October 29th, 2023
924 • El Heraldo Digital – Institucional • Volumen XVII • 29 de octubre de 2023
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas
(Análisis de Isa 49:11: Pt. 4)
“11 Y convertiré en camino todos mis montes, y mis calzadas serán levantadas.” (Isa 49:11, RV 1960)
En esta batería de reflexiones nos proponemos analizar el significado de la frase “todos mis montes”: los montes del Señor. El profeta Isaías afirma el verso 11 del capítulo 49 del libro de su profecía que los montes del Señor son los escenarios que Dios utiliza para transformar nuestros caminos.
Hemos adelantado que esta expresión sin duda alguna describe aquellos lugares en los que tenemos un encuentro con el Señor. Dicho de otra manera, el análisis minucioso de la Biblia nos va a permitir llegar a la conclusión que los montes del Señor representan aquellos lugares en los que tenemos encuentros con el Todopoderoso.
El ejercicio que desarrollaremos será uno muy sencillo. Analizaremos algunos de los pasajes bíblicos en los que el Señor invitó a algún personaje bíblico a subir a algún monte para encontrarse con Él. Estos análisis nos permitirán identificar las doctrinas y los principios bíblicos que estos encuentros han pautado.
Debemos destacar en este análisis que en la Biblia los montes son considerados como una ventaja desde el punto de vista estratégico. Aquellos que dominaban los montes no tenían que temer a los ejércitos que venían en carros tirados por caballos. O sea, que los montes son considerados en la Biblia como una metáfora de la seguridad que debemos experimentar en Cristo Jesús. Además, repetimos que la Biblia está llena de historias y de referencias a los montes como metáforas de mensajes y experiencias con Dios. Estos mensajes afirman los atributos y las características del Eterno, amén de hacerlo mediante la experiencia de tener encuentros con el Todopoderoso.
Muchos de los salmos inspirados por el Espíritu de Dios a los escritores del Antiguo Testamento así lo suscriben. Veamos algunos testimonios bíblicos de lo antes descrito:
“5 Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, Y tu fidelidad alcanza hasta las nubes. 6 Tu justicia es como los montes de Dios, Tus juicios, abismo grande. Oh Jehová, al hombre y al animal conservas.” (Sal 36:5-6)
“5 Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, Oh Dios de nuestra salvación, Esperanza de todos los términos de la tierra, Y de los más remotos confines del mar. 6 Tú, el que afirma los montes con su poder, Ceñido de valentía; 7 El que sosiega el estruendo de los mares, el estruendo de sus ondas, Y el alboroto de las naciones.” (Sal 65:5-7)
“15 Monte de Dios es el monte de Basán; Monte alto el de Basán. 16 ¿Por qué observáis, oh montes altos, Al monte que deseó Dios para su morada? Ciertamente Jehová habitará en él para siempre.” (Sal 68:15-16)
“3 Los montes llevarán paz al pueblo, Y los collados justicia.” (Sal 72:3)
“3 Porque Jehová es Dios grande, Y Rey grande sobre todos los dioses. 4 Porque en su mano están las profundidades de la tierra, Y las alturas de los montes son suyas.” (Sal 95:3-4)
“1 Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? 2 Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra.” (Sal 121:1-2)
¿No le parece maravilloso encontrar esta clase de expresiones en el Salterio?
Decíamos en enero del 2008 que Juan Calvino utilizaba varias frases para describir el libro de los Salmos. Una de estas es la siguiente: “La Anatomía de todas las partes del alma.” Calvino llegó a esa conclusión al observar que en ese libro encontramos todas las clases de emociones que somos capaces de experimentar; temor, deseos de alabar, ansiedad, ira, amor, tristeza, desesperación, gratitud, angustia, duda, sufrimientos, gozo, deseos de venganza, arrepentimiento, y otros.
“I am in the habit of calling this book, not inappropriately, * The Anatomy of all the parts of the soul,* for not an affection will anyone find in himself, an image of which is not reflected in this mirror. Nay, all the griefs, sorrows, fears, misgivings, hopes, cares, anxieties, in short, all the disquieting emotions with which the minds of men are wont to be agitated, the Holy Spirit hath here pictured to the life. The other 'scriptures contain the commands which God enjoined his servants to bear to us….Here the readers will be most effectually awakened to a sense of their maladies, and instructed in seeking the remedies for them. And moreover, whatever may contribute to animate us, when God is to be prayed to, is pointed out in this book. Nor indeed are the promises alone presented to us; but there is placed before us one who is arming himself to prayer; standing in the midst, between the invitation of God, on the one hand, and the impediments of the flesh on the other; so that if at any time manifold misgivings disquiet us, we may learn to wrestle with them till the soul mount up to God free and unencumbered.”[1]
En adición a esto, los Salmos nos ofrecen la oportunidad de decirle a Dios las cosas que le queremos decir con las palabras que queríamos usar y en la compañía de la percepción correcta de nuestra humanidad. No es de extrañar que los escritores de los salmos amen tanto utilizar la metáfora de los montes para describir algunas de estas experiencias.
Hemos leído que el profeta Isaías señala que Dios va a convertir en camino todos sus montes (Isa 49:11a). ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué es lo que sucede en los montes de Dios que puede generar estos cambios? ¿Cómo es que los montes de Dios pueden producir o facilitar estas transformaciones? Estamos convencidos de que la manera más sencilla de encontrar las respuestas a estas preguntas es examinando algunos de los pasajes bíblicos en los que los seres humanos subieron por orden divina a algún monte.
Sabemos que cada creyente puede identificar algunas o varias experiencias personales que son similares a montañas que hemos tenido que enfrentar en la vida y en las que Dios ha salido a nuestro encuentro. Es cierto que todos esos retos, nuestros retos o montes individuales, son buenos lugares para tener encuentros con el Señor. Sin embargo, esas experiencias no pautan doctrina ni principios bíblicos. En cambio, Dios ha designado en Su Santa Palabra montes que sirven como escenarios de encuentro con el Eterno y que a la vez pautan axiomas, principios y hasta doctrinas bíblicas.
Como una nota editorial, debemos señalar que algunos de estos escenarios bíblicos fueron examinados hace ocho (8) años, específicamente durante la serie que titulamos “Dios sale a nuestro encuentro.” Esta serie utilizó como base el libro “Encountering God for Spiritual Breakthrough,” (Regal Books, Dic 1998), escrito por el Dr. Elmer Towns. Repetimos un dato que esbozamos en el desarrollo de esa serie:
“Los encuentros con Dios a los que hacemos referencia, no son encuentros salvíficos. Se trata aquí de encuentros que provocan transformaciones y provocan visones ministeriales, llamados afinados por Dios. Se trata de encuentros que nos permiten lidiar con áreas de insatisfacción que muy pocas veces somos capaces de rendirlas ante Dios. Se trata de encuentros con Dios que nos permiten avances espirituales significativos. Por último, casi todos ellos ocurren en tiempos en los que enfrentamos crisis de los niveles más altos.”[2]
El primer monte que visitaremos lo encontramos en el Libro de Génesis: el Monte Moriah.
“1 Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 2 Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. 3 Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. 4 Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. 5 Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. 6 Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. 7 Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? 8 Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. 9 Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. 10 Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. 11 Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 12 Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. 13 Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto. 15 Y llamó el ángel de Jehová a Abraham segunda vez desde el cielo, 16 y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; 17 de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. 18 En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.” (Gén 22:1-8)
Este pasaje bíblico trabaja con muchos escenarios de nuestra vida como creyentes. Uno de estos es el escenario en el que somos invitados a reconocer nuestra insuficiencia. Este es un tema repetitivo en la Biblia. De hecho, es el mensaje que está detrás de uno de los reclamos que nos hace el salmista cuando nos invita a encomendar a Dios nuestro camino:
“5 Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará.” (Sal 37:5)
Podemos adelantar algunas de las conclusiones a las que hemos llegado analizando el pasaje bíblico del Libro de Génesis antes citado. El Monte Moriah representa un lugar al que acudimos para adquirir la revelación de quién es Dios. Acercarse a este lugar de encuentro nos permitirá arribar a algunas de las conclusiones a las Abraham llegó. En primer lugar, que Dios no es como los demás dioses que han creado los seres humanos. Las personas que vivían en el Medio Oriente que Abraham conoció servían a dioses que pedían los sacrificios de algunos de los hijos de aquellos servían a estas divinidades. Abraham pudo haber creído que Dios, nuestro Dios, era similar a los dioses de esa zona y que Moriah era el lugar para sacrificar físicamente a su Isaac.
En segundo lugar, el Monte Moriah representa ese lugar de encuentro en el que tenemos que sacrificar nuestro Isaac. Sabemos que este punto parece presentar una contradicción al anterior. Sin embargo no lo es. El Monte Moriah no es un lugar para efectuar sacrificios humanos, físicos ni materiales, pero sí lo es para otra clase de sacrificios. Es allí en dónde somos retados poniendo a prueba nuestras convicciones. Esto es, si creemos que los dones recibidos son mejores o similares a Dador de estos. Dicho de otra manera, si el regalo recibido es más importante que Aquél que lo regala o si la promesa es más importante que Aquél que la ha prometido.
En tercer lugar, el Monte Moriah representa el lugar en el que aprendemos o acentuamos que nosotros no tenemos que pagarle a Dios por lo que Él hace: Él es Yavé Jireh. Él no necesita que pactemos con Él utilizando nuestros recursos materiales. Él es nuestro proveedor.
No hay forma de que podamos desarrollar una comprensión adecuada de los elementos que nos conducen a estas conclusiones si no nos detenemos a examinar al personaje bíblico al que Dios invita a este encuentro: Abraham. Ese ejercicio lo hicimos como parte de la batería de reflexiones que publicamos en el año 2015. A continuación un extracto de una de esas reflexiones[3]:
“Se hace necesario repasar algunos elementos, características y datos vitales de Abraham en virtud de poder conseguir un mejor aprendizaje de las enseñanzas y principios que se desprenden de este encuentro. Para esto, hemos privilegiado seguir las pistas que nos ofrecen algunos especialistas en este campo tales como Joseph Soloveitchik, Charles Swindoll y Marvin R. Wilson.
Para el primero, la historia de Abraham es “kerygmática.” [4]O sea, presenta un mensaje completo, cuyos principios deben ser entendidos mucho más allá del análisis histórico que podamos hacer de él como sujeto. Este rabino describe que analizar la vida de Abraham nos permite desarrollar una teoría del ser humano, una antropología religiosa y un entendimiento de lo que significa la relación del ser humano con Dios. Esbozando un principio “Nahamanideano,”[5] Soloveitchik argumenta que para los judíos es un principio básico el que los eventos que involucran a los patriarcas sean señales para sus descendientes. O sea, que los eventos que vive Abraham y/o que lo rodean, deben ser entendidos como “señales del camino” para los hijos de Abraham.
Para Soloveitchik, Abraham sirve como un modelo ético y espiritual. Esto es así porque Abraham cuestiona el “status quo” de la sociedad en la que se desarrolló. Abraham buscó a Dios y decidió obedecer las instrucciones divinas sin reservas, aun cuando esto representaba el exilio y el sacrificio. En adición a esto, Abraham no temió ser separado para adentrarse en lo santo de Dios.
La obediencia es sin duda alguna un elemento fundamental para llegar a esta clase de encuentros con Dios. En otras palabras, que las personas a las que Dios les sale al encuentro, tienen que estar dispuestas a pagar un precio y a realizar sacrificios que trascienden las dimensiones físicas. Se trata aquí de posiciones que hay que asumir; posiciones que cuestan. Se trata aquí de testimonios de vida que hay que mantener; ejercicios que cuestan. Se trata aquí de anuncios y denuncias que hay que realizar; aseveraciones que pueden traer consigo costos muy altos. Se trata aquí de transformaciones holísticas que hay que experimentar; transformaciones que implican un costo altísimo.
Soloveitchik señala que Abraham se presenta en el texto bíblico como un ser humano invitado por Dios a recorrer sus caminos, como un deambulante (“wanderer”),[6] uno que vaga como un nómada hasta encontrar el lugar identificado por Dios.
Abraham es también un maestro, un iconoclasta solitario. O sea, uno que va rompiendo normas y desarrollando unas nuevas. Esto no significa que las personas que Dios llama a esta clase de encuentro están autorizadas a romper las bases fundamentales y doctrinales de la fe. Abraham sigue siendo monoteísta y se mantiene en sujeción a las exigencias fundamentales que impone la fe, la santidad, el servicio, la adoración, la oración, etc. Sin embargo, Abraham se ve obligado a romper con todas las normas de su tiempo.
Un ejemplo de esto lo tenemos en la narrativa de Génesis 22. La antropología religiosa de la Palestina del segundo milenio antes de Cristo, nos deja saber que era común encontrar que las divinidades de esa época exigieran sacrificios humanos. Esto podía incluir a los hijos. En Génesis 22 Abraham puede ser visto como alguien que ha recibido de parte de Dios una instrucción similar a la harían otros dioses de la región. Esto colocaría a Dios en el mismo nivel de los otros dioses de la zona. Sin embargo, la experiencia que él tiene con Dios le lleva a concluir que el Altísimo, el Todopoderoso, no acepta sacrificios de este tipo. Al contrario, quiere que el ser humano conozca acerca del sacrificio sustituto (una tipología cristológica); un carnero que se ofrece en lugar del ser humano. Abraham sale de esa experiencia destruyendo una norma existente y abrazando una norma nueva.
Este elemento es esencial en la vida de aquellos que venimos a esta clase de encuentros con Dios. Ciertamente los fundamentos de nuestra fe no pueden cambiar. Una sola fe, un solo Dios (Trino), un Salvador, un bautismo, una Iglesia Apostólica, la autoridad de las Escrituras, la operación del Espíritu Santo como instrumento para convencer al ser humano de su pecado y traerlo a la conversión, la capacitación (empoderamiento) que sólo Él puede hacer en el creyente, la resurrección de entre los muertos, la Segunda Venida de Cristo. Estos son solo algunos de los fundamentos que nadie puede cambiar. Esto tiene que estar claro en nuestras mentes y corazones. Sin embargo, a menudo traemos con nosotros costumbres, actitudes, visiones, interpretaciones y comportamientos que hemos vestido con etiquetas religiosas. Muchas de estas cosas son destruidas cuando llegamos a esta clase de encuentro con Dios.
Para Soloveitchik, Abraham es además de todo esto un especialista, un maestro en sacrificios. Esta expresión no puede ser separada de su conexión con la adoración. A Abraham le gustaba adorar a Dios. No hay manera en que podamos ser invitados a este tipo de encuentros si no nos gusta adorar al único y sabio Dios.
Abraham, dice Soloveitchik, es un caballero de la fe (“a knight”). O sea, uno que sabe pelear a capa y espada en la defensa de todo lo que significa la fe. El precio que hay que pagar para presentar defensa de nuestra fe puede ser muy alto (1 Ped 3:15). Hay que hacerlo con mansedumbre y con reverencia, como lo haría un caballero, pero hay que hacerlo.
Soloveitchik añade que Abraham es un “ger ve-toshav;” un extranjero y un residente. Esta frase es usada por Abraham en el proceso para sepultar a Sara (Gén 23:4; RV 1960 lo traduce “extranjero y forastero”). Esta frase ha generado miles y miles de estudios y análisis rabínicos a través de la historia. Tengo que admitir que muchos de estos son engorrosos y hasta carentes de sentido para los occidentales. Sin embargo, hay algunas de estas discusiones que parecen precursores de posiciones teológicas Cristocéntricas muy importantes.
Los creyentes en Cristo sabemos que somos peregrinos en esta tierra. La Biblia identifica así a los héroes de la fe en del Antiguo Testamento. Leemos lo siguiente en Hebreos 110:13-16
13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de
lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. 14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; 15 pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. 16 Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.
En adición a esto, la Biblia dice que aquellos que hemos aceptado a Cristo como Salvador, nos convertimos en linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, y que hemos alcanzado misericordia (1 Ped 2:9-12). Ese pasaje no se limita a ordenarnos que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ese pasaje sigue diciendo que en esta parte de la vida tenemos que comportarnos como extranjeros y peregrinos. Esto es:
11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, 12 manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras. (1 Ped 2:11-12)
El pasaje es claro y su mensaje contundente. Tal y como le sucedió a Abraham, nos sucede a nosotros hoy (Heb 11:9). Hemos sido llamados por Dios a habitar en esta tierra como hombres y mujeres que pasamos por ella pero que no pertenecemos a ella. Nuestro testimonio aquí tiene que ser uno de altura, cónsono con el “país celestial” del que somos ciudadanos. No podemos empañar con nuestro testimonio la ciudad celestial a la que hemos sido llamados.
Hay una manera de vivir que se nos exige mantener.
Ahora bien, esta expresión (“ger ve-toshav”) implica que los encuentros que tenemos con Dios tienen como norte “prepararnos para la mudanza.” Los extranjeros y residentes tenemos que vivir esperando “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb 11:10). No se confunda con las expresiones antes expuestas. Sin duda alguna, hay que admitir que los encuentros con Dios producen y provocan una serie de bendiciones y condiciones que nos ayudan en este lado de la vida. Esta es una verdad absoluta. Sin embargo, estos encuentros no pueden ser vistos a base de los beneficios que tendremos aquí. La prioridad de esos encuentros estriba la preparación para lo que vendrá después; para lo que ha sido definido como “ya pero todavía no.”
Por último, quedan algunos elementos que necesitan ser estudiados antes de analizar el encuentro que Abraham tiene con Dios que da a luz a esta batería de reflexiones. Uno de esos elementos tiene que ver con la forma y manera en que Abraham maneja sus crisis. Recordemos que las crisis son parte fundamental de estos encuentros. Otro de esos elementos tiene que ver con las formas y maneras que Abraham usa para manejar sus bendiciones.”
Existen otros aspectos de la vida y la formación del padre de la fe que tenemos que cubrir para poder desarrollar una exégesis adecuada del pasaje que describe el encuentro en el Monte Moriah. Comenzamos señalando que debemos entender que Abraham sabía hacer muchas cosas. Sabemos que él había aprendido a obedecer a Dios porque Dios es Dios y no por lo que Dios puede hacer. No obstante, no hay duda de que el nivel de autosuficiencia del padre de la fe era uno muy alto.
Por ejemplo, Abraham sabía hacer pactos. Él sabía cortar los animales para los pactos y preparar altares (Gén 15:5-12). Abraham sabía pelear, recoger su gente, salir al combate, pelear por lo suyo y por los suyos (Lot, Gén 14:1-24). Abraham sabía hablar con Dios: le cocinaba, lo agasajaba, lo invitaba, lo convencía de que se quedara con él y con su familia (Gén 18:1-15). Abraham sabía interceder: él intercedió por Lot (Gén 18:16-33). Abraham sabía resolver problemas: él buscaba alternativas como en el caso de Agar, de Abimelec, de Faraón, etc.
Quizás es por esto que Dios decide retarlo en esta dimensión de su fe. La fe de Abraham había sido retada por Dios de muchas maneras, pero nunca en su suficiencia. Dios decide llevar al padre de la fe al Monte Moriah para retar su autosuficiencia. De hehco, este ejercicio espiritual comienza mucho antes de que Abraham llegara a ese lugar. La respuesta que él le brinda a una pregunta formulada por su hijo Isaac mientras iban de camino a Moriah es lapidaria:
“7 Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? 8 Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos.” (Gén 22:7-8)
Esa respuesta es fundamental. Abraham no le dice esto al muchacho porque él no sabe, o porque no está seguro. Es obvio que hay algo que él presiente. Tal como diría siglos más tarde el profeta Zacarías: “Jehová será visto….” (Zac 9:14). Tal y como lo traduce San Jerónimo en la Vulgata Latina: “Dominus Deus super eos videbitur”.
Este análisis continuará en nuestra próxima reflexión.
[1] Calvin, John. (1840) A commentary on the Psalms of David: in three volumes. Vol. I. Oxford. Printed by D. A. Talboys, for Thomas Tegg, London; R. Oriffin and Co. Glasgow; Tegg and Co. Dublin; and J. and S. A. Tegg, Sydney and Hobart Town (pp vi-viii). (https://archive.org/details/acommentaryonps02calvgoog/page/n5/mode/2up).
[2] El Heraldo, Junio 14, 2015
[3] Op. cit.
[4] J. Soloveitchik. “Abraham’s Journey: reflections on the life of the Founding Patriarch.” (2008) New York: Toras HoRav Foundation.
[5] Rabino Moses ben Naḥman Girondi, Bonastruc ça (de) Porta (acrónimo Ramban, 1194 – 1270), fue un Académico Judío-español medieval muy prominente, conocido como filósofo, médico, kabalista y comentarista bíblico.
[6] Nota editorial: sería muy bueno estudiar la posibilidad de desarrollar una teología de alcance a los deambulantes a partir de esta interpretación rabínica.
El mensaje del profeta Isaías: conociendo el libro el propósito de Dios para nuestras vidas
(Análisis de Isa 49:11: Pt. 4)
“11 Y convertiré en camino todos mis montes, y mis calzadas serán levantadas.” (Isa 49:11, RV 1960)
En esta batería de reflexiones nos proponemos analizar el significado de la frase “todos mis montes”: los montes del Señor. El profeta Isaías afirma el verso 11 del capítulo 49 del libro de su profecía que los montes del Señor son los escenarios que Dios utiliza para transformar nuestros caminos.
Hemos adelantado que esta expresión sin duda alguna describe aquellos lugares en los que tenemos un encuentro con el Señor. Dicho de otra manera, el análisis minucioso de la Biblia nos va a permitir llegar a la conclusión que los montes del Señor representan aquellos lugares en los que tenemos encuentros con el Todopoderoso.
El ejercicio que desarrollaremos será uno muy sencillo. Analizaremos algunos de los pasajes bíblicos en los que el Señor invitó a algún personaje bíblico a subir a algún monte para encontrarse con Él. Estos análisis nos permitirán identificar las doctrinas y los principios bíblicos que estos encuentros han pautado.
Debemos destacar en este análisis que en la Biblia los montes son considerados como una ventaja desde el punto de vista estratégico. Aquellos que dominaban los montes no tenían que temer a los ejércitos que venían en carros tirados por caballos. O sea, que los montes son considerados en la Biblia como una metáfora de la seguridad que debemos experimentar en Cristo Jesús. Además, repetimos que la Biblia está llena de historias y de referencias a los montes como metáforas de mensajes y experiencias con Dios. Estos mensajes afirman los atributos y las características del Eterno, amén de hacerlo mediante la experiencia de tener encuentros con el Todopoderoso.
Muchos de los salmos inspirados por el Espíritu de Dios a los escritores del Antiguo Testamento así lo suscriben. Veamos algunos testimonios bíblicos de lo antes descrito:
“5 Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, Y tu fidelidad alcanza hasta las nubes. 6 Tu justicia es como los montes de Dios, Tus juicios, abismo grande. Oh Jehová, al hombre y al animal conservas.” (Sal 36:5-6)
“5 Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, Oh Dios de nuestra salvación, Esperanza de todos los términos de la tierra, Y de los más remotos confines del mar. 6 Tú, el que afirma los montes con su poder, Ceñido de valentía; 7 El que sosiega el estruendo de los mares, el estruendo de sus ondas, Y el alboroto de las naciones.” (Sal 65:5-7)
“15 Monte de Dios es el monte de Basán; Monte alto el de Basán. 16 ¿Por qué observáis, oh montes altos, Al monte que deseó Dios para su morada? Ciertamente Jehová habitará en él para siempre.” (Sal 68:15-16)
“3 Los montes llevarán paz al pueblo, Y los collados justicia.” (Sal 72:3)
“3 Porque Jehová es Dios grande, Y Rey grande sobre todos los dioses. 4 Porque en su mano están las profundidades de la tierra, Y las alturas de los montes son suyas.” (Sal 95:3-4)
“1 Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? 2 Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra.” (Sal 121:1-2)
¿No le parece maravilloso encontrar esta clase de expresiones en el Salterio?
Decíamos en enero del 2008 que Juan Calvino utilizaba varias frases para describir el libro de los Salmos. Una de estas es la siguiente: “La Anatomía de todas las partes del alma.” Calvino llegó a esa conclusión al observar que en ese libro encontramos todas las clases de emociones que somos capaces de experimentar; temor, deseos de alabar, ansiedad, ira, amor, tristeza, desesperación, gratitud, angustia, duda, sufrimientos, gozo, deseos de venganza, arrepentimiento, y otros.
“I am in the habit of calling this book, not inappropriately, * The Anatomy of all the parts of the soul,* for not an affection will anyone find in himself, an image of which is not reflected in this mirror. Nay, all the griefs, sorrows, fears, misgivings, hopes, cares, anxieties, in short, all the disquieting emotions with which the minds of men are wont to be agitated, the Holy Spirit hath here pictured to the life. The other 'scriptures contain the commands which God enjoined his servants to bear to us….Here the readers will be most effectually awakened to a sense of their maladies, and instructed in seeking the remedies for them. And moreover, whatever may contribute to animate us, when God is to be prayed to, is pointed out in this book. Nor indeed are the promises alone presented to us; but there is placed before us one who is arming himself to prayer; standing in the midst, between the invitation of God, on the one hand, and the impediments of the flesh on the other; so that if at any time manifold misgivings disquiet us, we may learn to wrestle with them till the soul mount up to God free and unencumbered.”[1]
En adición a esto, los Salmos nos ofrecen la oportunidad de decirle a Dios las cosas que le queremos decir con las palabras que queríamos usar y en la compañía de la percepción correcta de nuestra humanidad. No es de extrañar que los escritores de los salmos amen tanto utilizar la metáfora de los montes para describir algunas de estas experiencias.
Hemos leído que el profeta Isaías señala que Dios va a convertir en camino todos sus montes (Isa 49:11a). ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué es lo que sucede en los montes de Dios que puede generar estos cambios? ¿Cómo es que los montes de Dios pueden producir o facilitar estas transformaciones? Estamos convencidos de que la manera más sencilla de encontrar las respuestas a estas preguntas es examinando algunos de los pasajes bíblicos en los que los seres humanos subieron por orden divina a algún monte.
Sabemos que cada creyente puede identificar algunas o varias experiencias personales que son similares a montañas que hemos tenido que enfrentar en la vida y en las que Dios ha salido a nuestro encuentro. Es cierto que todos esos retos, nuestros retos o montes individuales, son buenos lugares para tener encuentros con el Señor. Sin embargo, esas experiencias no pautan doctrina ni principios bíblicos. En cambio, Dios ha designado en Su Santa Palabra montes que sirven como escenarios de encuentro con el Eterno y que a la vez pautan axiomas, principios y hasta doctrinas bíblicas.
Como una nota editorial, debemos señalar que algunos de estos escenarios bíblicos fueron examinados hace ocho (8) años, específicamente durante la serie que titulamos “Dios sale a nuestro encuentro.” Esta serie utilizó como base el libro “Encountering God for Spiritual Breakthrough,” (Regal Books, Dic 1998), escrito por el Dr. Elmer Towns. Repetimos un dato que esbozamos en el desarrollo de esa serie:
“Los encuentros con Dios a los que hacemos referencia, no son encuentros salvíficos. Se trata aquí de encuentros que provocan transformaciones y provocan visones ministeriales, llamados afinados por Dios. Se trata de encuentros que nos permiten lidiar con áreas de insatisfacción que muy pocas veces somos capaces de rendirlas ante Dios. Se trata de encuentros con Dios que nos permiten avances espirituales significativos. Por último, casi todos ellos ocurren en tiempos en los que enfrentamos crisis de los niveles más altos.”[2]
El primer monte que visitaremos lo encontramos en el Libro de Génesis: el Monte Moriah.
“1 Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 2 Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. 3 Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. 4 Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. 5 Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. 6 Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. 7 Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? 8 Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. 9 Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. 10 Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. 11 Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 12 Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. 13 Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto. 15 Y llamó el ángel de Jehová a Abraham segunda vez desde el cielo, 16 y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; 17 de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. 18 En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.” (Gén 22:1-8)
Este pasaje bíblico trabaja con muchos escenarios de nuestra vida como creyentes. Uno de estos es el escenario en el que somos invitados a reconocer nuestra insuficiencia. Este es un tema repetitivo en la Biblia. De hecho, es el mensaje que está detrás de uno de los reclamos que nos hace el salmista cuando nos invita a encomendar a Dios nuestro camino:
“5 Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará.” (Sal 37:5)
Podemos adelantar algunas de las conclusiones a las que hemos llegado analizando el pasaje bíblico del Libro de Génesis antes citado. El Monte Moriah representa un lugar al que acudimos para adquirir la revelación de quién es Dios. Acercarse a este lugar de encuentro nos permitirá arribar a algunas de las conclusiones a las Abraham llegó. En primer lugar, que Dios no es como los demás dioses que han creado los seres humanos. Las personas que vivían en el Medio Oriente que Abraham conoció servían a dioses que pedían los sacrificios de algunos de los hijos de aquellos servían a estas divinidades. Abraham pudo haber creído que Dios, nuestro Dios, era similar a los dioses de esa zona y que Moriah era el lugar para sacrificar físicamente a su Isaac.
En segundo lugar, el Monte Moriah representa ese lugar de encuentro en el que tenemos que sacrificar nuestro Isaac. Sabemos que este punto parece presentar una contradicción al anterior. Sin embargo no lo es. El Monte Moriah no es un lugar para efectuar sacrificios humanos, físicos ni materiales, pero sí lo es para otra clase de sacrificios. Es allí en dónde somos retados poniendo a prueba nuestras convicciones. Esto es, si creemos que los dones recibidos son mejores o similares a Dador de estos. Dicho de otra manera, si el regalo recibido es más importante que Aquél que lo regala o si la promesa es más importante que Aquél que la ha prometido.
En tercer lugar, el Monte Moriah representa el lugar en el que aprendemos o acentuamos que nosotros no tenemos que pagarle a Dios por lo que Él hace: Él es Yavé Jireh. Él no necesita que pactemos con Él utilizando nuestros recursos materiales. Él es nuestro proveedor.
No hay forma de que podamos desarrollar una comprensión adecuada de los elementos que nos conducen a estas conclusiones si no nos detenemos a examinar al personaje bíblico al que Dios invita a este encuentro: Abraham. Ese ejercicio lo hicimos como parte de la batería de reflexiones que publicamos en el año 2015. A continuación un extracto de una de esas reflexiones[3]:
“Se hace necesario repasar algunos elementos, características y datos vitales de Abraham en virtud de poder conseguir un mejor aprendizaje de las enseñanzas y principios que se desprenden de este encuentro. Para esto, hemos privilegiado seguir las pistas que nos ofrecen algunos especialistas en este campo tales como Joseph Soloveitchik, Charles Swindoll y Marvin R. Wilson.
Para el primero, la historia de Abraham es “kerygmática.” [4]O sea, presenta un mensaje completo, cuyos principios deben ser entendidos mucho más allá del análisis histórico que podamos hacer de él como sujeto. Este rabino describe que analizar la vida de Abraham nos permite desarrollar una teoría del ser humano, una antropología religiosa y un entendimiento de lo que significa la relación del ser humano con Dios. Esbozando un principio “Nahamanideano,”[5] Soloveitchik argumenta que para los judíos es un principio básico el que los eventos que involucran a los patriarcas sean señales para sus descendientes. O sea, que los eventos que vive Abraham y/o que lo rodean, deben ser entendidos como “señales del camino” para los hijos de Abraham.
Para Soloveitchik, Abraham sirve como un modelo ético y espiritual. Esto es así porque Abraham cuestiona el “status quo” de la sociedad en la que se desarrolló. Abraham buscó a Dios y decidió obedecer las instrucciones divinas sin reservas, aun cuando esto representaba el exilio y el sacrificio. En adición a esto, Abraham no temió ser separado para adentrarse en lo santo de Dios.
La obediencia es sin duda alguna un elemento fundamental para llegar a esta clase de encuentros con Dios. En otras palabras, que las personas a las que Dios les sale al encuentro, tienen que estar dispuestas a pagar un precio y a realizar sacrificios que trascienden las dimensiones físicas. Se trata aquí de posiciones que hay que asumir; posiciones que cuestan. Se trata aquí de testimonios de vida que hay que mantener; ejercicios que cuestan. Se trata aquí de anuncios y denuncias que hay que realizar; aseveraciones que pueden traer consigo costos muy altos. Se trata aquí de transformaciones holísticas que hay que experimentar; transformaciones que implican un costo altísimo.
Soloveitchik señala que Abraham se presenta en el texto bíblico como un ser humano invitado por Dios a recorrer sus caminos, como un deambulante (“wanderer”),[6] uno que vaga como un nómada hasta encontrar el lugar identificado por Dios.
Abraham es también un maestro, un iconoclasta solitario. O sea, uno que va rompiendo normas y desarrollando unas nuevas. Esto no significa que las personas que Dios llama a esta clase de encuentro están autorizadas a romper las bases fundamentales y doctrinales de la fe. Abraham sigue siendo monoteísta y se mantiene en sujeción a las exigencias fundamentales que impone la fe, la santidad, el servicio, la adoración, la oración, etc. Sin embargo, Abraham se ve obligado a romper con todas las normas de su tiempo.
Un ejemplo de esto lo tenemos en la narrativa de Génesis 22. La antropología religiosa de la Palestina del segundo milenio antes de Cristo, nos deja saber que era común encontrar que las divinidades de esa época exigieran sacrificios humanos. Esto podía incluir a los hijos. En Génesis 22 Abraham puede ser visto como alguien que ha recibido de parte de Dios una instrucción similar a la harían otros dioses de la región. Esto colocaría a Dios en el mismo nivel de los otros dioses de la zona. Sin embargo, la experiencia que él tiene con Dios le lleva a concluir que el Altísimo, el Todopoderoso, no acepta sacrificios de este tipo. Al contrario, quiere que el ser humano conozca acerca del sacrificio sustituto (una tipología cristológica); un carnero que se ofrece en lugar del ser humano. Abraham sale de esa experiencia destruyendo una norma existente y abrazando una norma nueva.
Este elemento es esencial en la vida de aquellos que venimos a esta clase de encuentros con Dios. Ciertamente los fundamentos de nuestra fe no pueden cambiar. Una sola fe, un solo Dios (Trino), un Salvador, un bautismo, una Iglesia Apostólica, la autoridad de las Escrituras, la operación del Espíritu Santo como instrumento para convencer al ser humano de su pecado y traerlo a la conversión, la capacitación (empoderamiento) que sólo Él puede hacer en el creyente, la resurrección de entre los muertos, la Segunda Venida de Cristo. Estos son solo algunos de los fundamentos que nadie puede cambiar. Esto tiene que estar claro en nuestras mentes y corazones. Sin embargo, a menudo traemos con nosotros costumbres, actitudes, visiones, interpretaciones y comportamientos que hemos vestido con etiquetas religiosas. Muchas de estas cosas son destruidas cuando llegamos a esta clase de encuentro con Dios.
Para Soloveitchik, Abraham es además de todo esto un especialista, un maestro en sacrificios. Esta expresión no puede ser separada de su conexión con la adoración. A Abraham le gustaba adorar a Dios. No hay manera en que podamos ser invitados a este tipo de encuentros si no nos gusta adorar al único y sabio Dios.
Abraham, dice Soloveitchik, es un caballero de la fe (“a knight”). O sea, uno que sabe pelear a capa y espada en la defensa de todo lo que significa la fe. El precio que hay que pagar para presentar defensa de nuestra fe puede ser muy alto (1 Ped 3:15). Hay que hacerlo con mansedumbre y con reverencia, como lo haría un caballero, pero hay que hacerlo.
Soloveitchik añade que Abraham es un “ger ve-toshav;” un extranjero y un residente. Esta frase es usada por Abraham en el proceso para sepultar a Sara (Gén 23:4; RV 1960 lo traduce “extranjero y forastero”). Esta frase ha generado miles y miles de estudios y análisis rabínicos a través de la historia. Tengo que admitir que muchos de estos son engorrosos y hasta carentes de sentido para los occidentales. Sin embargo, hay algunas de estas discusiones que parecen precursores de posiciones teológicas Cristocéntricas muy importantes.
Los creyentes en Cristo sabemos que somos peregrinos en esta tierra. La Biblia identifica así a los héroes de la fe en del Antiguo Testamento. Leemos lo siguiente en Hebreos 110:13-16
13 Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de
lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. 14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; 15 pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. 16 Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.
En adición a esto, la Biblia dice que aquellos que hemos aceptado a Cristo como Salvador, nos convertimos en linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, y que hemos alcanzado misericordia (1 Ped 2:9-12). Ese pasaje no se limita a ordenarnos que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ese pasaje sigue diciendo que en esta parte de la vida tenemos que comportarnos como extranjeros y peregrinos. Esto es:
11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, 12 manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras. (1 Ped 2:11-12)
El pasaje es claro y su mensaje contundente. Tal y como le sucedió a Abraham, nos sucede a nosotros hoy (Heb 11:9). Hemos sido llamados por Dios a habitar en esta tierra como hombres y mujeres que pasamos por ella pero que no pertenecemos a ella. Nuestro testimonio aquí tiene que ser uno de altura, cónsono con el “país celestial” del que somos ciudadanos. No podemos empañar con nuestro testimonio la ciudad celestial a la que hemos sido llamados.
Hay una manera de vivir que se nos exige mantener.
Ahora bien, esta expresión (“ger ve-toshav”) implica que los encuentros que tenemos con Dios tienen como norte “prepararnos para la mudanza.” Los extranjeros y residentes tenemos que vivir esperando “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb 11:10). No se confunda con las expresiones antes expuestas. Sin duda alguna, hay que admitir que los encuentros con Dios producen y provocan una serie de bendiciones y condiciones que nos ayudan en este lado de la vida. Esta es una verdad absoluta. Sin embargo, estos encuentros no pueden ser vistos a base de los beneficios que tendremos aquí. La prioridad de esos encuentros estriba la preparación para lo que vendrá después; para lo que ha sido definido como “ya pero todavía no.”
Por último, quedan algunos elementos que necesitan ser estudiados antes de analizar el encuentro que Abraham tiene con Dios que da a luz a esta batería de reflexiones. Uno de esos elementos tiene que ver con la forma y manera en que Abraham maneja sus crisis. Recordemos que las crisis son parte fundamental de estos encuentros. Otro de esos elementos tiene que ver con las formas y maneras que Abraham usa para manejar sus bendiciones.”
Existen otros aspectos de la vida y la formación del padre de la fe que tenemos que cubrir para poder desarrollar una exégesis adecuada del pasaje que describe el encuentro en el Monte Moriah. Comenzamos señalando que debemos entender que Abraham sabía hacer muchas cosas. Sabemos que él había aprendido a obedecer a Dios porque Dios es Dios y no por lo que Dios puede hacer. No obstante, no hay duda de que el nivel de autosuficiencia del padre de la fe era uno muy alto.
Por ejemplo, Abraham sabía hacer pactos. Él sabía cortar los animales para los pactos y preparar altares (Gén 15:5-12). Abraham sabía pelear, recoger su gente, salir al combate, pelear por lo suyo y por los suyos (Lot, Gén 14:1-24). Abraham sabía hablar con Dios: le cocinaba, lo agasajaba, lo invitaba, lo convencía de que se quedara con él y con su familia (Gén 18:1-15). Abraham sabía interceder: él intercedió por Lot (Gén 18:16-33). Abraham sabía resolver problemas: él buscaba alternativas como en el caso de Agar, de Abimelec, de Faraón, etc.
Quizás es por esto que Dios decide retarlo en esta dimensión de su fe. La fe de Abraham había sido retada por Dios de muchas maneras, pero nunca en su suficiencia. Dios decide llevar al padre de la fe al Monte Moriah para retar su autosuficiencia. De hehco, este ejercicio espiritual comienza mucho antes de que Abraham llegara a ese lugar. La respuesta que él le brinda a una pregunta formulada por su hijo Isaac mientras iban de camino a Moriah es lapidaria:
“7 Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? 8 Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos.” (Gén 22:7-8)
Esa respuesta es fundamental. Abraham no le dice esto al muchacho porque él no sabe, o porque no está seguro. Es obvio que hay algo que él presiente. Tal como diría siglos más tarde el profeta Zacarías: “Jehová será visto….” (Zac 9:14). Tal y como lo traduce San Jerónimo en la Vulgata Latina: “Dominus Deus super eos videbitur”.
Este análisis continuará en nuestra próxima reflexión.
[1] Calvin, John. (1840) A commentary on the Psalms of David: in three volumes. Vol. I. Oxford. Printed by D. A. Talboys, for Thomas Tegg, London; R. Oriffin and Co. Glasgow; Tegg and Co. Dublin; and J. and S. A. Tegg, Sydney and Hobart Town (pp vi-viii). (https://archive.org/details/acommentaryonps02calvgoog/page/n5/mode/2up).
[2] El Heraldo, Junio 14, 2015
[3] Op. cit.
[4] J. Soloveitchik. “Abraham’s Journey: reflections on the life of the Founding Patriarch.” (2008) New York: Toras HoRav Foundation.
[5] Rabino Moses ben Naḥman Girondi, Bonastruc ça (de) Porta (acrónimo Ramban, 1194 – 1270), fue un Académico Judío-español medieval muy prominente, conocido como filósofo, médico, kabalista y comentarista bíblico.
[6] Nota editorial: sería muy bueno estudiar la posibilidad de desarrollar una teología de alcance a los deambulantes a partir de esta interpretación rabínica.
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