Reflexiones de Esperanza: Efesios: el poder de la oración (Parte II)

“15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,,”  (Efesios 1:15-18, RV 1960)
           
La carta a Los Efesios nos ha cautivado. El análisis de su estructura y de los temas que ella presenta nunca deja de sorprendernos. Ya sabemos que “el evangelio de la Iglesia,” como la han llamado muchos de los especialistas en el campo del análisis bíblico, comienza con un himno (Efe 1:3-14). Este dato revela el lugar que poseía la alabanza en la Iglesia del primer siglo. Además, describe la teología que se proclamaba a través de esta. Esta es una invitación tácita para que revisemos lo que hacemos con nuestros coros, nuestros himnos y la teología que comunicamos a través de estos.
           
Aquello de lo que cantamos revela lo que poseemos en el corazón. Una Iglesia que no hace transacciones con la teología fundamental del Evangelio, es una Iglesia a la que no se le ha dañado el corazón. La Iglesia tiene que mantener una teología cristocéntrica en su himnodia, aún en medio de los vendavales y de los retos más intensos a su fe. Nuestras alabanzas tiene que exaltar a Dios, al mismo tiempo que tienen que comunicarle al mundo en qué creemos y por qué creemos en lo que creemos.

A renglón seguido, esta carta nos presenta la primera de dos (2) oraciones que Pablo realiza a favor de esa Iglesia y de la Iglesia de toda la historia (Efe 1:15-23; 3:13-21). Estas oraciones revelan el lugar que poseía la oración en la vida de la Iglesia del primer siglo. Además, revelan algunos de los temas de oración de esta Iglesia.

La primera oración (Efe 1:15-23) está dedicada a pedir que el Señor ilumine la Iglesia, que le de revelación de aquello que es realmente importante. Esta clase de oración describe que Pablo estaba pidiendo que el Señor le concediera a la Iglesia una clase de revelación que le permitiera madurar en la fe. Esto es, madurar en el conocimiento de Dios y por ende, en el testimonio entre ellos mismos, así como en la comunidad en la que servían. Esta es otra clara invitación que nos hace el Espíritu de Dios para que revisemos nuestra vida de oración.

Los elementos de esta oración serán analizados prospectivamente. Cada uno de estos es tan intenso que requiere atención individual. Los resultados de esos análisis nos ayudarán a entender con claridad el lugar que debe ocupar la oración en medio de la pandemia y de las crisis reinantes.

No obstante, no podemos desaprovechar la oportunidad que nos regala este tema para reflexionar un poco acerca de la oración; del poder de la oración según lo describe la Biblia.

Hace algunos años (2007) nos detuvimos para estudiar este tema. Lo hicimos como Iglesia y como miembros de nuestras familias respectivas. Una de las áreas que subrayamos acerca de la oración es que esta es una virtud, una herramienta que Dios nos regala para que podamos hablar con el Eterno. La importancia que ella posee reposa sobre unas verdades fundamentales. La primera de ellas es que orar nos permite aprender a escuchar la voz de Dios. Por otro lado, hablar con Dios y escuchar a Dios nos permite hablar de Dios; hablar de él con evidencias fidedignas. Además, orar es sin duda una experiencia en la que aprendemos a conocer quiénes somos y cómo somos en realidad.

Una de las grandes preguntas que surgen en la mente de todo creyente es cómo aprender a orar. La Biblia dice que los discípulos de Jesús presentaron esa misma inquietud (Lucas 11), resolviendo allí que había que pedirle al Señor que les enseñara orar.

A través de la historia la Iglesia ha tratado de responder a esta inquietud enfatizando en la necesidad de estudiar de cerca las oraciones esgrimidas por los héroes de la fe. Este énfasis se realiza entendiendo que nuestra vida de oración se enriquece si podemos entender cómo oraban estos; entre otras cosas, porqué oraban y para qué oraban. Sin duda alguna, los “bosquejos” de sus oraciones pueden ser imitados, internalizados e incorporados a nuestra vida de oración.  

Una de las oraciones más poderosas que encontramos en el Nuevo Testamento es la primera de las oraciones que hace el Apóstol Pablo en la Carta a Los Efesios (Efe 1:15-23). Un análisis sencillo de esa oración nos puede proveer “el bosquejo” usado por el Apóstol en esa oración.

Pablo comienza esa oración dando gracias. En esa ocasión da gracias por la vida y el impacto que ha tenido en su vida los testimonios de muchos creyentes en la Iglesia en Éfeso (Efe 1:16). Ese testimonio incluye la fe de ellos y el amor que profesaban para con todos los santos (Efe 1:15). Esa oración es motivada por una “fe y un amor que se oyen.” O sea, una fe y un amor de los que hay evidencias. En esa oración Pablo ora al Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (Efe 1:17). La primera petición que el Apóstol presenta en esa oración es una para que Dios envíe espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; claramente una petición altamente espiritual y desligada de cosas terrenales. Como parte de esa petición, el Apóstol describe que su anhelo es que la revelación y la sabiduría puedan venir como un proceso de iluminación del entendimiento de esa Iglesia para que nunca pierda la esperanza que hay en el llamado que habían recibido. En otras palabras, San Pablo usa los primeros estadios de su oración para suplicar al Padre que la Iglesia no pierda la capacidad de mantenerse enfocada en el propósito a la que ella fue llamada. Que ella no pierda la capacidad de mantenerse enfocada en la clase y dimensión de vida gloriosa y abundante a la que Dios le ha llamado. Él pide que la Iglesia vea su llamado con esperanza (Efe 1:17-18). El Apóstol confiesa que esa es la riqueza más valiosa que tiene la Iglesia.

Lo que hemos compartido hasta aquí puede ser resumido de la siguiente manera: el Apóstol ora con gratitud y pide iluminación y revelación para que la Iglesia nunca pierda la esperanza. Esta oración se reviste de una gracia especial solo con tomar en consideración que el que escribe está preso (Efe 6:19-20). Este preso es entonces uno muy especial, pues no usa su tiempo de oración para pedir por su libertad ni para que se le haga justicia. El Apóstol Pablo, mientras está preso, usa su tiempo para orar y escribir. Ora pidiendo que la Iglesia conozca algo que él no ha perdido. Luego escribe acerca de esto para que la Iglesia pueda recibir el testimonio y la enseñanza de su maestro y fundador. El Apóstol Pablo usa la cárcel como altar de oración. Esta aseveración apunta a que cualquier lugar puede servir como lugar de oración.

Cuando el Apóstol continúa su oración pide que la Iglesia conozca el poder de Dios. Él dice en su oración que ese poder es “supereminentemente” grande, en adición a estar disponible para todos los que creen. En otras palabras, para el Apóstol Pablo, luego de que se pide por revelación y esperanza, hay que pedir autoridad y poder de Dios. El Apóstol esgrime que hay evidencias de ese poder. El Apóstol señala que ese poder es más que suficiente para batallar contra toda amenaza que se levante contra la estabilidad del creyente; las amenazas presentes y conocidas y las amenazas desconocidas que se puedan levantar en el futuro. La oración de San Pablo concluye con una declaración teológica singular; la Iglesia es la Plenitud de Aquél que todo lo llena en todos nosotros.

La oración que nos regala el Apóstol Pablo es sin duda un excelente modelo a seguir por cada creyente. Es una oración que usa la gratitud como expresión de alabanzas. Sí, se le da gracias a Dios por el privilegio de caminar en la vida acompañados de creyentes cuya fe y amor poseen evidencias fehacientes. Aunque no parece muy evidente, es también una oración en la que se cancela todo efecto que pueda tener el temor inherente a nuestra humanidad. Esto se hace enfocando en la sabiduría, en la revelación de Dios y en la esperanza, aún en los momentos más difíciles por los que pueda estar atravesando el creyente.

Al enfocar en la sabiduría, en la revelación de Dios y en la esperanza, podemos desarrollar la sensibilidad espiritual necesaria para conocer la voluntad divina. Esto es, reconocer en la revelación de Dios la dirección divina para los tiempos de crisis. A través de esa revelación podemos identificar lo que Dios desea que aprendamos de ese tiempo de inestabilidad y amenazas. Es obvio que si se puede aprender esto en tiempos difíciles, entonces se puede recibir esa dirección y el aprendizaje en tiempos de bonanza.

Esta oración paulina define la oración como una herramienta para llegar a hacer así como para llegar a ser. Sí, llegar a hacer aquello para lo que él nos ha llamado; la esperanza del llamado recibido. Sí, llegar a ser aquello que él ha propuesto que seamos; la Plenitud de Aquél que todo lo llena en todo.

Los datos que hemos compartido hasta aquí nos ayudan a ampliar el entendimiento de lo que era la oración para la Iglesia del primer siglo. Quizás sea bueno mirar, aunque sea de manera superficial, cuál ha sido la percepción de la oración en otros momentos de nuestra historia como Iglesia Cristiana. Phillip Yancey escribió un libro muy bueno acerca de la oración.[1] Una de las grandes contribuciones de ese libro es el acercamiento histórico que él realiza para acercarse a este tema. Esto es, cuáles han sido las percepciones y las interpretaciones que se han desarrollado acerca de este tema. Adelantamos que el libro antes citado no es un libro académico. Aun así, el acercamiento laico que Yancey realiza a este tema es capaz de despertar los apetitos necesarios para continuar analizando la oración.
 
En algún momento, Yancey  incluye en ese libro que el tema de la oración en los primeros seres humanos no era definido como un ejercicio ni como un proceso litúrgico. Adán y Eva experimentaron que la oración era un estilo de vida para ellos. Hay que recordar que Adán y Eva conversaban con Dios como amigos. La Biblia dice que Dios era el que venía a provocar el diálogo consuetudinario con la corona de Su creación.
  
“8 El hombre y su mujer escucharon que Dios el Señor andaba por el jardín a la hora en que sopla el viento de la tarde, y corrieron a esconderse de él entre los árboles del jardín. 9 Pero Dios el Señor llamó al hombre y le preguntó: —¿Dónde estás? 10 El hombre contestó: —Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.”  (Genesis 3:8-10, DHH)
 
“8 Cuando el día comenzó a refrescar, el hombre y la mujer oyeron que Dios el Señor andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. 9 Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo: —¿Dónde estás? 10 El hombre contestó: —Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí.” (Genesis 3:8-10, NVI)
 
Los lectores se habrán percatado que estos versos enseñan que uno de los efectos inmediatos del pecado fue provocar que el ser humano se escondiera. Esa reacción tenía varios propósitos. Uno de estos, la interrupción de ese diálogo, de ese estilo de vida. De poseer la capacidad de dialogar con Dios con libertad y en cualquier momento. Fue allí, desde ese momento, que el ser humano comenzó a dejar de ver la oración como un estilo de vida.
 
Sabemos que en la teoría la oración es un acto esencial de todos los seres humanos. No ha existido un ser humano que no haya orado. Esto no está limitado a la fe Cristiana. Todos los seres humanos lo practican de alguna manera. Yancey dice que es como si la oración fuera el punto de contacto   con la idea de Dios que tenemos; el Dios del Universo. El problema, insiste él, es que en la práctica la oración se ha ido llenando de tirantez, de frustración y de tensión. El mundo de las súper avenidas de comunicación contribuye a esto. Por ejemplo, las generaciones anteriores a las nuestras oraban para que lloviera o para que dejara de hacerlo. Ahora somos invitados a estudiar los informes científicos, de la meteorología y las lecturas de la presión barométrica. Esto provoca que se nos haga difícil re-insertar a Dios en nuestras ecuaciones: al Dios que hizo la lluvia. Esto a su vez, provoca escepticismo, reacción que malea la oración con duda.
 
Yancey argumenta que la prosperidad provoca un efecto similar en la oración. Es muy difícil decir “danos el pan de cada día” cuando las despensas están repletas con varios meses de provisión. Esto ha ayudado a convertir la oración en lo que George Buttrick llamaba “un espasmo de palabras perdidas en una indiferencia cósmica.”[2]
 
Thomas Merton decía que la oración es una expresión de lo que somos como seres humanos. Un ser humano en pecado es un ser que pierde la capacidad del diálogo, porque tenemos que hablar desde el centro de una humanidad incompleta, carácter provocado por el pecado.  
 
Es por esto que cuando Dios pone en marcha el plan de salvación lo hace encarnándose como Palabra. Dios como la Palabra viva, como el Verbo encarnado procura con esto la redención del ser humano así como el restablecimiento del diálogo con Sus criaturas. La Cruz restablece ese diálogo y nos hace saber que somos seres humanos incompletos cuando no tenemos la relación correcta con Dios. Sólo la Cruz de Cristo puede restablecer esa relación. Sólo Cristo es el camino, la verdad y la vida. Nadie puede ir al Padre Celestial si no es a través de Él (Jn 14:6)
 
Pero la Cruz hace algo más. Ella nos concientiza de lo que decía Gerald C. May. En el centro del alma de cada ser humano existe un deseo vehemente, innato, por la presencia de Dios. May decía que este deseo es el anhelo más profundo, nuestro tesoro más preciado, independientemente de si tenemos o no tenemos una conciencia religiosa. Solo Cristo nos devuelve ese tesoro y con su sacrificio, Él consigue que la oración nos coloque en el lugar en el que Dios y el ser humano se puedan encontrar a diario.
 
Yancey decía que si la oración puede hacer esto, entonces tenemos que aprender a orar.
 
Yancey ha dicho, haciendo referencia a otro contexto, que la oración nos permite ser conscientes de unas perspectivas que tendemos a olvidar. Hablar con Dios es hablar con el Creador de todo lo que existe. Veamos un ejemplo sencillo de todo esto: si nuestra Galaxia fuera del grande de Norte América, nuestro sistema solar sería del grande de una taza de café. [3] El salmista nos hace saber esto en el Salmo 8:
 
“3 Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, 4 Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:3-4, RV 1960).
             
La oración paulina que encontramos en el primer capítulo de la Carta a Los Efesios nos hace saber que la oración nos ayuda a corregir la miopía espiritual. En ella, Pablo no se circunscribe a presentar la oración como un expresión de lo que somos en Cristo (“posesión adquirida”), sino que se adentra en la necesidad de recibir la revelación de quién es Dios. Presentamos un ejemplo bien pequeño de esto.
 
Pablo comienza dando gracias y luego de esto le pide al Padre que le concediera a la Iglesia sabiduría espiritual (espíritu de sabiduría) y percepción, para que crecieran en el conocimiento de Dios. A esto, Pablo le añade que estaba pidiendo que Dios les inundara el corazón de luz, para que pudieran entender la esperanza segura que Dios ha dado a los que llamó, a su pueblo santo; aquellos a quienes Él ha convertido en su herencia rica y gloriosa. Estos son los conceptos y la sintaxis que utiliza la Nueva Traducción Viviente cuando nos ofrece los versos 17 y 18 del primer capítulo de la carta
 
¿Cómo es que se alcanza poder orar así? Aún más: ¿cómo se puede orar así cuando uno está preso y sabe que le queda poco tiempo en este lado del río?
 En nuestra próxima reflexión comenzaremos a analizar estos conceptos y procuraremos encontrar algunas respuestas para estas preguntas.
Referencias

[1] Yancey, Philip. 2006. “Prayer: Does it make any difference?” Grand Rapids: Zondervan.
   
[2] Ibid. pp. 13-15.
   
[3] Ibid. pp. 17-22.

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