September 10th, 2023
917 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 10 de SEPTIEMBRE 2023
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas
(Análisis de Isa 49:10: Pt. 5)
“10 No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manantiales de aguas.” (Isa 49:10)
La palabra profética que encontramos en el capítulo 49 del Libro de Isaías ha capturado nuestros corazones. Nuestras reflexiones más recientes han sido dedicadas al análisis del verso diez (10) de ese capítulo. De esos análisis se desprende que hay mucho más que pan y agua en la promesa que hace nuestro Señor de que cuando garantiza que no tendremos hambre ni sed, y que el calor ni el sol nos afligirá.
Ya hemos visto que la Biblia ofrece una variedad de interpretaciones de esas promesas, de esa palabra profética.
Cuando examinamos la Palabra de Dios encontramos que el agua, aquello que quita la sed,
casi siempre está relacionada a la provisión milagrosa y misericordiosa del Señor. No hay duda alguna de que el pueblo de Israel siempre ha tenido que vivir acostumbrado a la rigidez y a la “testarudez” que predican los desiertos. Aquellos que hemos tenido el privilegio de visitar ese país sabemos la alegría que produce en ese pueblo algo tan sencillo como una llovizna o un aguacero. Los escritores del Antiguo Testamento afirmaban con frecuencia que es Dios, por su infinito amor y misericordia, el que provee la lluvia temprana y la lluvia tardía.
“14 yo daré la lluvia de vuestra tierra a su tiempo, la temprana y la tardía; y recogerás tu grano, tu vino y tu aceite.” (Det 11:14)
“24 Y no dijeron en su corazón: Temamos ahora a Jehová Dios nuestro, que da lluvia temprana y tardía en su tiempo, y nos guarda los tiempos establecidos de la siega.” (Jer 5:24)
“23 Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio. 24 Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino y aceite.” (Joel 2:23-24)
En otras palabras, que el pueblo de Israel conocía que Dios suple el agua aún en los ambientes más inhóspitos del planeta. Desde esta perspectiva, la noticia que comunica Isaías no sería nada nuevo para ese pueblo. Dios proveyó el agua durante la peregrinación en el desierto camino a la Tierra prometida, y lo continuaba haciendo durante la estadía de ellos en esa región del Medio Oriente. Desde esta perspectiva, el mensaje de Isaías debe haber sido enunciado con otro enfoque.
Es imperativo señalar que los escritores del Antiguo Testamento también afirmaron el componente espiritual que posee la lluvia y el agua. Por ejemplo, el profeta Oseas lo decía así en su invitación al pueblo:
“Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. 2 Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él. 3 Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra.” (Oseas 6:1-3)
Estas expresiones del profeta Oseas utilizan la metáfora de la lluvia, la del agua que cae del cielo con la visitación de la presencia de Dios. El profeta dice que esa visitación esa tan cierta “como viene el amanecer o llegan las lluvias a comienzos de la primavera” (NTV). Ese es el significado de la expresión “lluvia tardía y temprana.”
El agua es considerada de muchas maneras en la Biblia. Por ejemplo, el libro de Génesis la presenta como símbolo de juicio y de destrucción (el diluvio; Génesis 6-9). También es vista como símbolo de purificación y de limpieza (Éxo 29:4 30:18,20; Lev 6:28; 8:6; Lev 15), y como un símbolo de bendición para reanimar el espíritu (Jue 15:19; Sal 1:3; Jer 17:8). Además, el agua es vista como símbolo de necesidad espiritual:
“1 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. 2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”
(Sal 42:1-2).
En el Nuevo Testamento encontramos que las expresiones que se utilizan para describir el hambre y la sed que son saciadas por el Señor, casi siempre trascienden el hambre y la sed física. Ya hemos visto que el agua es utilizada en la Biblia como una metáfora para identificar la obra del Espíritu Santo, de la Palabra y del bautismo en el nuevo nacimiento del creyente. Hemos visto que es utilizada para identificar la presencia del Espíritu Santo en el creyente y para identificar la Palabra de Dios.
1. El agua como metáfora del nuevo nacimiento, del Palabra y del bautismo:
“5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Jn 3:5)
2. El agua como metáfora de la presencia del Espíritu Santo:
“38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.” (Jn 7:38-39)
3. El agua como metáfora de la Palabra de Dios
“3 Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (Jn 15:3)
“10 Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, 11 así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” (Isa 55:10-11)
Estos versos afirman unas verdades bíblicas insustituibles. Una de estas es que aceptar a Jesús como Señor y Salvador implica un nuevo nacimiento, la creación de una nueva criatura en Cristo
“17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Cor 5:17).
El Evangelio de Juan afirma que esa nueva criatura tiene que nacer del Espíritu de Dios (Jn 3:5), pero también de la Palabra de Dios y del bautismo. La Palabra de Dios y el bautismo están representados aquí por el agua. Sabemos que muchos gigantes de la fe han argumentado que el agua en este verso representa el bautismo. Juan Crisóstomo lo afirmaba así. [1] No obstante, estamos convencidos de que el uso del agua en esta expresión del Evangelio de Juan también representa la Palabra de Dios. La Biblia lo afirma así:
“18 Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Stg 1:18)
“22 Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; 23 siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” (1 Ped 1:22-23)
En otras palabras, que la conversión de un ser humano trasciende la decisión de pasar al frente cuando se realiza un llamado a conversión o a reconciliación. La sangre de Cristo que cubre a ese ser humano implica que se ha desatado el poder del Espíritu Santo, el de la Palabra y eventualmente el de la presencia de Dios en medio del bautismo en las aguas. Es cierto que el bautismo no tiene poder en sí mismo, pero la obediencia a las ordenanzas desata el poder de Dios sobre el creyente. Es de esto que habla Isaías cuando señala que seremos saciados.
Estos versos también afirman que en ese proceso de conversión la sed del alma es saciada en Cristo porque el Espíritu Santo viene a morar en el interior del creyente (Jn 7:38-39). Esos versos afirman que hay evidencias indubitables del Espíritu Santo residiendo en el interior del creyente. Dicho de una manera laica y escueta, nadie puede dudar de que la persona que acepta a Cristo como Señor y Salvador le pertenece a Cristo. Esto es así porque la presencia del Espíritu es evidente en el creyente, corre del interior de este hacia afuera, empapando todo lo que está a su alrededor. Es de esto que habla Isaías cuando señala que seremos saciados.
Esos versos afirman que la Palabra de Dios fluye como agua de lluvia, como nieve derretida (Isa 55:10-11). En otras palabras, que la Palabra irriga todos los terrenos que toca transformando estos en terrenos fértiles para la obra redentora del nuestro Salvador. Es de esto que habla Isaías cuando señala que seremos saciados.
El creyente en Cristo recibe la presencia del Espíritu Santo y con este, recibe la fe y la dirección para encarnar la Palabra. Tal y como decía A.W. Tozer, esa fe redirige nuestra vista hasta sacarla del enfoque en nuestra propia visión; en nosotros mismos. Esa fe busca no detenerse hasta conseguir que vivamos enfocados en Dios, en Su presencia. Tozer añadía que el pecado ha distorsionado nuestra visión, procurando que miremos hacia adentro de nosotros mismos; vemos todo en relación a nosotros mismos. Es por esto, decía Tozer que el resultado más nefasto de la incredulidad es la colocación de nuestro “yo” en el lugar que sólo le corresponde a Dios[2].
Søren Kierkegaard resumía esta lucha diciendo que la esencia del pecado es colocar nuestra voluntad en contra de la voluntad de Dios; procurar destronar a Dios (Isa 14:13-14). Es por eso que su definición del concepto “pureza de corazón” señala que esta pureza se mide en relación al anhelo de tener una sola voluntad; la voluntad del Padre Celestial.
¿Cómo podemos interpretar la acción de pecar? A base de lo antes expuesto, pecar entonces envuelve una confusión y una distorsión de valores. Como decía Tozer, el universo bíblico y moral se sale del foco y es por esto que aceptamos la mentira como una verdad y la verdad como una mentira. Es por esto que decidimos ignorar las señales de la Palabra y decidimos caminar con los ojos cerrados a la fe y a aquello a lo que el Espíritu apunta. [3]
La fe acompañada del Espíritu y de la encarnación de la Palabra destrona el “yo” y nos conmina a caminar con los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb 12:2a).
¿Cómo es que el Espíritu y la Palabra logran esto? Sabemos que gran parte de la respuesta a esta pregunta será revelada y entendida en el cielo. Sin embargo, la mayoría de los grandes siervos y siervas del Señor han reconocido un axioma muy singular que sucede en medio de estos procesos. Ellos han dicho que mientras más cerca estamos del Señor, más profunda es la conciencia de nuestro pecado, y más grande es la convicción de que somos indignos de la presencia del Santo de Israel.[4] En otras palabras, que la acción del Espíritu y de la Palabra, puede ser resumida diciendo que cuando el pecador decide creer y arrepentirse, el Espíritu Santo toma la Palabra de Dios (el agua) y juntos (Espíritu y Palabra) le imparten vida, la vida de Dios.
[1] Calvin, J., & Pringle, W. (2010). Commentary on the Gospel according to John (Vol. 1, p. 110). Logos Bible Software.
[2] Tozer, A.W.. The Pursuit of God by A.W. Tozer (Special Kindle Enabled Edition with Interactive Table of Contents and Built in Text to Speech Features) (Illustrated) ... | The Writings of Aiden Wilson Tozer of) (p. 57). Christian Miracle Foundation Press. Kindle Edition.
[3] Tozer, A.W.. Man: The Dwelling Place of God (pp. 32-33). Fig. Kindle Edition.
[4] Tozer, A. W.. Keys to the Deeper Life . Pioneer Library. Kindle Edition
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas
(Análisis de Isa 49:10: Pt. 5)
“10 No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manantiales de aguas.” (Isa 49:10)
La palabra profética que encontramos en el capítulo 49 del Libro de Isaías ha capturado nuestros corazones. Nuestras reflexiones más recientes han sido dedicadas al análisis del verso diez (10) de ese capítulo. De esos análisis se desprende que hay mucho más que pan y agua en la promesa que hace nuestro Señor de que cuando garantiza que no tendremos hambre ni sed, y que el calor ni el sol nos afligirá.
Ya hemos visto que la Biblia ofrece una variedad de interpretaciones de esas promesas, de esa palabra profética.
- El hambre y la sed de justicia (Mat 5:6)
- El hambre y la sed de la Palabra de Dios (Amós 8:11)
- El pan como la comunión con el cuerpo de Cristo (1 Cor 10:16)
- El pan de lágrimas y de dolores ((Sal 42:3; Sal 80:5; 127:2)
- La sed de la presencia de Dios (Sal 42:2)
- El agua como metáfora del nuevo nacimiento (Jn 3:5)
- El agua como metáfora de la presencia del Espíritu Santo (Jn 7:38-39)
- El agua como metáfora de la Palabra de Dios (Isa 55:10-11; Jn 15:3; Efe 5:25-27)
Cuando examinamos la Palabra de Dios encontramos que el agua, aquello que quita la sed,
casi siempre está relacionada a la provisión milagrosa y misericordiosa del Señor. No hay duda alguna de que el pueblo de Israel siempre ha tenido que vivir acostumbrado a la rigidez y a la “testarudez” que predican los desiertos. Aquellos que hemos tenido el privilegio de visitar ese país sabemos la alegría que produce en ese pueblo algo tan sencillo como una llovizna o un aguacero. Los escritores del Antiguo Testamento afirmaban con frecuencia que es Dios, por su infinito amor y misericordia, el que provee la lluvia temprana y la lluvia tardía.
“14 yo daré la lluvia de vuestra tierra a su tiempo, la temprana y la tardía; y recogerás tu grano, tu vino y tu aceite.” (Det 11:14)
“24 Y no dijeron en su corazón: Temamos ahora a Jehová Dios nuestro, que da lluvia temprana y tardía en su tiempo, y nos guarda los tiempos establecidos de la siega.” (Jer 5:24)
“23 Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio. 24 Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino y aceite.” (Joel 2:23-24)
En otras palabras, que el pueblo de Israel conocía que Dios suple el agua aún en los ambientes más inhóspitos del planeta. Desde esta perspectiva, la noticia que comunica Isaías no sería nada nuevo para ese pueblo. Dios proveyó el agua durante la peregrinación en el desierto camino a la Tierra prometida, y lo continuaba haciendo durante la estadía de ellos en esa región del Medio Oriente. Desde esta perspectiva, el mensaje de Isaías debe haber sido enunciado con otro enfoque.
Es imperativo señalar que los escritores del Antiguo Testamento también afirmaron el componente espiritual que posee la lluvia y el agua. Por ejemplo, el profeta Oseas lo decía así en su invitación al pueblo:
“Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. 2 Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él. 3 Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra.” (Oseas 6:1-3)
Estas expresiones del profeta Oseas utilizan la metáfora de la lluvia, la del agua que cae del cielo con la visitación de la presencia de Dios. El profeta dice que esa visitación esa tan cierta “como viene el amanecer o llegan las lluvias a comienzos de la primavera” (NTV). Ese es el significado de la expresión “lluvia tardía y temprana.”
El agua es considerada de muchas maneras en la Biblia. Por ejemplo, el libro de Génesis la presenta como símbolo de juicio y de destrucción (el diluvio; Génesis 6-9). También es vista como símbolo de purificación y de limpieza (Éxo 29:4 30:18,20; Lev 6:28; 8:6; Lev 15), y como un símbolo de bendición para reanimar el espíritu (Jue 15:19; Sal 1:3; Jer 17:8). Además, el agua es vista como símbolo de necesidad espiritual:
“1 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. 2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”
(Sal 42:1-2).
En el Nuevo Testamento encontramos que las expresiones que se utilizan para describir el hambre y la sed que son saciadas por el Señor, casi siempre trascienden el hambre y la sed física. Ya hemos visto que el agua es utilizada en la Biblia como una metáfora para identificar la obra del Espíritu Santo, de la Palabra y del bautismo en el nuevo nacimiento del creyente. Hemos visto que es utilizada para identificar la presencia del Espíritu Santo en el creyente y para identificar la Palabra de Dios.
1. El agua como metáfora del nuevo nacimiento, del Palabra y del bautismo:
“5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Jn 3:5)
2. El agua como metáfora de la presencia del Espíritu Santo:
“38 El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.” (Jn 7:38-39)
3. El agua como metáfora de la Palabra de Dios
“3 Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (Jn 15:3)
“10 Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, 11 así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” (Isa 55:10-11)
Estos versos afirman unas verdades bíblicas insustituibles. Una de estas es que aceptar a Jesús como Señor y Salvador implica un nuevo nacimiento, la creación de una nueva criatura en Cristo
“17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Cor 5:17).
El Evangelio de Juan afirma que esa nueva criatura tiene que nacer del Espíritu de Dios (Jn 3:5), pero también de la Palabra de Dios y del bautismo. La Palabra de Dios y el bautismo están representados aquí por el agua. Sabemos que muchos gigantes de la fe han argumentado que el agua en este verso representa el bautismo. Juan Crisóstomo lo afirmaba así. [1] No obstante, estamos convencidos de que el uso del agua en esta expresión del Evangelio de Juan también representa la Palabra de Dios. La Biblia lo afirma así:
“18 Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Stg 1:18)
“22 Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; 23 siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” (1 Ped 1:22-23)
En otras palabras, que la conversión de un ser humano trasciende la decisión de pasar al frente cuando se realiza un llamado a conversión o a reconciliación. La sangre de Cristo que cubre a ese ser humano implica que se ha desatado el poder del Espíritu Santo, el de la Palabra y eventualmente el de la presencia de Dios en medio del bautismo en las aguas. Es cierto que el bautismo no tiene poder en sí mismo, pero la obediencia a las ordenanzas desata el poder de Dios sobre el creyente. Es de esto que habla Isaías cuando señala que seremos saciados.
Estos versos también afirman que en ese proceso de conversión la sed del alma es saciada en Cristo porque el Espíritu Santo viene a morar en el interior del creyente (Jn 7:38-39). Esos versos afirman que hay evidencias indubitables del Espíritu Santo residiendo en el interior del creyente. Dicho de una manera laica y escueta, nadie puede dudar de que la persona que acepta a Cristo como Señor y Salvador le pertenece a Cristo. Esto es así porque la presencia del Espíritu es evidente en el creyente, corre del interior de este hacia afuera, empapando todo lo que está a su alrededor. Es de esto que habla Isaías cuando señala que seremos saciados.
Esos versos afirman que la Palabra de Dios fluye como agua de lluvia, como nieve derretida (Isa 55:10-11). En otras palabras, que la Palabra irriga todos los terrenos que toca transformando estos en terrenos fértiles para la obra redentora del nuestro Salvador. Es de esto que habla Isaías cuando señala que seremos saciados.
El creyente en Cristo recibe la presencia del Espíritu Santo y con este, recibe la fe y la dirección para encarnar la Palabra. Tal y como decía A.W. Tozer, esa fe redirige nuestra vista hasta sacarla del enfoque en nuestra propia visión; en nosotros mismos. Esa fe busca no detenerse hasta conseguir que vivamos enfocados en Dios, en Su presencia. Tozer añadía que el pecado ha distorsionado nuestra visión, procurando que miremos hacia adentro de nosotros mismos; vemos todo en relación a nosotros mismos. Es por esto, decía Tozer que el resultado más nefasto de la incredulidad es la colocación de nuestro “yo” en el lugar que sólo le corresponde a Dios[2].
Søren Kierkegaard resumía esta lucha diciendo que la esencia del pecado es colocar nuestra voluntad en contra de la voluntad de Dios; procurar destronar a Dios (Isa 14:13-14). Es por eso que su definición del concepto “pureza de corazón” señala que esta pureza se mide en relación al anhelo de tener una sola voluntad; la voluntad del Padre Celestial.
¿Cómo podemos interpretar la acción de pecar? A base de lo antes expuesto, pecar entonces envuelve una confusión y una distorsión de valores. Como decía Tozer, el universo bíblico y moral se sale del foco y es por esto que aceptamos la mentira como una verdad y la verdad como una mentira. Es por esto que decidimos ignorar las señales de la Palabra y decidimos caminar con los ojos cerrados a la fe y a aquello a lo que el Espíritu apunta. [3]
La fe acompañada del Espíritu y de la encarnación de la Palabra destrona el “yo” y nos conmina a caminar con los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de la fe (Heb 12:2a).
¿Cómo es que el Espíritu y la Palabra logran esto? Sabemos que gran parte de la respuesta a esta pregunta será revelada y entendida en el cielo. Sin embargo, la mayoría de los grandes siervos y siervas del Señor han reconocido un axioma muy singular que sucede en medio de estos procesos. Ellos han dicho que mientras más cerca estamos del Señor, más profunda es la conciencia de nuestro pecado, y más grande es la convicción de que somos indignos de la presencia del Santo de Israel.[4] En otras palabras, que la acción del Espíritu y de la Palabra, puede ser resumida diciendo que cuando el pecador decide creer y arrepentirse, el Espíritu Santo toma la Palabra de Dios (el agua) y juntos (Espíritu y Palabra) le imparten vida, la vida de Dios.
[1] Calvin, J., & Pringle, W. (2010). Commentary on the Gospel according to John (Vol. 1, p. 110). Logos Bible Software.
[2] Tozer, A.W.. The Pursuit of God by A.W. Tozer (Special Kindle Enabled Edition with Interactive Table of Contents and Built in Text to Speech Features) (Illustrated) ... | The Writings of Aiden Wilson Tozer of) (p. 57). Christian Miracle Foundation Press. Kindle Edition.
[3] Tozer, A.W.. Man: The Dwelling Place of God (pp. 32-33). Fig. Kindle Edition.
[4] Tozer, A. W.. Keys to the Deeper Life . Pioneer Library. Kindle Edition
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