunas ocasiones los personajes bíblicos ignoraban esta verdad. El caso de Jacob y la posibilidad de la muerte de uno de sus hijos llamado José, es una de las historias más poderosas para aprender acerca de esto (Gén 37:1-36).
 
El Pastor José Satirio Dos Santos analizó este pasaje en una de las conferencias que dictó en la ciudad de Nueva York unos meses después de la tragedia del ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.
             
El Pastor Dos Santos decía que Jacob vivía con unas resistencias al propósito de Dios. Jacob vivía con grandes problemas para caminar por fe y batallando constantemente con el negativismo.
 
“32 y enviaron la túnica de colores y la trajeron a su padre, y dijeron: Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no. 33 Y él la reconoció, y dijo: La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado. 34 Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. 35 Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre.” (Génesis 37:32-35)
               
El Pastor Dos Santos nos invitó a identificar las conclusiones a las que llegó Jacob luego de recibir la noticia; esto es, sus suposiciones. Sabemos que son suposiciones porque él no pidió ir al lugar de la tragedia, no investigó, no indagó. Jacob se dejó llevar por el mensaje que había recibido y creyó en la ropa manchada con sangre. Ese pasaje bíblico dice que Jacob declara que su hijo fue despedazado. Él lo declara muerto e identifica una bestia que no existe. Los hijos de Jacob nunca mencionaron la existencia de una. Nosotros, que tenemos el privilegio de acercarnos a esta historia conociendo su final, sabemos que todas estas declaraciones son falsas.
 
En otras palabras, que la noticia de “la tragedia” había conseguido que Jacob perdiera la perspectiva de su realidad. Este es claramente un gran ejemplo de aquellas situaciones que nos llevan a arribar a conclusiones sin habernos detenido a investigar a profundidad qué es lo que realmente ha sucedido.
 
El Pastor Dos Santos identificó esa mañana varias enseñanzas que este pasaje nos regala acerca de esta clase de actitud.
             
El primero de ellos es que este pasaje apunta a la creación y el desarrollo de un marco fatalista. En otras palabras, sufrir por una causa que no existe. La experiencia pastoral de los pasados 45 años nos ha permitido identificar una cantidad impresionante de personas que viven atrapadas en esos escenarios. Cuando uno ha sido aprisionado por esta clase de pan de dolores, uno se sumerge en la noche o en la ira sin razón alguna para hacerlo. Nos inclinamos a convencernos que lo que estamos viviendo es una tragedia sin solución y que no existe forma de que no pueda no ser como nosotros la hemos imaginado. Nos olvidamos que el verso cinco (5) del Salmo 30 dice que aún esto que hemos imaginado no puede durar para siempre.
 
El Pastor Dos Santos apuntaba que Jacob decidió comprometer su futuro por un dolor del presente. El verso 35 del capítulo 37 del Libro de Génesis lo explica así. La imagen de un hijo despedazado le persigue y le acosa. Esta actitud fue responsable de determinar las decisiones de su vida por 22 años (Gén 45:28). Ese fue el día en que decidió aceptar que había estado llorando la muerte de un hijo que todo ese tiempo había estado con vida.
 
La noche temporal que describe el salmista en el Salmo 30 Jacob la hizo eterna, prolongada y extensa.
 
La segunda enseñanza que encontramos en esta historia de Jacob se desprende de esta aseveración. No debemos decidir cancelar ni borrar el futuro a base de los sentimientos que nos haya provocado el pan de dolores del presente. Las expresiones de Jacob que encontramos en el capítulo 37 del Libro de Génesis son pedagógicas. La expresión “«Voy a estar de luto por mi hijo hasta el día en que me muera»” (Gén 37:35b, PDT) implica que Jacob no estaba pensando en los otros 11 hijos que tenía.
 
El Pastor Dos Santos apuntaba que esto era similar a un suicidio. Con esa expresión Jacob estaba cancelando y anulando su productividad y su creatividad. Jacob había expresado que estaba cancelando la esperanza. Es necesario subrayar que nuestro futuro vale mucho: nuestro futuro en las manos de Dios es mucho más que lo que podemos ver ahora. Hay trabajos que hacer, conquistas que alcanzar y familias e hijos que amar. Hay iglesias que levantar y que sostener, congregaciones con las que hay que trabajar. Hay empresas que tenemos que desarrollar y hay unos resultados de estas que tenemos que recoger.
 
La ironía detrás de toda esta historia es que no existía razón alguna para llorar ni sufrir así. Mientras Jacob lloraba su hijo se preparaba y luego comenzaba a pasear en un palacio. Ese hijo pasó gran parte de esos 22 años gozando en Egipto mientras el anciano lloraba. El Pastor Dos Santos enfatizaba que un Jacob llorando no se puede dar cuenta de que Dios sigue cuidando los sueños de aquellos que le aman.
             
Lo que hace aún más trascendental esta historia del manejo del pan de lágrimas y de dolor es que Jacob evidencia su incapacidad para escuchar a Dios. Nunca se le identifica orando pidiendo a Dios dirección. No olvidemos que estamos analizando la vida de un hombre que llevaba las marcas de haber luchado con un ángel (Gén 32:30-31). Tampoco olvidemos que estamos analizando la vida de uno al que Dios le había cambiado el nombre (vv. 26-28). Hablar acerca de Jacob en esta historia es hablar acerca de uno que ya había visto el cielo abierto y la gloria descendiendo (Gén 28:10-17). Ese hombre que había tenido todas estas experiencias carismáticas con el Señor, continúa llorando y no se puede dar cuenta de que Dios está en el asunto. Es más, la forma equivocada en la que Jacob manejó esta tragedia le impedía ver que Dios le estaba preparando un granero para garantizarle el alimento y la vida, a él y a los suyos, algunos 30 años más tarde.
 
Otra enseñanza clave que encontramos en esa historia (Gén 37:1-36) es que el Señor continuaba en el control de la vida de Jacob a pesar de su terquedad. Sabemos que al final del camino Jacob termina disfrutando la bendición preparada por el cielo. No obstante, se perdió las bendiciones del trayecto durante 22 años. Dios nos ha prometido que no tenemos que sufrir esa clase de pérdidas. Podemos aprender a manejar nuestros dolores y nuestras lágrimas de una manera correcta. Podemos aprender las lecciones que llegan a través de estos panes de lágrimas y de dolor de manera que Dios pueda utilizar otros maestros para discipularnos.
 
Esta historia acerca de las enseñanzas que obtenemos con los dolores y las lágrimas posee un final extraordinario. Los capítulos 43 al 45 del Libro de Génesis nos permiten ver a los hermanos de José llegar a Egipto. Aquellos que habían diseñado aquel plan malévolo para disponer de José ahora llegaban con humildad a Egipto. El texto bíblico implica que José sabía que vendrían. El hambre los traería a sus manos. En otras palabras, que todo esto fue una planificación exquisita de Dios.
 
“5 Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros.” (Génesis 45:5)
 
La necesidad y el riesgo de perder la vida casi siempre nos hacen humildes.
 
Al final de esas narrativas, encontramos al hijo que Jacob había llorado enviando regalos a su padre; “de lo mejor de Egipto” (Gén 45:23). Un problema muy singular es que el verso 24 de ese capítulo dice que los hermanos de José que llevaban esos regalos para Jacob, no pudieron ser capaces de convencer a su padre. El texto bíblico dice que “el corazón de Jacob se afligió, porque no los creía.”
 
Esa expresión describe que Jacob no había sido transformado durante esos 22 años. Este hombre continuaba creyendo las mentiras sin corroborarlas y dudando de las verdades para las que había evidencia. Su dolor era tan grande que no quería siquiera exponerse a esas evidencias. La duda cierra la mente. El luto de Jacob, el dolor que había decidido no quitarse de encima le cerró el corazón y el entendimiento impidiendo así que él pudiera ser capaz de recibir buenas noticias.
 
El Pastor Dos Santos puntualizaba que lo que hizo reaccionar a Jacob, lo que le hizo regresar a ser Israel, fue la oportunidad de ver los carros de Faraón. Jacob miró esos carros y su espíritu revivió. Esa evidencia fue más que suficiente para hacer desaparecer la imagen del hijo despedazado y la imagen de la bestia que él había imaginado. Es allí que Jacob desaparece y vuelve a aparecer Israel; el nombre nuevo que Dios le había dado. Es entonces que Israel grita ¡Basta!
 
El profeta Isaías dice que no tenemos la necesidad de vivir estas tragedias. Nosotros podemos aprender a manejar nuestras pérdidas utilizando la óptica bíblica y del Espíritu. Es allí que ya no tenemos hambre, necesidad de ser llevados a las escuelitas que dirigen el pan de dolores y el pan de lágrimas. No se trata de que no experimentaremos pérdidas ni desencantos. De lo que esto trata es de que seremos capaces de encontrar la medicina celestial para nuestras tragedias y para nuestras angustias sin la necesidad de convertirnos en prisioneros de dolores que han debido haber terminado hace mucho tiempo.
 
La otra buena noticia es que Dios sigue haciendo planes para sacar de esas prisiones a muchos hermanos y hermanas que viven como Jacob. A todos ellos el Señor les lleva de la mano hasta que sean capaces de gritar ¡Basta!
Referencias
   
[1] Cita de la reflexión publicada el 13 de abril del 2023.
   
[2] Towns, Elmer. Pain: The Divine Mystery: Why God Allows Suffering (p. 38). Destiny Image, Inc.. Kindle Edition.
   
[3] Resumen simple de la Ley de Murphy: si algo ha de salir mal saldrá mal. Si todo va bien algo saldrá mal.

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