748 • Entre el Mar Rojo y la Tierra Prometida: “La dirección del señor” – Parte II • El Heraldo Digital del 14 de junio del 2020 • Volumen XV

Entre el Mar Rojo y la Tierra Prometida: “La dirección del Señor”

Reflexión por el Pastor/Rector: Mizraim Esquilín-García
El libro del Éxodo es mucho más que una colección de narrativas para explicar cómo se sale de Egipto para llegar a la Tierra Prometida. Jonathan Sacks nos dice que el Éxodo es una narrativa de liberación y rescate expresado en términos religiosos.[1] Es también la narrativa de una historia secular; una narrativa histórica. Esto no significa que el libro es una representación específica de la historia del Éxodo.

Las historias narradas en este libro son lineares. La mayoría de las narrativas históricas que tenemos de los pueblos de las épocas cercanas al Éxodo son cíclicas. Los ejemplos de las historias de Homero y de Virgilio nos permiten ver que casi siempre los héroes de esas narrativas terminan regresando a casa y que los resultados alcanzados parecen repeticiones del estatus anterior. Por ejemplo, Atenas no es mejor que Troya y Roma  no es mejor que Atenas. Los Medo-Persas no son mejores que los Babilónicos y los Griegos no son mejores que los Medo-Persa. Todos ellos son solo nuevos órdenes para las edades en las que se desarrollaron.

La historia posmoderna no está divorciada de estas realidades. Las crisis sociales recientes nos llevan a contemplar experiencias repetitivas, cíclicas de racismo, de violencia y opresión. La muerte de George Floyd es tan solo un ejemplo reciente de una la maldad social y del pecado institucional que se repite vez tras vez. Al mismo tiempo, vemos estos ciclos en las reacciones de algunos grupos de izquierda de destruir propiedades privadas, saquearlas y quemarlas: procurando eliminar estatuas, nombres, películas y estructuras históricas. Estas reacciones, dicen ellos, procuran arrancar de la exposición pública imágenes asociadas a las fuentes de donde nacen las atrocidades denunciadas. El problema con estas reacciones es que estas son una imagen de espejo de la Alemania Nazi quemando libros hace 80 años, destruyendo negocios y quemando locales comerciales: procurando exactamente lo mismo. La anterior, la censura de la derecha radical procurando re-escribir la historia. La posterior, la censura de la izquierda radical procurando lo mismo.

Hay docenas de ejemplos adicionales acerca de esto diseminados en la historia. Al ser humano le hace falta comprender que ninguna de estas cosas va a cambiar hasta que reconozcamos que todo esto es el producto del pecado. Es nuestra naturaleza pecaminosa el génesis de todas estas atrocidades, del racismo y de la violencia que mata a sangre fría y que busca destruir y/o apoderarse de lo que no es suyo. Es esa naturaleza la que nos lleva a creer que nuestras reacciones de censura van a ser capaces de transformar lo que está sucediendo. La única receta efectiva para estos males se llama Cristo. Tenemos que abrir nuestros corazones al Señor para poder ser transformados por completo como individuos y como sociedad.

Los estudiosos del libro del Éxodo subrayan que no sucede así en este libro. Para empezar, Canaán es todo lo opuesto a Egipto. Egipto es opresión, esclavitud, desesperanza e imperio. Canaán es libertad, es esperanza y la oportunidad de trascender con la teocracia al mundo entero. No se trata de un entendimiento cíclico de la historia. Se trata de una narrativa en la que se procura explicar el desarrollo del progreso de un pueblo, con sus altas y sus bajas, en la búsqueda de su transformación total. Esto es,  antes de llegar al cumplimiento de la promesa recibida.

Es un proceso generacional y no un evento: no sucede de la noche a la mañana. De hecho, se extiende hasta el libro del Deuteronomio. Los rabinos subrayan que Dios es el autor de este texto, aunque es obvio que ha decidido no ejercer un control cerrado del mismo. O sea, que Él permite variedad de interpretaciones y de aplicaciones. [2] Es Dios revelándose a través de la historia de un pueblo: el Suyo.

Pocos teólogos han trabajado este aspecto de la revelación de Dios en la historia como Wolfhart Pannenberg . Según Pannenberg, la historia es el horizonte abarcador de la teología cristiana. Todas las preguntas y respuestas teológicas tienen sentido solamente dentro del marco de la historia.[3] Dios se revela en la historia del ser humano.

El análisis teológico de este erudito tiene como base las diferencias existentes entre una Cristología de arriba y una Cristología de abajo. La primera, la Cristología de arriba, es dominante en la Cristología clásica desde Ignacio hasta Calcedonia. Ella parte de la deidad pre existente y eterna de Cristo y procura ver desde esta óptica su “viaje y su vida en esta tierra lejana.” En un acercamiento de esta naturaleza no hay que interesarse mucho en los aspectos y datos históricos y humanos de Jesús de Nazareth. Por ejemplo, no hay mucha importancia en la relación de él como judío o no, porque el énfasis está en su mensaje y en sus enseñanzas. Además, esto es así porque todas las cosas se pueden resolver observando la historia desde la perspectiva de Dios. [4]

En cambio, la Cristología desde abajo parte de las premisas que el estudio de los eventos históricos de la vida de Cristo Jesús, Jesús el hombre, su historia y sus relaciones, revelan que Él es Dios. Es por esto, decía Pannenberg, que la Cristología tiene que partir de un evento histórico: la resurrección de Jesús. Sin este evento histórico como punto de partida, la fe en este hombre llamado Jesucristo se haría imposible.

Para este teólogo, la verdad posee un carácter fundamentalmente histórico. Decía él que una verdad universal tiene que dar cuenta no solamente del mundo natural, sino también de la historia. Esto es, que toda pregunta y toda respuesta humana por la verdad es algo que acontece en la historia y no fuera de ella.

El pueblo de Israel entendió la verdad como constitutivamente histórica y no como lo hicieron los griegos. Ellos entendían la verdad como identidad intemporal de lo que sucede consigo misma[5]. Es por esto que la pregunta teológica por la verdad que tenemos que plantearnos como Cristianos tiene que desarrollarse considerando la revelación de Dios en la historia.

Para Pannenberg  la historia no es un conjunto de actividades o de eventos. La definición de historia para este teólogo es que esta es un proceso de formación de identidad. Las narraciones cuentan justamente la configuración de la identidad de personas y pueblos, quienes a su vez reciben y renuevan su identidad a través de estas narraciones. Pannenberg explica que el hombre no es el sujeto sino el tema de la historia y que no cabe duda de que la historia, en cuanto a ser proveedora de identidad y de totalidad para los hombres, afecta su felicidad y su salvación  en el sentido más amplio del término.[6]

Belief in God’s saving action in history, however, involves recognition of the historical nature of the biblical writings and the relation of the concepts we find in them to those dominant at the time.”
“…biblical accounts, which do not limit God’s creative activity to the beginning but see it as an ongoing activity that finds expression especially in his present acts in history.” [
7]

El Éxodo es entonces una narrativa histórica del desarrollo de la identidad del pueblo de Dios.

Es muy importante destacar que Dios no lleva a este pueblo a Canaán en las alas del águila (Éxo 19:4). Dios los obliga a confrontar y enfrentar a Faraón. Luego de esto, el Señor les permite enfrentar dificultades, marchas, desiertos, crisis, conflictos, luchas, sed, hambre, soledad, frío, temor. Es más, ese pueblo se ve obligado a depender de la fe para poder comer, poder beber, poder dormir, y hasta para poder derrotar al enemigo.

Los textos del Pentateuco describen una jornada de 40 años pastoreando en el desierto:

28 Diles: Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. 29 En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí. 30 Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella; exceptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun. 31 Pero a vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis. 32 En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto. 33 Y vuestros hijos andarán pastoreando en el desierto cuarenta años, y ellos llevarán vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto. 34 Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día; y conoceréis mi castigo.”  (Núm 14:28-34)

¿Cómo se pastorea en un desierto? Con mucho trabajo y muchas dificultades. ¿Por qué tanto tiempo? Es muy probable que el desarrollo de la identidad requiera proceso intergeneracionales.

El texto del libro del Éxodo describe un proceso de liberación que posee todos los contornos de un evento político; pero no es político.  Michael Walzer destaca que uno de los errores más grandes de los teólogos de la posmodernidad es ver el libro del Éxodo como la mesa de trabajo para el desarrollo de una agenda política. Este libro no es un paradigma de teoría revolucionaria.[8] Walzer añade que hace poco sentido construir una utilizando como base la narrativa bíblica.

Los Israelitas son descritos en el inicio de este libro como un pueblo esclavizado por el poder de Egipto. Sabemos que ellos no fueron víctimas del mercado, porque nunca fueron comprados. Ellos eran víctimas del Estado: de un poder arbitrario simbolizado por caballos y carrozas.

Ese libro comienza afirmando que Dios llama “mi pueblo” a los hijos de Israel, a ese grupo de hombres y mujeres que estaba sufriendo todo esto:

7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, 8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. 9 El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. 10 Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.” (Éxo 3:7-10).

O sea, que ese pueblo, esclavizado por el poder de Egipto, es considerado el pueblo de Dios. Estaban presos y eran oprimidos, pero Dios los consideraba Su pueblo. O sea, que todo esto sucedió sabiendo Dios que ese era y sigue siendo su pueblo.

¿Por qué permite Dios estas cosas? Esta pregunta es imposible de obviar. Sabemos que Dios utilizó ese poder de Egipto como un horno de hierro para moldear el carácter de una nación: el pueblo que Dios había escogido para que fuese suyo:

20 Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día.” (Dt 4:20)

“3 Y les dirás tú: Así dijo Jehová Dios de Israel: Maldito el varón que no obedeciere las palabras de este pacto, 4 el cual mandé a vuestros padres el día que los saqué de la tierra de Egipto, del horno de hierro, diciéndoles: Oíd mi voz, y cumplid mis palabras, conforme a todo lo que os mando; y me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios;”  (Jer 11:3-4)

¿Habrá alguien que pueda pensar que la vida de los creyentes puede ser alejada de estos hornos de hierro? La formación de nuestro carácter y de nuestra identidad como pueblo de Dios tiene como génesis estos hornos.

Los creyentes en Cristo creemos que nosotros somos el Israel de Dios (Gál 6:15-16); somos pueblo de Dios. El Apóstol Pedro lo señaló así:

9 Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; 10 vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. 11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma,”    (1 Ped 2:9-11)

Esa identidad es adquirida gracias al sacrificio de Cristo en el Calvario. Esa identidad también es moldeada por el Espíritu Santo a través de hornos de fundición y de peregrinaciones en nuestros desiertos.  No se nos puede olvidar que nosotros somos extranjeros y peregrinos en Egipto.

Pedro dice lo siguiente acerca de esto: “no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese,” (1 Ped 4:12b). Pablo añade a esto lo siguiente: “hasta que todos lleguemos la unidad de la fe” (Efe 4:13a).

La fortaleza de la narrativa del libro de El Éxodo es ofrecida en su final. Esa finalidad está también presente en el inicio del libro: en las aspiraciones del pueblo de Israel, en la esperanza que lo motivaba y en las promesas que había recibido.

Este libro también trata de la recuperación de la presencia gloriosa de Dios: de la “Shekinah.”

Uno de los libros de Jürgen Moltmann describe esta relación: “The Coming of God: Christian Eschatology.” En ese libro Moltmann destaca que la presencia y la aparición de la “Shekinah” en la historia está amarrada a la historia de las liberaciones y de las redenciones de Dios y de Israel como comunidad especial de Dios. [9]

Hay narrativas bíblicas en las que encontramos que la “Shekinah” está lejos mientas que en otras ella desciende. La “Shekinah” estaba en el Jardín del Edén, pero se separó de los seres humanos cuando estos pecaron contra Dios. Hay historias acerca de esa manifestación en todas las narrativas bíblicas desde Abraham hasta Moisés. La “Shekinah” salió de Egipto acompañando a Israel, abriendo el Mar Rojo. La vemos luego reposar sobre el Monte de Sión y sobre el Arca del Pacto.

Moltmann describe que cada evento de redención del pueblo de Dios es seguido por el regreso de ese pueblo a la “Tierra Prometida”, y por lo tanto del regreso de la “Shekinah” al santuario.

Las reflexiones acerca de estas historias bíblicas procuran el desarrollo de nuestra conciencia como pueblo de Dios. En particular, sobre lo que nos puede esperar en la travesía que sigue a la salida del período de cuarentena provocado por el COVID-19. Reflexionar sobre estos pasajes bíblicos y analizar las reacciones del pueblo de Dios nos pueden capacitar para evitar cometer los mismos errores que ellos cometieron. Además, esto nos puede ayudar a aprender a maximizar las bendiciones que hemos de recibir en esta parte de nuestra peregrinación.

Las respuestas  a muchas de nuestras preguntas en esta parte de la ruta estarán relacionadas a nuestra disposición para entender lo que Dios espera de nosotros. Adelantamos que las experiencias con los hornos de fundición no serán las más relevantes. En cambio, las experiencias con nuestra capacidad para obedecer a Dios sí lo serán.

¿Por qué?: porque en la obediencia hay promesas de poder ver la “Shekinah” y de disfrutar de esa presencia. Hay unas frases que publicamos como parte de uno de los blogs semanales que muy bien explica esto:

“¿Cómo podemos lograr que esto [la gloria de Dios] llegue a nuestros hogares? Hay varias repuestas para esta pregunta. Una de ellas tiene que ver con nuestro sentido de responsabilidad ante las tareas que Dios nos asigna. El modelo de Moisés es excelente para corroborar este punto. Hayford destaca en su libro[10] que la  fidelidad de Moisés provoca la gloria de Dios en sus responsabilidades (Ex 40:16,19,21,25, 26, 27, 29,30, 32, 33):

16 Y Moisés hizo conforme a todo lo que Jehová le mandó; así lo hizo.. levantó la tienda…metió el arca en el tabernáculo….encendió las lámparas delante de Jehová…puso el altar de oro… quemó sobre él el incienso aromático….colocó el altar del holocausto….puso la fuente….se lavaban cuando se acercaban al altar, como Dios había mandado…erigió el atrio.”

¿Cuál fue el resultado de todo esto?: el verso 34 dice que la gloria de Dios llenó esa casa.”

La invitación que nos hace el Señor está en pie. Tenemos que decidir que le permitiremos al Señor que desarrolle un proceso de transformación de identidad y del carácter en nosotros. Ya sabemos que ese proceso será desarrollado a través de experiencias en nuestra historia.
Referencias

[1]  Sacks, Jonathan. Exodus: The Book of Redemption (Covenant & Conversation 2) (p. 9). Kindle Edition.
[2]  Ibid. p.8
[3] La revelación como historia. 1977. Salamanca (original de 1961, “Revelation as History”)
[4] Macleod, D. (2000). The Christology of Wolfhart Pannenberg. Themelios, 25(2), 19–41
[5] “Was ist Wahrheit?” (1962), en Grundfragen systematischer Theologie, pp. 202-222.
[6] http://www.praxeologia.org/pann97.html
[7] Wolfhart Pannenberg. Systematic Theology, Volume 2 (Kindle Locations 1552-1580). Kindle Edition.
[8] Michael Walzer. 1985. Exodus and Revolution. np: BasicBooks (pp. 5-10, 88-90).
[9] Moltmann, Jürgen. 1996. The Coming of God: Christian Eschatology Ltd St Albans Place, London: SCM Press, (1996) (p.304).
[10] Hayford, Jack. 1994. La Gloria en su Casa. Miami: Editorial Vida.
Colaboradores:

Reflexión pastoral: Rev.  Mizraim Esquilín-García, PhD.  /  Pastor de Comunicaciones: Mizraim Esquilín-Carrero, Jr. / Webmaster: Hno. Abner García  /  Social-Media : Hna. Frances González   / Montaje reflexión-web/curadora Heraldo Digital-WordPress: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Diseñadora El Heraldo Institucional Edición Impresa Interactiva en InDesign CC: Hna. Eunice Esquilín-voluntaria  /  Fotografías gratuitas: Recuperadas de Unsplash.com por: Nong Vang / David Boca / Diego PH / Benwhite/Priscilla Du Preez /Mathew-Schwartz /Monika Grabkowska. Imagen editada en Photoshop CC: Hna. Eunice Esquilín López – voluntaria 14 de junio del 2020.

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